Hoy surgen muchas dudas que inciden en el pensamiento político. Una de ellas se refiere a la necesidad de establecer las condiciones de gobernabilidad de nuestros días, independientemente de las del mañana.

De los múltiples factores que habrán de operar y de influir en el proceso de la gobernabilidad mexicana existen tres que, por su importancia, vale la pena destacar por encima de los demás. Ellos son los factores motivacionales o “aspiracionales”, los factores motrices y los factores “conduccionales”.

Ante todo, y al igual que como sucede con el concepto de gobernabilidad, la reforma no es un concepto absoluto y universal. Cada quien lo entiende con su propia óptica y, de allí, surgen sus riesgos principales. Uno de ellos, que se cancele por imposibilidad en los acuerdos de conducción o de alcance. Otro, que encarrile a los protagonistas en una ruta de colisión, producto del enfrentamiento irreductible entre aspiraciones colectivas incompatibles.

El primero de los resultados negativos, la cancelación de la reforma, conlleva a la conservación del statu quo en todo lo que tiene de malo para las mayorías. El segundo efecto, la colisión de la reforma, conlleva a la ruptura del orden nacional, a efecto de hacer prevalecer algunas de las posiciones enfrentadas, bien por la vía de la dictadura o, bien, por el camino de la revolución, no necesariamente armada.

Así pues, el porvenir de la reforma mexicana dependerá de la coincidencia que pueda haber entre los tres factores que hemos mencionado más arriba. Las aspiraciones, que no son otra cosa más que la concreción de la reforma. Los sectores motrices que le habrán de dar impulso y legitimación. Es decir, la generación de la reforma. Y los individuos que habrán de orientarla, operarla y dirigirla. Es decir, la conducción de reforma.

Por todo eso, ante un panorama político referido a los entornos y posibilidades a que hemos aludido, surgen los escenarios de la oferta, tanto en lo individual como en lo institucional. Desde luego que no debemos referirnos tan solo a la oferta de gran horizonte o de amplio espectro como pudieran ser los importantísimos asuntos de la democracia, de la macroeconomía, de la globalización, de la libertad, de la paz y de la soberanía. Temas, todos ellos, trascendentes a no dudar e ineludibles en la atención y en la proyección de quienes, como partido o como individuos, pretendan gobernar.

Pero es innegable que estos temas son patrimonio casi exclusivo, si se me permite expresarlo así, del entendimiento y del planteamiento de un reducido número de mexicanos dotados de ilustración y de inteligencia para abordarlos y debatirlos. Tan reducido que, por ello, al igual que como sucede con los muy ricos, ni pintan ni cuentan en el campo de las elecciones ni en el de las legitimaciones políticas.

Por eso, lo más importante para los efectos de la reforma no son los ochenta o cien temas que componen la agenda nacional, sino aquellos que afectan a diario al ciudadano, y que, de lo que le digan o le callen los gobernantes y candidatos, dependerá su futuro y, de paso, el de todos.

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