El enigma de la sucesión presidencial mexicana ha estado durante muchos años vinculado a la decisión del presidente priista quien, según la conseja popular aceptada generalmente, designa al sucesor. Esto es parcialmente cierto, pues hay condiciones particulares hacia 2018 que hacen variar esta ecuación.

En efecto, para nadie fue un secreto, desde el primer día de este gobierno, que las cuotas de poder que se entregaron al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong y al secretario de Hacienda, Luis Videgaray, daban por descontado que cualquiera de estos dos sería el favorecido en el proceso comicial siguiente.

Sin embargo, las condiciones han variado, por razones internas y externas; a pesar de la experiencia política indiscutible de Osorio Chong, ha cargado con la pesada losa del tema de la seguridad; y Luis Videgaray, que ni siquiera asistió a la última asamblea priista, ha declarado, una y otra vez, que él no participará en este proceso.

En esas condiciones, que ha leído con claridad el presidente Peña Nieto, tuvo la necesidad de incorporar nuevos jugadores, básicamente tres: José Narro, secretario de Salud, Aurelio Nuño, secretario de Educación y José Antonio Meade, secretario de Relaciones Exteriores primero, de Sedesol después y, finalmente, una vez más, secretario de Hacienda.

¿Quién de estos prospectos tiene la capacidad de enfrentar las relaciones con el Imperio? ¿Quién puede tener la capacidad para sacar adelante una economía envuelta en problemas que implican la inflación, la devaluación, el precio de las gasolinas, la renegociación del TLCAN y muchas más?

La respuesta salta a la vista, por eso, no se hagan bolas, el bueno será José Antonio Meade.

A mayor abundamiento, las reformas de la última asamblea priísta, aunque dicen que no tiene destinatario en lo que se refiere a la candidatura presidencial, solo benefician a Meade y a Nuño.

El doctor Narro es un hombre respetable con capacidad política y prestigio académico, pero alejado generacional y, probablemente, ideológicamente de los principales círculos del poder.

Aurelio Nuño ha demostrado habilidades y capacidades, pero sigue siendo un personaje inexperto en los vericuetos de la política y de la administración, pues su experiencia política es nula y la administrativa muy limitada.

Por eso, independientemente de otras características, Meade será el candidato. En primer lugar, porque no tienen ningún escándalo de corrupción que manche su trayectoria; en segundo, porque ha demostrado su capacidad para enfrentar retos en los distintos cargos públicos de enorme importancia, que soportan su trayectoria pública: director de la Financiera Rural, donde se relaciona con los campesinos; secretario de Energía, que lo convierte en un experto en este difícil y escabroso tema; subsecretario y secretario de Hacienda, en dos gobiernos de distinto signo; y también secretario de Desarrollo Social, donde se acercó al tema central de la pobreza y la desigualdad.

El gran problema del proceso electoral es ¿cómo ganar la elección?: la candidatura de Meade aseguraría el voto de muchos integrantes del PAN y habrá que convencer a los priístas de que acudan, con entusiasmo y unidad, a la próxima elección de 2018.

Por todo esto, aun no siendo el favorito y sin haber despegado con ambiciones de obtener la presidencia, Meade es probablemente el candidato más apto que podrá continuar el tema de las reformas estructurales, puestas en marcha por el presidente Peña Nieto, pues el legado de su gobierno y de su trabajo sólo podría estar garantizado con un hombre de la estatura de Pepe Meade.

Claro que en esto no hay nada escrito; pronto sabremos el resultado, pues también pudiera ser que lo nombraran director del Banco de México, para conservar la estabilidad monetaria y financiera, y pusieran en la candidatura a algunos de los otros ya mencionados.