El PRI parece estar pasmado, entrampado en problemas internos que hacen aflorar la falta de talento político de su dirigente nacional Enrique Ochoa, a quien su falta de oficio lo evidencia al frente de una nave que luce decadente de cara a un proceso electoral del próximo año en el que no luce como favorito. En los últimos meses ya son diversas las voces en el interior del tricolor que manifiestan su rechazo al dirigente designado por el presidente Enrique Peña Nieto.

El PRI tiene sus atavismos, costumbres y prácticas desde su fundación que se alejan de la praxis democrática, los controles verticales se niegan a morir, el “dedazo” ha sido recurrente en los mandatarios que han gobernado el país, les seduce la idea de imponer dirigentes y candidatos porque esa ha sido su ley no escrita pero sí práctica.

En otros tiempos hubo intentos por democratizar el instituto fundado en 1929 en el auge posrevolucionario; uno de quienes buscaron modificar las reglas del juego fue Carlos Madrazo, aunque no prosperó la intención.

El tricolor luce vetusto, sin mayores variaciones porque la sumisión y una disciplina férrea lo han acompañado. Está en su ADN.

En la asamblea 17 del Revolucionario Institucional se comentaba la probable expulsión de Carlos Salinas de Gortari de las filas del tricolor, al final todo quedó en la anécdota porque se impuso la línea, la coartada, la costumbre.

Algunas voces piden cambios, hablan de cerrar el paso a prácticas perniciosas aunque algunos de los quejosos siempre fueron favorecidos por las más oscuras tradiciones, como lo ejemplifica Ulises Ruiz, por citar un nombre.

El PRI ha sido el sparring de los gobiernos de dicha extracción, ya no es el partido casi único, no más el hegemónico; los tiempos corren y ya no puede ser catalogado como un ogro filantrópico. Es un partido más inmerso en la partidocracia que tiende a secuestrar la participación política.

En la asamblea nacional 22 seguramente se agudizarán las fracturas, en los últimos años el PRI ha sido vapuleado con frecuencia en la arena electoral, algunos de sus exgobernadores se revelaron como auténticos pillos y están sujetos a procesos penales. No tiene mucho qué presumir el partido más antiguo de la actualidad, su colección de derrotas seguramente se incrementará, se ha esfumado el oficio político. Como dijera un priista de la vieja usanza “la caballada está flaca”.

Mientras en el PRI no se ponen de acuerdo, ya el PAN y el PRD perfilan un frente común para disputar la Presidencia de la República en 2018; en tanto, también Andrés Manuel López Obrador está arriba del tricolor. Se presagia el retorno de las vacas flacas al PRI que ha dejado de ser la aplanadora de antaño que hacía la simbiosis casi perfecta con los gobiernos de su extracción, que enarbolaban los logros de su nacionalismo revolucionario que se adaptaba sin mayores problemas a las modas sexenales que el presidente de turno solía aplicar. En fin, al PRI lo traiciona su origen antidemocrático, autoritario.