Alfred Hitchcock amaba a las güeritas, no hubo una sola morenita en sus películas, no porque no le gustaran, sino que las güeras para él resaltaban las “huellas de sangre”, convirtiéndose en las víctimas ideales para una película de terror. Y así vimos en la pantalla grande a Ingrid Bergman, Joan Fortaine, Grace Kelly, Janet Leigh, etcétera. Entre más blancas eran mejor porque lograba con maestría el horror corporal que tiene como propósito desarrollar el
sentimiento de malestar que produce el sufrimiento físico: enfermedades, mutaciones, decadencia corporal, mutilaciones, experimentación anormal y un largo etcétera. El cine de Hitchcock buscó inquietar a la psique de quienes habían vivido o sobrevivido una guerra, la Segunda Guerra Mundial, que causó en los seres humanos la sensación de incertidumbre hacia la vida, el miedo a qué va a pasar mañana, y lo explotó en sus cintas, un ejemplo: Psicosis: los espectadores miran a una mujer que huye de su trabajo después de robar un dinero, y la creen la protagonista para después descubrir con sorpresa que ésta es asesinada a la mitad de la película, y al final la historia va en una dirección distinta a la que se presentó en el argumento inicial. Este es el famoso “Mac Guffin”, expresión de Alfred Hitchcock para introducir lo que viene en la historia, y lo definió como “un elemento mecánico que se agrega a lo que se cuenta: collar para una historia de ladrones, unos papeles para una historia de espías, etcétera”. Y al final del filme estaba seguro: había hecho una obra maestra, tomó la decisión de comprar todas las copias de la novela Psicosis, para evitar que el libro arruinara el final de su película. Donde aparece un auto que es levantado por una grúa, para crear la sensación de cotidianidad, que la vida sigue pase lo que pase, y no como termina en el libro con la descripción de un rostro trastornado.
También hizo dos documentales que trascendieron sobre los campos de concentración y la resistencia francesa en la Segunda Guerra Mundial, impactaron por su crudeza al tomar imágenes de cadáveres de hombres y mujeres putrefactos, cargados por mujeres para llevarlos a los camiones que los transportarían para arrojarlos en hoyos gigantes, donde serían enterrados. Estos documentales Memory of the camps, fueron prohibidos por el ministerio de la Gran Bretaña: Hitchcock logró proyectar el miedo al sufrimiento físico. Y fueron presentados cuarenta años después, en el año de mil novecientos ochenta y cinco.
En fin, a ciento dieciocho años de su nacimiento, un trece de agosto, seguimos viendo y admirando el cine de Alfred Hitchcock, como una pareidolia, fenómeno psicológico de imágenes percibidas como formas reconocibles, donde uno proyecta lo más inquietante de la propia psique. Sí, como el famoso test de Rorschach.


