Hoy solo tienen oportunidad de obtener trabajo las bellas, las sensuales, seductoras y además que sean fáciles.
Por José Natividad Rosales
El oro, el dinero, la oligarquía económica, actividades humanas viejas como el mundo, como lo tuyo y lo mío y cuyos verbos tradicionales son: explotar, abusar, encarecer, especular y enriquecerse a costa de la necesidad de los demás, siempre han tenido una imagen negativa como corresponde a sus defectos: avaricia sordidez, rapacidad, tacañez, mentira, engaño y explotación. Artísticamente los renacentistas los trazaron en sus cuadros con líneas cercanas a lo diabólico; nariz afilada y ganchuda, ojos desmesuradamente abiertos, fosas nasales que huelen dinero , manos huesudas que saben contar monedas de oro. D´ Epernay, Goya, Doré, etcétera, emplearon gruesas tintas, oscuros y manchas para mejor ilustrar lo negro del alma del traficante, del comerciante, del industrial sin entrañas, o del tendero.
A partir de mediados del siglo XX, comercio, industria e instituciones económicas de toda especie, han querido mejorar su imagen. A comprar y vender, le llaman servir. A lucrar, obtener utilidades. Hay ”legitimas ganancias” y fingen generosidad, con baratas, promociones y “descuentazos”. Sus empleados, ayer honrados con medallas para la honradez, la puntualidad, la constancia, la perseverancia y el orden y que eran dadas en lugar de aguinaldo, gratificación o indemnización, hoy tienen que cumplir una exigencia más: ser guapos, “caritas”, chulos, lindos, agradables, atractivos, “charmantes”, “glamorosos” y ”sexys”. Ellas sensualonas, livianas, facilonas, campanas, sonrientes, dulces, de voz agradable, caderas sentables, senos decididamente grandes, que reflejen la abundancia de la empresa, piernas ágiles para montar en escaleras, ojos avizores pero hermosos, manos como para tocar un piano pero cacheteadoras o karatecas y genio dulce para afuera—con los clientes— dulce para dentro—con los jefes— y agrio en la casa.
A la eficacia, la oligarquía económica pide, en los anuncios de la radio, la prensa o la televisión “damas de buena presentación”. No se atreven a llamarlas muchachas, sino señoritas. Las piden, las exigen “de buena presentación” de “excelente figura” ,atractivas, agradables y finas. Hasta allí la adjetivación permitida por las buenas costumbres. Pero las “interesadas” deben leer otra cosa: que sean sensuales, entronas o casquivanas, fáciles y dúctiles, pero no fértiles.
¿Qué pasa con la oligarquía? ¿Cuál es el porqué de ese afán esteticista? ¿Por qué integran ejércitos de bellas, de hermosas, de atractivas, de impactantes mujeres?
Sencillamente porque “se quiere mejorar la imagen”. Y porque se piensa equivocadamente que “lo bello es bueno”, viejo problema de filosofía que ya inquietaba a Anaximendro, Sócrates y Aristóteles. ¿Lo bello es un valor ligado, complementario de lo bueno? ¿Por serlo produce bondad? ¿Las fuentes separadas de lo bello en todos sus matices —lindo, hermoso, sublime— y de lo bueno, producen el río de todas las virtudes?
Lo que quieren comerciantes e industriales y los directivos de todos los sectores económicos es vender caro y comprar barato. Y se valen lenonamente de la belleza produciendo otro tipo de prostitución para mejorar la imagen rapaz y ladrona que tradicionalmente han tenido. Rápidamente dicho, emplean la sensualidad femenina, como gancho, como atracción y como trampa. Ellas no venden su cuerpo—según la vieja definición de lo que se prostituye—, sino la imagen de su cuerpo: la sonrisa que vuela, la mirada que subyuga, la caricia que roza, la voz que escucha. Ellas entregan su eficacia a través de su figura. El cliente recibe imágenes como en el cine, transitoriedades de favor, instantáneas sensuales y fulgurancias amorosas ¡pero nada más!
Las feas de México, las pobrecitas feas, de piernas de pianola; las gorditas de ombligo saltado, las chamagositas de seno caído, las de codos morenos fruncidos, las que no se rasuran las axilas, las prófugas del metate y egresadas del petate, las de frente estrecha y pelo maltratado, las que tienen por brazos y manos tenaza, ganchos de colgar bultos de maíz; las de los dedos sin anillos, las chimuelas, orejicaídas, las de cutis de tejolote, las de caminar trotón o desgarbado, las “nalguimundo”, las madres sufridas cargadas de chamacos, ellas, ¡pobres! No serán aceptadas “con magníficos sueldos y otras “prestaciones”. Y por más que parezca exageración, ahora hay trabajo, sobra trabajo aun cuando se sepa hacer poco o nada sólo para las:
1.Morenas tipo “A”—fácilmente convertibles en “güeras” — con lunar junto a la boca o al lado del ojo , de pelo rizado a la Yesenia, abundante, de caída sensual; de breve cintura y ancha cadera, senos rotundos y poco tembladores, sólo sorprendidos por la caricia masculina. De ojos abismales con o sin pestañas postizas, negros pero profundos en sus luces, prometedores de encendimientos derretidores. Con manos regordetas, aromadas como flores de canela. Altas de más de 1.65, de caminar pausado para el buen cadereo en el escritorio. Se las paga, como secretarias entre $2,000 y $2,500. Aptas para viajar, para beber vodka con o sin jugo de tomate. Buenas para el zangoloteo, sin olvidar un buen valsecillo o tango.
2.Morenas doble “AA”, morenas claras con sombras sienas bajo la mejilla y oro viejo en las sienes. Con uno o dos hoyuelos. Preferible de ojos verdes, boca abundosa, carnal, pequeña, con labios de comisuras perfectas, donde quepa el último beso que dicen que es pequeñito. No olvidar que este tipo de morena debe contar con oreja breve, pie diminuto, rodillas de alabastro, caderas formales—que habrán de ser vestidas con seda, nylon u otra tela fácilmente resbalable—. Se le admite peinada como le dé la gana, pero percibirá mayores “percepciones” si porta cabello a la “bob” de puntas movibles caídas sobre la mejilla levemente rosa. La voz argentina con chilliditos cupríferos.
3.Las transnacionales fabricantes de ropa intima, de cosméticos, de fajas, “bras cross your hear”, pelucas, pestañas, jabones reductores, perfumes, “dulces”, listones, terciopelos, bisutería larga —collares estilo fabulosos veintes—, etc., prefieren las trigueñas, con rubores de manzana, piel de durazno y boca de fresa. Esta mujer frutal debe tener jugo interior, reflejado naturalmente en su boca jugosa, en una sonrisa de hortelana llena de satisfacción.
4.Secretarías de Estado, ejecutivos modernos de los que prefieren diseños avanzados en su mobiliario, whisky a las 11 sin botana de cacahuates, “seitz” en lugar de tehuacán y que beben el coñac flameado en copas globo, eligen muchachas criollas decididamente blancas, liliales o estilo walkiria, rubias naturales con ojos cafés, de sombras azules o moradas, con algún verde muy tenue en las sienes. Una “güera” es símbolo de buenas relaciones internacionales, de bilingüismo, de buen manejo de dólares.
5.Pero también hay magnifico mercado para las tapatías con pestañuelas o pestañones, de mirar aterciopelado y prometedor, con un leve bozo sobre la boca prometedora de besos sonoros. Se la quiere de nariz recta con fosas nasales finas, pero de respiración ansiosa, no de acabar la carta que el jefe dicta, sino al parecer de otra cosa. De dientes pequeños, blancos pero con oriente de perla, senos con pezón rosado —se admiten algunas con morado pero ese color da idea de edad casi respetable. Tienen mercado y aceptación las mazatlánidas que copian la negación de las palmeras; las acapulqueñas salidas del pincel de González Camarena. Las oaxaqueñas zandungueras, de cadera de balanza cuya cabeza sostiene ánforas y canastas; las saltilleras espumantes que muerden manzanas con lujuria y comen uvas negras con apetito testicular; las sonorenses amazónicas con látigo mental en la voz con pelo de retintines y caderas de yegua bruta; las capitalinas sofisticadas con senos siliconados, pestañas y dientes artificiales, con plataforma en los zapatos que oscilan entre lo cerúleo y dorado de Fanny Cano y lo gitano celoso de Elsa Aguirre.
Las chaparritas, las pecosas, las “güeras” consuetudinarias, las demasiado beatas… esas ¡no pasarán la prueba!
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Y lo peor del caso es que también se pide a los hombres iguales atributos. Se está creando un efebismo híbrido del que no escapa el equipo oficial. Jovencitos de larga patilla, abundosamente melena cuidadosamente rizada, uñas nacaradas y probablemente calzones con motitas o maripositas, Juniors de coche caro, ejecutivos de brillante, esclava, reloj Patek Phillipe, corbatas Count ess Mara, camisas de Balenciaga y zapatos de Verona. Tienen mercado barbilindos, los “carita”, los “chulos”, los “perfilazos”.
Los demás, los feos ¡a fregarse! Y si no se tiene talento ¡ni rezándole a San Apolonio! Ahora mismo, poco importa ser bueno si no se es bello. Importa más la superficie que el fondo, lo epidérmico que lo esencial, las apariencias que lo real. Sólo Veracruz es bello… México lindo y querido…pura hermosura de fachada porque:
¿Qué es lo que se lleva dentro?