El drama histórico vivido por el último gobernante azteca durante y después de los últimos suspiros de Tenochtitlan es materia de polémica y admiración por parte de los estudiosos del tema.

El encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma es considerado uno de los grandes acontecimientos en la historia universal; la admiración mutua y el simbolismo histórico son indescriptibles en cuanto al momento y sus repercusiones posteriores. Moctezuma es visto por grandes artistas como un personaje de incalculable riqueza en materia de análisis, Antonio Vivaldi le escribe una opera a su tristeza y desventura, Alfonso Reyes le dedica eminentes ensayos a su humanización, y el historiador Hugh Thomas le construye una épica biografía. Es el hombre que ve el comienzo de la destrucción de su imperio, pero, contrariamente, poco se ha escrito formalmente del hombre que ve el final de esa destrucción: Cuauhtémoc.

Al designado último tlatoani le cae sobre la espalda el peso la rendición y la derrota de la gran potencia de la América prehispánica, se convierte en una especie de médico de agonías cuando su antecesor, Cuitláhuac, es muerto por la viruela y su urbe se encuentra por completo sitiada y al borde la perdición entre  las epidemias, la falta de alimentos y el acoso bélico de ibéricos y grupos indígenas enemigos.  Y es que en el lapso aproximado de dos años que perduró la batalla definitiva de conquista, Hernán Cortés trazó una ingeniosa estrategia militar que encerraba sin escape la ciudad flotante que describió con asombro Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España: Obstruye todas las calzadas con un frente comandado, cada uno, por un hombre de confianza y asedia él mismo las murallas de Tenochtitlan mediante los bergantines que construye para atacar mediante el lago. Todo es planeado y suministrado desde la Villa Coyoacán.

En contraataque, Cuauhtémoc forma una alianza dual con el recinto de Tlatelolco que fortalezca le defensa y los provisiones, sin embargo, poco puede hacer ante el adverso escenario; las escasas tropas que le restan, resisten mermadas en el reducto de la metrópoli gemela y Cuauhtémoc, posiblemente tratando de negociar una mejor rendición, sale de la fortaleza en una canoa para ser capturado y llevado ante Cortés. El encuentro, al igual que con Moctezuma, tiene matices heroicos; en su tercera epístola al rey Carlos I de España, dentro de sus afamadas Cartas de relación, Hernán Cortés le describe al César la mítica escena:

“Llegóse a mi y díjome en su lengua que ya él había hecho todo lo que de su parte era obligado para defenderse a sí y a los suyos hasta venir a aquel estado, que ahora hiciese de él lo que yo quisiese; y puso la mano en un puñal que yo tenía, diciéndome que le diese de puñaladas y le matase…”

El gesto del emperador, según el eminente Eduardo Matos Moctezuma, representaba el deseo del derrotado gobernante de ser sacrificado en muerte ritual y emblemáticamente  religiosa para poder cumplir con su ciclo vital y guerrero, pero el capitán Cortés, siendo ajeno a los significados de la expresión de Cuauhtémoc,  cree que la petición es muestra de honor y valentía, por lo que decide denegarla y perdonarle la vida como compensación.

En las semanas siguientes, por estos días hace 496 años, Cuauhtémoc se mantuvo confinado para posteriormente ser presa de conjuras e intrigas por parte de los conquistadores que habían obtenido un botín de guerra bastante menor al que se imaginaban; comenzaron suponer que el último emperador mexica guardaba celosamente el secreto de la ubicación de fabulosas riquezas reales, por lo que en un acto deleznado por el propio Cortés, algunos de los subalternos, untaron sus manos y pies con aceite y los acercaron al fuego en un acto de tortura, para revelar el supuesto y codiciado lugar que guardaba el tesoro nativo. Díaz del Castillo relata que el tlatoani confeso que todo el oro había sido lanzado al agua cuatro días antes de que le prendiesen.

Después de encontrarse visiblemente lastimado por su tormento, Cuauhtémoc fue llevado como prisionero de guerra de lujo a la expedición de Cortés a las Hibueras, hoy Honduras, donde fue sospechoso constante de conspiración contra el ya gobernador de la Nueva España. Y aunque no se tiene ningún registro verídico y creíble de la fecha y el lugar en que se dio muerte a Cuauhtémoc, se sabe por diversas crónicas, memorias y relaciones que fue ahorcado, algunos mencionan a traición y otros, dicen, mediante juicio justo. Uno de los testimonios mejor estudiados se refiere al que da Diego López de Cogolludo en su Conquista de Yucatán:

“…estando para ahorcar al Cuauhtémoc, dijo estas palabras: “Oh capitán Malinche, días ha que yo tenía entendido, él había conocido tus falsas palabras: que esta muerte me habías de dar, pues yo no me la di, cuando te entregaste en mi ciudad de Méjico; ¿porque me matas sin justicia?”

El lugar donde yacen sus resto sigue sin ser descubierto, a pesar de numerosas noticias fraudulentas al respecto, aunque más allá de la tumba, vale rescatar al personaje y comenzar a interpretarlo dentro de la historia, la filosofía y el pensamiento mexicano, pues ni la victimización ni el heroísmo tienden a ser comprensivos con los mitos y las personas.