Hace 156 años la esclavitud sostenía buena parte de la economía de lo que seguimos llamando Estados Unidos de América (EUA). En 1860, Abraham Lincoln, al ganar la Presidencia supo que cambiaría, para siempre, la historia de la Unión Americana. Sobremanera, al derrotar a la Confederación sureña y a la base esclavista de su riqueza. Lo que Lincoln ignoraba era que su legado histórico al triunfar en la Guerra de Secesión (1861-1865) —después de cinco años de lucha armada y más de un millón de muertos—, todavía sangraría casi a fines de la segunda década del Siglo XXI, con todas las consecuencias que esto representa aunque su país ya conoció el Gobierno de un mulato que llegó a la Casa Blanca por la vía del voto democrático, lo que no significa que la sociedad estadounidense haya puesto en el baúl de los recuerdos el racismo y el odio de los blancos (White, Anglo, Saxon, Protestant: WASP) en contra de todos los que no son iguales a ellos.
Asimismo, aunque eventualmente los sureños se rindieron, nunca aceptaron que “su manera de vivir” —explotando a los esclavos negros— había llegado a su fin. Quizá por eso la novela Lo que el viento se llevó, continúa imprimiendo millones de ejemplares anualmente. Libro y filme del mismo nombre son un icono para el pueblo estadounidense.
Los sucesos violentos del segundo fin de semana de agosto del año en curso (muertos y heridos, y enfrentamientos entre blancos y negros y otros grupos de inmigrantes), en Charlottesville, Virginia, confirman que los fantasmas de la Guerra de Secesión siguen sueltos, pastoreados por un presidente sui generis —rubio, rico y mentiroso—, como Donald Trump, que no entiende que la sociedad “norteamericana” es esencialmente multicultural y cuya existencia no puede, ni debe, ser de pesadilla.
En esta ocasión, una de las víctimas fue una joven mujer blanca y el victimario un jovenzuelol blanco, de apenas 20 años de edad, filonazi desde la High Schooll. Por cierto, Virginia (la entidad donde tuvieron lugar estos hechos) es el estado natal de Thomas Jefferson, el alma de la Declaración de Independencia, junto con otros padres fundadores de EUA, que pensaron que “todos los hombres fueron creados iguales”, pero que ahora un mandatario casi albino piensa que no todos los “hombres son iguales” por lo que hay que separarlos por un muro. Trump dixit.
Charlottesville es una ciudad pequeña, con 45,000 habitantes, caracterizada como centro universitario virginiano. El viernes 11 de agosto vivió una jornada de violencia y tragedia debido a una marcha convocada por un grupo supremacista y ultranacionalista blanco que se enfrentó a contramanifestantes negros y de otros grupos sociales de inmigrantes de todos los orígenes. El enfrentamiento mayor de insultos, cantos religiosos y peleas se desarrolló en las proximidades del pequeño Emancipation Park, en el centro de la ciudad. El choque provocó una veintena de heridos, varios graves, y muchos arrestos. El episodio más delicado tuvo lugar cuando un vehículo se lanzó contra la multitud arrollándola. Una mujer murió en el atropello y otras personas sufrieron lesiones, El ayuntamiento declaró ilegal la manifestación desde antes que se iniciara. El Gobierno de Virginia se declaró en emergencia y ordenó el despliegue de cuerpos antidisturbios.
Y todo comenzó por una estatua de un general sureño, combatiente en la Guerra Civil. Bajo el lema Unir a la derecha, centenares de militantes de la ultraderecha racista estadounidense hicieron causa común como protesta por la orden de retirar una estatua en homenaje a Robert E. Lee (1807-1870), general del Ejército Confederado durante la Guerra de Secesión que los extremistas de derecha reivindican como un símbolo histórico del poder blanco sureño que combatió contra los Estados del Norte. La comuna de Charlottesville aprobó a principios de año el retiro de la estatua de Lee, aunque la medida está pendiente de una decisión judicial que debía darse este mismo mes.
Entonces se “armó la de Dios es Cristo”. Según el grupo antirracista Southern Poverty Law Center, la convocatoria de los supremacistas blancos supuso “el mayor encuentro de odio en décadas”. Los radicales racistas, incluyendo militantes del viejo grupo de extrema derecha Ku Klux Klan, ondeaban banderas confederadas y corearon consignas nazis, pertrechados con cascos, escudos y bates de béisbol. Muchos vestían de militares y portaban armas de fuego, algo que la ley les permite en Virginia.
El nombre de la KKK es una adaptación de la onomatopeya del sonido que produce una carabina cuando se carga con la munición, adaptándola como “Ku Klux Klan”. Se fundó el 24 de diciembre de 1865 en Pulasky, Tennessee, al final de la Guerra Civil, por ex combatientes confederados y grupos de civiles que posteriormente se cohesionaron en torno a ideas religiosas. Ha mantenido su actividad y sus principios doctrinarios hasta nuestros días, agregando a las teorías originarias de la supremacía racial de los blancos, las del “anglo-israelismo”, el amtisemitismo, el puritanismo y el ultranacionalismo. Durante mas de un siglo esta organización radical ha sembrado el terror en Estados Unidos de América (EUA).
El ambiente se caldeó el viernes 11 por la noche cuando los primeros supremacistas se reunieron en el campus de la Universidad de Virginia a la vera de una estatua de Thomas Jefferson —uno de los Padres Fundadores de EUA—, para cantar lemas de protesta como “las vidas de los blancos importan”, contrapropuesta del bando de los negros que dicen: “los negros sí importan” u otro que asegura: “no nos sustituirán”. Todo esto al tiempo que marchaban con antorchas encendidas en las manos. La simbología no podía ser menos cruda: el KKK, la asociación racista por antonomasia en la Unión Americana acostumbraba “cazar” a sus víctimas negras por la noche, alumbrándose con antorchas. Hace un siglo, como ahora.
Durante los disturbios, en plena calle, uno de los personajes más polémicos del movimiento racista blanco, el ex líder del KKK, David Duke, dijo que lo que estaba sucediendo en Charlottesville “cumple con las promesas de Donald Trump a América”. “Esto es un punto de inflexión para la gente de este país. Vamos a recuperar nuestro país”. Agregó: “Trump, el voto blanco te llevó a la presidencia”.
El sospechoso detenido por atropellar a varias personas de la marcha antifascista en Charlottesville fue identificado como James Alex Fields, de 20 años de edad. Se le acusó bajo sospecha de asesinato de segundo grado, a Heather Heyer, mujer de 32 años de edad, y por herir a otras 19 personas.
Terry McAuliffe, gobernador de Virginia, al declarar el estado de emergencia en Virginia declaró: “Estoy indignado por el odio, el racismo y la violencia que estos manifestantes han traído a nuestra ciudad”. Mientras esto sucedía en la ciudad virginiana, en La Casa Blanca no se daban por enterados. No obstante, la primera en reaccionar, cosa rara, fue la primera dama, Melania Trump, que normalmente se mantiene en un segundo plano. Escribió en su Twitter: “Nuestro país defiende la libertad de expresión, pero debemos comunicar sin odio en nuestros corazones”. Trump, que tiene el gatillo rápido en Twitter, tardó horas en tocar el asunto.
La lentitud y tibieza para enfrentar este delicado asunto por parte del mentiroso inquilino de la Casa Blanca, derivó en un tsunami de críticas contra Donald Trump. La declaración del sucesor de Obama tras los disturbios raciales en Virginia dejó silencios tan “elocuentes” que uno de sus portavoces tuvo que salir a aclarar que su rechazo a la violencia incluía también a los neonazis, los del KKK, y el resto de extremistas representados en la marcha.
Es más, el alcalde de Charlottesville, Mikel Signer, acusó al presidente de alentar a los grupos supremacistas desde la campaña electoral. Y el senador republicano, Marco Rubio, lo instó a decir las cosas por su nombre: “Es muy importante para la nación oír al presidente describir los acontecimientos como lo que son, un ataque terrorista por parte de los supremacistas blancos”. Y, el propio consejero de Seguridad Nacional de Trump, general H.R. McMaster, dijo”Creo que podemos describirlo a las claras como una forma de terrorismo”.
Como sea, el hecho es que Trump tiene abierto otro frente. Su ambigüedad le costará muy cara, a la corta y a la larga. VALE.