El espectro ideológico de los partidos de las democracias liberales ha perdido su fuerza y ha dejado de ser la razón de estos agrupamientos políticos; las importantes luchas ideológicas del pasado se han perdido y los partidos se han concretado a plantear causas cortoplacistas, que no implican un real contenido programático; por eso, el paradigma electoral se ha transformado y los votantes migran de un partido a otro sin mayor problema.

La conquista del poder por el poder mismo es la única razón de los comicios del mundo contemporáneo. Esto explica las alianzas contranatura entre partidos de signos diferentes, y también las sorpresivas votaciones, como las que se realizaron en la Gran Bretaña con motivo de su salida de la Unión Europea y la propia elección presidencial en Estados Unidos de Norteamérica.

En México la razón de los candados, particularmente del PRI, tenían que ver con la meritocracia que implicaba el reconocimiento a una militancia leal y permanente; por eso, hoy es absurdo que los institutos políticos se maniaten y pierdan la posibilidad de postular a ciudadanos que sean atractivos para el voto popular.

Las coaliciones de partidos impiden la aplicación de los candados aun cuando, en forma más limitada, siguen existiendo en los estatutos priistas; por eso, en la próxima Asamblea del Revolucionario Institucional deben desaparecer, y los candidatos deben limitarse, no a las ataduras internas de los partidos, sino a los requisitos que establece la Constitución General de la República para ocupar cargos de elección popular, como el artículo 55 para ser diputado federal, el artículo 58 para ser senador de la república, que señala los mismos que para ser diputado, adicionando la edad de 25 años, el artículo 82 estipula las condiciones para ser presidente y el artículo 116 señala lo propio para el caso de los gobernadores.

No se trata de beneficiar, o no, la candidatura de José Antonio Meade, sino aspirar a que muchos votantes, que no militan en este partido, puedan tener un sufragio a favor de candidatos que, por su experiencia, prestigio o simpatía, puedan ser útiles para obtener la victoria.

Es claro que ningún partido por sí sólo, en la sucesión presidencial de 2018, pueda alcanzar la meta del triunfo electoral, de ahí la necesidad de las alianzas partidistas y de toda una serie de combinaciones que permitan, a quienes aspiran al poder, obtener los anhelados resultados.

Es verdad que José Antonio Meade sería aparentemente el más beneficiado, pues ha declarado no ser militante de ningún partido. Cabe señalar que los favoritos del presidente —y que lo fueron desde el principio del gobierno— son Luis Videragay, hoy secretario de Relaciones Exteriores, quien abiertamente se ha descartado de la contienda, y el secretario de Gobernación, Miguel Osorio Chong, que mantiene la posición más prominente en el gabinete, aun cuando el tema de la seguridad no lo favorezca. Por eso, en el escenario priista se puede dar una candidatura inesperada como la de José Narro, la de Aurelio Nuño, o bien, la de José Antonio Meade, quien ha demostrado su solvencia como funcionario público y ha dado buenos resultados en las diferentes secretarías, cuya titularidad ha ocupado.