Hoy hace 118 años, el mundo conoció a Jorge Luis Borges, uno de los más esplendorosos hombres de letras en la historia.

Nacido en el último suspiro del siglo XIX, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo comenzó su paso por el mundo en Buenos Aires. Desde muy temprana edad las bibliotecas se convirtieron en su otra casa; su padre un ávido lector le indujo por primera vez al mundo en que habría de ser gloria. A la edad de cuatro años, Borges dialogaba ya con la pluma y enfilaba sus aspiraciones literarias al primer gran logro de su vida, pues tan sólo un lustro después traduciría El príncipe feliz, de Oscar Wilde, y lo publicaría en el periódico El País.  

Todavía siendo muy joven, Georgie viajó a Europa y se encargó de construirse una virtuosa educación autodidacta, aunada a la disciplina académica que marcaba la formalidad; además de siempre mantenerse en contacto con los grandes clásicos de la literatura, también participaba en los grupos intelectuales de la época sobretodo en España, donde entabló una prolífica amistad con personajes como Ramón de Valle-Inclán y Gómez de la Serna. Vale decir que su universo en las letras nunca estuvo delimitado por el idioma castellano, debido a que  dominaba perfectamente el inglés y otras lenguas. Sus publicaciones nunca cesaron en el viejo continente, colaboró en diferente publicaciones especializadas en Francia y el país ibérico hasta su regreso a Argentina en 1921.

Ya establecido en su patria nuevamente, Jorge Luis Borges consolidó sus notables antecedentes trabajando al lado Macedonio Fernández en la fundación de dos revistas, Prisma y Prosa, y nació a la luz Fervor, su primer libro de poemas en 1923. A partir de ese momento, la fecundidad marcaría para siempre su labor de escritor y su oficio de pensar; ya en la década de 1930, conocería a quien sería su gran amigo y compañero de andanzas, Adolfo Bioy Casares, y junto a él colaboraría en diversos proyectos entre las que destaca su afamada Antología de la literatura fantástica.

Es también durante esta etapa de su vida en que comienza a adentrarse de manera más profunda al mundo de la traducción descifrando a autores como Faulkner y Virginia Woolf.  

Desde el año de 1937 hasta 1945 el gran ilusionista del cuento trabaja como bibliotecario en Buenos Aires y se vuelve niño en juguetería: penetra a sus anchas en el mundo infinito de las anaqueles y aprende también la disciplina que demanda su administración, su vinculo con los libros y sus espacios es ya irrompible; es fuente de inspiración La biblioteca de Babel, uno de sus textos más universales y su pasión  para ser director de la Biblioteca Nacional de Argentina por 19 años.

Dentro de su trabajo encontramos los tres géneros por excelencia: la narrativa, la poesía y el ensayo. En  ellos, los títulos desfilan como un deslumbre de genialidad y memoria en la literatura. Encontramos: Historia universal de la infamia Ficciones, El Aleph, La rosa profunda, La cifra, Inquisiciones y Libro de sueños. Su obra fue reconocida meritoriamente con el Premio Cervantes en 1979, sin embargo, mucha fue la polémica en el ámbito de que la Academia Sueca nunca tuvo en bien galardonarlo con el Nobel, máxima presea para literatos en el mundo. 

Si existe un fuerte lazo de amistad entre México y Borges, es gracias a la entrañable y alegórica amistad que mantuvo con quien probablemente fuese el único hombre que estaba a la par de su erudición y su vocación literaria: Alfonso Reyes. Y es que ambos congeniaron desde el momento en que se conocieron en  en la quinta de Victoria Ocampo; los unían las perdidas heroicas militares, su nivel de interpretación, el boicot del Nobel,  pero, sobretodo, “el amor de la literatura y de las literaturas”. Borges nunca ocultó su admiración por Reyes de quien decía que poseía “el circulo completo” del conocimiento y no sólo un arco o segmento como el resto. Fue tanta la devoción entre ambos que el escritor argentino recibió, en la Capilla Alfonsina, el primer Premio Internacional Alfonso Reyes en 1973 como gesto simbólico de su relación.

¡Larga vida a Borges!