Expresaba hace algunos días mi intensa preocupación por el intercambio retórico entre el líder norcoreano y el actual presidente de Estados Unidos, porque el intercambio de insultos y amenazas de utilizar la fuerza militar en sus diferendos y sobre todo el arsenal nuclear evidenciaba el peligro para el planeta y la humanidad misma de una hecatombe de muerte y destrucción total.
Que la suerte y el futuro del hombre sobre la faz de la tierra dependiera del humor de dos sujetos con serios problemas de personalidad debía tomarse con la seriedad y sobre todo habría que tomar acciones para detenerlos a tiempo. Ahora las cosas lejos de mejorar parecen descomponerse aún más.
En su reciente declaración en torno a las acciones respecto de la intervención militar estadounidense en Afganistán, el inefable Donald Trump parece regresar al tiempo superado de la diplomacia del gran garrote, de las cañoneras, del autoasumido papel de policía del mundo. En una posición total y absoluta de maniqueísmo dividió a los policías y pueblos del mundo en buenos y malos, desde luego él y el gran pueblo norteamericano están del lado de los buenos.
En su alocución mostró y demostró su total ignorancia histórica y geopolítica, así como su absoluto divorcio de la realidad de los equilibrios militares y económicos de la actualidad mundial. Pero lo más grave, a su desconocimiento del derecho internacional aunó su arrogancia y soberbia de violentar la normatividad internacional que regula la convivencia armónica entre las naciones. Obviando por supuesto que la creación de la ONU y de esas normas de derecho internacional que aludimos fueron impulsadas por su propia nación al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Tampoco nadie le explicó que la fallida invasión de Irak por parte de Busch hijo requirió de una aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, por lo menos para “taparle el ojo al macho” y menos los militaristas que lo rodean le comentaron cómo Occidente en repetidas ocasiones ha fracasado en sus tentativas de dominación en esa zona, o cómo la URSS encontró su Waterloo y terminó por despeñarse con la invasión de Afganistán.
Y esperar que entienda que por sobre cualquier justificación que pretenda, su calidad de invasor no se la quita nadie. Lo que viene a agravar más la aventurada y anunciada escalada militar son las amenazas a Pakistán, que todos sabemos que posee su propio arsenal militar, aunque al parecer nadie se lo ha informado. O cómo pretender involucrar a India en su contra, y como aliado, es totalmente aberrante.
Todo lo anterior, sin olvidar que sus amenazas contra los terroristas y los musulmanes, en una mezcla donde confunde orígenes y religión, lo exhiben como un ignaro de cosas, situaciones y hechos, indignas para el líder de esa gran nación que, con todo, es Estados Unidos.
Tengamos esperanza que la falta de aplomo a la hora de la verdad detendrá una guerra nuclear y que la pesadilla durará solo cuatro años. Esperemos que otros actores relevantes en el ámbito mundial, como Rusia, China, la Comunidad Europea y su propio pueblo, detengan la vehemencia belicista del inquilino de la Casa Blanca.