En la historia del PRI jamás se vivió un predicamento como el actual; el 12 de agosto comenzó su XXII Asamblea Nacional y le precede una fila de derrotas aunada al descrédito del presidente Enrique Peña Neto, auténtico jefe del tricolor de acuerdo con la vetusta liturgia del poder que prescriben los usos y costumbres para alcanzar el estatus de ley no escrita.

En el pasado reciente hubo cismas, fracturas que se transformaron en una enconada disidencia, como sucedió con la Corriente Democrática, ala en la que participaron priistas como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez; al final ellos fueron echados del tricolor para ulteriormente dar origen al Frente Democrático Nacional que sería el germen del PRD.

En el año 2000 el PRI fue destronado de la cúpula del poder en la que se había instalado por 71 años ininterrumpidos; esa maquinaria ideada por un caudillo fue perdiendo fuerza para ser copada por tecnócratas que aceleraron teorías y praxis neoliberal. El exmandatario José López Portillo llegó a manifestarse como el último presidente de la Revolución, ya con Miguel de la Madrid llegaría otro esquema gubernamental cuyos contenidos se debieron, principalmente, a Carlos Salinas de Gortari.

El PRI llega a su XXII Asamblea Nacional con grupos en pugna, de nuevo los viejos políticos y los no tan viejos tecnócratas, se espera la intervención definitiva del presidente Enrique Peña Nieto como ha sido la norma de todos los presidentes de dicha extracción, el “dedazo” como procedimiento abreviado para imponer mecanismos y candidatos. Ningún mandatario priista rehusó ese poder, simplemente lo ejerció.

Desde Plutarco Elías Calles, su primer jefe fundador del PNR, antecedente del actual PRI, el dedazo fue la constante, el periodo del general sonorense fue conocido como el Maximato y en ese lapso impuso desde a Emilio Portes Gil a Lázaro Cárdenas. Después de Calles, los que seguirían ya en la etapa del presidencialismo imperial imponían al sucesor, se trataba de un gran elector. Origen es destino.

Como suele ser cíclico, algunas voces dentro del PRI exigen cambios aunque en otros periodos en que los ahora disidentes fueron favorecidos por las más torcidas costumbres nunca levantaron la mano para oponerse; la condición humana, diría Nicolás Maquiavelo.

Enrique Ochoa, el dirigente nacional, tiene una prueba difícil de sortear con la citada asamblea, los debates serán ríspidos por diversos temas como los candados para quienes deseen aspirar a un cargo público por el tricolor, otros opinan que el viejo partido se abra incluso a no militantes. Se abordará el tema de la ética partidaria ahora que el PRI tiene exgobernadores involucrados en expedientes pestilentes a corrupción.

Probablemente habrá rupturas en el interior del otrora partido hegemónico que rehusó modernizarse y, lejos de eso, más bien optó por seguir los manuales obsoletos del poder para regatear la democracia.