No hay partidos, solo mexicanos  dispuestos a sacrificarse por la patria. Anónimo

El 9 de agosto de hace 170 años, el rugir del cañón anunció a los capitalinos que el enemigo yankee había abandonado Puebla y se dirigía a la capital del país para tomarla.

El derrotado Santa Anna retomó la Presidencia de la República y, llamando a junta patriótica a militares de la talla de Nicolás Bravo, de su sustituto don Pedro María Anaya y otros prohombres, determinó el plan defensivo de una ciudad abierta, sin fortificaciones, a la que solo le ayudaba su orografía y su hidrografía, de ahí que priorizara la fortificación y defensa del Peñón Viejo, prominencia cercana a los campos de Balbuena y baluarte natural desde cuyas alturas se dominaba prácticamente el valle con la ciudad y sus lagunas.

En los “Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos”, escritos en 1848, por plumas de la talla de Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, José María Iglesias y otros —que, a diferencia de la obra de Roa Bárcenas, Recuerdos de la invasión norteamericana (1846-1848), escrita más como diario de guerra— se describen más los ambientes y momentos que solo la tragedia militar que cercenó el territorio nacional.

Estos “Apuntes” dan cuenta del regocijo con el que en la ciudad se recibió el cañonazo del 9 de agosto, de la algarabía y los gestos patrióticos que marchas y fanfarrias provocaron entre los capitalinos, muchos de los cuales se alistaron en diversos batallones para defender la ciudad desde el Peñón Viejo, formación rocosa que en un día se transformó en el epicentro de la vida política y social de la nación.

Al Peñón acudieron Santa Anna y su corte, los más aguerridos militares; y los ambulantes de aquellos ayeres, pronto colocaron sus puestos a la vera del camino, cantinas y fondas saciaron hambres y francachelas, así mismo tuvieron lugar procesiones religiosas y la solemnísima misa de la Asunción, celebrada por el propio arzobispo Irisarri en la hondonada Morelos.

Mientras los capitalinos festejaban y rezaban, Winfield Scott y sus tropas optaron por acceder a la ciudad desde posiciones más accesibles, como las que le ofrecían las villas y poblados ubicados al sur y al poniente de la capital.

Al percatarse del cambio de ruta del enemigo, Santa Anna ordenó el retorno de la tropa a la capital, en espera de órdenes para fortalecer algunos de los otros puntos elegidos por el veracruzano para enfrentarlos.

El regreso sin gloria del ejército profesional y popular acabó con la “fiesta santannista” y así la evasión gringa fue una amarga derrota.

En aquellos “Apuntes” se describe como un mal presagio el espíritu enlutado que se ciñó sobre la ciudad, como un mal final para aquella pletórica semana de patriotismo que unió en el Peñón Viejo a más de veinte mil mexicanos dispuestos a sacrificarse por la patria; cualquier semejanza con la actualidad no es coincidencia, es una tragedia nacional.