Por Jacquelin Ramos y Javier Vieyra

 

En alguna ocasión, Héctor de Mauleón escribió una memorable frase sobre la Ciudad de México: “caminamos sobre muertos”. El cronista hacía referencia a todos los recintos funerarios antiguos que pretendimos olvidar cubriéndolos de asfalto; las lápidas se fueron, pero los huesos no.  Bastó romper la tierra unos metros para liberar los siglos bajo nuestros pies: en la calle de Guatemala 24, hace un par de años, los rostros del tzompantli volvieron a mirar a los vivos.

El descubrimiento, posiblemente el más significativo de los últimos años,  representa un avance extraordinario en cuanto a los trabajos de exploración que desde hace décadas los arqueólogos, historiadores y estudiosos mexicanos realizan en el Centro Histórico de la Ciudad de México, de los cuales han emergido a la luz espacios de tal importancia como el Templo Mayor de Tenochtitlan o el juego de pelota prehispánico. Y nadie, dentro del eminente círculo de conocedores, tiene mayor prestigio para explicar técnica y simbólicamente tan importante encuentro como Eduardo Matos Moctezuma, quien en entrevista exclusiva para Siempre! definió el hallazgo del Huey Tzompantli de los mexicas, como la presencia múltiple de la muerte.

“El mundo antiguo tenía su propia comprensión del devenir del hombre. El sacrificio realizado era la unión entre el ser y la divinidad. Por medio de la muerte del hombre por el hombre, se lograba llegar a los arcanos insondables en que los dioses jugaban con la vida, con la muerte y con el tiempo”.

Eduardo Matos Moctezuma.

Asegura el investigador emérito del INAH que es importante recordar que el tzompantli fue un espacio sagrado indispensable para llevar a cabo la oblación deseada. Templos, santuarios y piedras sacrificiales servían para la inmolación que, finalmente, destinaba al tzompantli aquella estructura alargada, con postes de madera con travesaños y con varas donde quedaban ensartados miles de cráneos de decapitados, para hacer perdurar su presencia como clara advertencia de que el camino al Mictlán, al Tlalocan o para acompañar al Sol, se lograba a través del sacrificio ritual que quitaba la vida y daba la muerte.

Los sacrificios con aspectos religiosos y políticos

En agosto de 2015, recordó Matos Moctezuma, cuando se dio a conocer el hallazgo de los primeros 35 cráneos unidos con argamasa, se pensó inmediatamente que era muy probable que la estructura correspondiera al gran Huey Tzompantli, el altar donde se empalaban ante la vista pública las cabezas de quienes eran sacrificados para honrar a los dioses.

Los datos recabados y las excavaciones arqueológicas que se hicieron desde entonces, y que llevaron después al gran hallazgo de los restos de una torre de cráneos: un muro cilíndrico de seis metros de diámetro construido con cientos de calaveras humanas, amalgamadas con cal y en varias hileras, que forman una estructura similar al brocal de un pozo de agua, y que descansa en la esquina noreste de la plataforma del tzompantli —la parte que hasta este momento se ha identificado—, confirmaron ese supuesto. El descubrimiento daba por hecho que estos restos —dice Matos— son de las oblaciones durante las ceremonias que se llevaban a cabo en el Templo Mayor o en otros edificios de la Gran Tenochtitlan como el juego de pelota, donde eran incluidos aspectos no solo religiosos sino también políticos.

“El juego de pelota tenia un simbolismo muy importante porque era una lucha, entre otras cosas, entre el día y la noche, entre dioses, entre grandes guerreros, que a final de cuentas el que perdía era el sacrificado, y su cabeza directamente iba a parar al tzompantli”.

Otros cráneos, asevera el arqueólogo, también pertenecen a los sacrificados durante los cultos a la fiesta anual llamada Panquetzaliztli, dedicada a Huitzilopochtli, una festividad entre los meses de noviembre y diciembre, en donde se ofrendaban a los guerreros cautivos de guerra. Sin embargo, muchos de ellos no solo fueron decapitados, sino además eran sacrificados por extracción del corazón a los enemigos, a los guerreros capturados.

“Hay que recordar que el corazón y esa forma de sacrificio de extracción de esa víscera era en honor a Huitzilopochtli, la principal deidad de los mexicas, asociado con el Sol, por lo que era una manera de alimentarlo para que no detuviera su andar, porque si no se le alimentaba, el Sol se detendría y entonces vendría una muerte generalizada y por ello había esta practica”.

Añadió el especialista que el ritual de sacrificio en honor a Huitzilopochtli se acredita por la alineación del Huei Tzompantli con el adoratorio sur del Templo Mayor, donde residía el dios solar de los mexicas, en contraste con la alineación del templo de Ehécatl, que miraba de frente al adoratorio de Tláloc.

 

Cabezas de guerreras y diosas en el tzompantli

Hasta el momento, explica Matos, se han encontrado 450 cráneos aproximadamente por parte del Proyecto de Arqueología Urbana (PAU), de los cuales 80 se desprendieron para ser analizados y estudiados por antropólogos físicos, ya que prácticamente todos tienen “horadación consistente para tzompantli”, es decir, huella de haber sido atravesados por las sienes por un instrumento de punta y contundente. Y este es otro elemento que ratifica que los cráneos encontrados pudieron haber sido exhibidos en el Gran Tzompantli o en otros, ya que incluso algunos tienen marcas de haber estado a la intemperie.

“Exhibir la cabeza para ellos era importante porque se creía que residía en ella la esencia del Tonalli, una de las tres entidades anímicas de los seres humanos, que dotaba a los individuos de fuerza vital y voluntad, y se alimentaba con el calor del Sol, de allí que estuviera asociada al dios solar Huitzilopochtli. Otra, por ejemplo, era el corazón, donde se encontraba la Teyolía, o en el hígado donde se ubicaba la esencia del ihíyotl. Entonces la cabeza, desde esa perspectiva, era lo primordial para exhibir en el tzompantli”.

La mayoría de los cráneos encontrados pertenecen a jóvenes adultos, destaca Matos, lo cual podría reforzar el hecho de que se trataba de guerreros jóvenes capturados en combate. En el caso de los cráneos encontrados pertenecientes a mujeres y niños —uno o dos encontrados— es una cantidad menor, ya que se sabe que había mujeres guerreras o diosas como la Coyolxauhqui, que finalmente iban a parar al tzompantli.

La fuentes históricas, base de las investigaciones

El templo de Ehécatl y el juego de pelota (que presentaron en junio de este año), así como el tzompantli, son citados en las crónicas históricas de Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, Andrés de Tapia, Bernardino de Sahagún, Francisco López de Gómara, José de Acosta y Hernando Alvarado Tezozómoc, entre otros, lo cual muestra la estrecha relación que existe entre estos edificios y el Templo Mayor.

Añadió Matos que estos relatos históricos no solo guiaron para los trabajos arqueológicos, sino además daban cuentan del impacto que hasta hoy tiene el Huey Tzomantli, Gran Tzompantli del Templo Mayor, al ver la palizada de cráneos, y que en su momento horrorizó a los conquistadores españoles cuando arribaron a Tenochtitlan.

“En el caso del militar y cronista extremeño Andrés de Tapia, que llegó a Tenochtitlan en la leva de la conquista, hombre de confianza de Cortés, narra en su relación cómo era el tzompantli, al cual nombró como Torre de ciento trece gradas, y lo define como el horror de los templos”.

Explicó el arqueólogo mexicano que, también por datos otorgados por los cronistas de la época, se sabe que existe un tzompantli principal y otros pequeños. Por ejemplo, Bernardino de Sahagún, habla de siete tzompantlis, por lo que asevera el especialista que solo se han encontrado dos, los cuales están detectados en el Plano de Cortés de 1524, el principal que se llamaba Huey Tzompantli, que esta frente al Templo mayor, y el  segundo, al norte del Templo Mayor, que se trata de una pequeña estructura.

 

No solo se debe mirar el tzompantli, sino el hallazgo del Templo Mayor

Matos, también Premio Nacional de Ciencias y Artes e innumerables distinciones nacionales y extrajeras, ratifica que se continuará con las excavaciones, por lo que asegura que seguirán saliendo más cráneos, y quizás más adelante se podrán detectar las etnias de las que proceden, ya que por las características que presentan en la formación craneal, mutilación dentaria y otras peculiaridades se puede pensar que algunas pertenecen a cierta etnia enemiga de los mexicas.

Determinó el arqueólogo que actualmente no solo se debe de mirar el tzompantli, que bien es cierto que es uno de los hallazgos más relevantes que nos da un panorama amplio sobre lo que era el recinto ceremonial mexica, sino debemos redescubrir todo el contexto: el hallazgo del Templo Mayor, integrado por pequeños pero significativos hallazgos como los adoratorios que lo circundan; ejemplo de ello es el juego de pelota atrás de la Catedral; Cuachicalco, un edificio circular en el que se enterraron las cenizas de algunos tlatoanis mexicas; el Calmécac, debajo del Centro Cultural de España, y el templo circular dedicado a Ehécatl-Quetzalcóatl (deidad que precedía a la lluvia), en el Hotel Catedral.

Dice Matos estar convencido —ahora que están por cumplir 40 años de estudio sobre el universo del Templo Mayor— de que dar a conocer la riqueza y complejidad del Centro Histórico jamás debería ser una tarea de pocos, ya que repetir una y otra vez las mismas firmas, no sabe a indagación sino a privilegio: por el contrario, si crece el número de miradas se logra una mayor comprensión.

“La vida en un lugar que es el reflejo de todo un país —así de complejo y maravilloso— necesita de muchas miradas, de muchas manos, de la diversidad de pensamientos y conocimientos, para retratar esa complejidad a fondo. Le debemos, al menos, eso a nuestra historia”, concluye Eduardo Matos Moctezuma.