Gustav Jung nació hace ciento cuarenta y dos años, un veintiséis de julio, fue un psicólogo que se definió como un enfermo, cuando empezó a sufrir visiones y a escuchar voces, primero por el uso de la mezcalina, que lo llevó a enfrentar sus miedos creados por pensamientos oscuros, negativos, a los que llamó “imaginaciones activas”, y después al desarrollar métodos propios “mentales” para inducir sus visiones sin drogas, todo quedó anotado en su Libro rojo, que así lo llamó porque estaba forrado de piel roja, y allí narró sus viajes psicodélicos, para analizarlos y convertirlos en información que le ayudaba a activar mecanismos en su cerebro para evitar pensamientos negativos asociados a sucesos. Y a través de toda esta información recabada en su libro llegó a la conclusión de que un conjunto de deseos hace los pensamientos a los que dijo “forman la mente”. Escribió los diferentes tipos de mentes que dan “realidad” a ciertas personalidades, preguntándose “¿qué tan únicas e irrepetibles somos las personas?”. Y plasmó lo siguiente: “Mente introvertida: tiene interés en las ideas, en lugar de los hechos; le importa más la “realidad” interior; tiene poco interés en las intenciones ajenas, por la poca relevancia que tiene a lo externo. Sentimental introvertido: reservado, simpático, comprensivo con los amigos cercanos y otros que lo necesiten, amoroso, pero no lo demuestra, callado, melancólico (rasgos de algunos músicos y artistas). Mente extrovertida: los hechos son su interés y crea teorías según las emociones, sentimientos, descuida a su pareja y amistades. Sentimiento extrovertido: son sociales, es muy propenso en las mujeres, quienes aman más a un hombre que “conviene” y su actividad intelectual es únicamente por lo que sienten. Sentimiento extrovertido: busca el placer en todas las formas, comodidad, sexual, etcétera, atribuye magia a objetos de manera inconsciente”. Y toda esta información es utilizada actualmente por psicólogos y escritores, un ejemplo es William S. Burroughs, pues creyó que le ayudaría a definir a sus personajes, y a conocerse a sí mismo en relación con las drogas, podemos verlo claramente en uno de sus últimos libros El fantasma accidental, donde escribe: “La azuela se desvía del nudo y le corta la mano izquierda entre el pulgar y el índice. Es un corte profundo, pero el dolor que siente no es mayor al que habría experimentado si su mano misma fuese de madera. Mira hacia abajo con incredulidad. La sangre que gotea no es roja, sino de un pálido color amarillo verdoso que despide un olor de corrupción amoniacal, como orina podrida, el tufo de la estancia del hombre sobre la tierra. Donde la sangre cayó sobre la madera bruta, la corroe como ácido y traza un rostro simiesco, maligno, grabado con odio, maldad y desesperación. Se toca la herida con los dedos de su mano derecha y ésta se contrae y sana bajo esa imposición. Ni siquiera queda una cicatriz”.
En fin, Burroughs fue un gran lector de la obra de Gustav Jung, sobre todo del Libro rojo, que lo ayudaba a comprender su mente alterada.