Apenas se menciona el nombre de José Luis Cuevas se piensa en publicidad, pero no fue el único en autopromoverse, hoy casi ningún artista sobrevive sin rendirse a la mercadotecnia. Cuando uno lo conocía se dejaba ganar por su voz entre ahogada y sexy, cuando se reía de sus trucos para atraer la atención del público. No sé si a otras personas les confesó su secreto: “Es muy fácil, tírale al más conocido y aunque nadie te conozca te entrevistan por su interés en el famoso”. Y pensé, claro, cuando José Luis comenzó, el más célebre y hasta escandaloso era Diego Rivera. ¿De ahí, surgió su leit motiv de “la cortina del nopal”? ¡Ah! lo otro que me dijo fue que como a Pedro Infante siempre le pedían “Amorcito corazón”, me confió “mi amorcito corazón es lo de la cortina del nopal”.

Así de sencillo, no tanto.

De niño, Cuevas se acercó a ver pintar a Diego Rivera y el artista, que seguro no le gustaban los rubios y prefería la observación femenina, le dijo: “Sáquese de aquí, escuincle cara de ratón”. Algunos han tomado por un gesto para la foto que el joven Cuevas se haya acercado al féretro de Rivera por un momento para sostener el ataúd, para mí, que más bien fue para revelar que lo admiraba en secreto. Una de sus hijas, leí en un periódico, tiene como su objeto más valioso el lápiz que Rivera le dio a Cuevas. Otra de sus hijas, o la misma, tiene la pulsera, una correa de cuero, que el pintor aseguraba había pertenecido, si no recuerdo mal, a Gilbert Roland y que nunca se quitaba de la muñeca.

Es obvio que su lucha contra la cortina de nopal puede tener otras causas. Se queja en algún libro que en las fiestas escolares lo vestían de Tío Sam y los demás niños, en un ataque de nacionalismo, llegaban hasta los golpes. Por supuesto, que, en el terreno del arte, puede haber sido un afán de ruptura con el muralismo.

No todo es publicidad, hasta aquí no se ha dicho que de modo unánime la crítica lo califica de dibujante excepcional. En mi opinión, su valor como artista es su muy personal y desgarradora, pero sobre todo desolada visión del mundo.

La ola publicitaria que vino de EU

En los sesentas, el gobierno de Estados Unidos tuvo la paranoia de que el comunismo se podía colar a través de las novelas de la Revolución Mexicana, (lo cual es francamente descabellado), y el muralismo y la Escuela Mexicana de Pintura que eran practicados por artistas comunistas, como Rivera, Siqueiros, Fermín Revueltas, Xavier Guerrero.

El proyecto cultural del gobierno de los Estados Unidos, que ahora ya se comenta en libros y programas de televisión, estaba encabezado por la Agencia Central de Inteligencia (la famosa CIA) que trató de propagar, lo que logró, la literatura fantástica y la pintura abstracta, en particular el expresionismo abstracto en toda América Latina. Se proponía también colocar a Nueva York, no sólo al Museo de Arte Moderno, sino a las galerías de la avenida Madison, como capital de las artes para desplazar a París.

A Latinoamérica se envió al cubano-estadounidense José Gómez–Sicre con la finalidad de crear concursos de pintura que sólo admitían arte abstracto, (patrocinados, fíjese usted, por la petrolera Esso), mientras la revista Life, la más popular en esos momentos, invitaba a un concurso de literatura fantástica. Si usted visita el Museo José Luis Cuevas podrá leer con sus propios ojos que una de las salas lleva el nombre de José Gómez–Sicre. No se trata de una invención, un ex jefe de la CIA reveló en la TV inglesa estos entretelones, ni mucho menos de suponer que José Luis y los demás miembros de la Ruptura (Manuel Felguérez, Vicente Rojo, Fernando García Ponce o Lilia Carrillo) fueran cómplices. Simplemente que la actitud de Cuevas es como todo, multifactorial y no obedece a un solo impulso. Gómez–Sicre apoyó a Cuevas, a pesar de ser figurativo y no abstracto, (como sí lo son los pintores citados en el paréntesis anterior), porque casualmente su caballito de batalla de la cortina del nopal quedo como anillo al dedo al proyecto de la CIA. (Los documentos de Gómez–Sicre resguardados en la Universidad de Austin, muestran además que el también empleado de la OEA sirvió de ghost–writer al “enfant terrible”).

Las mujeres lo perseguían

Cuevas solía contar que una vez en el Metro de Nueva York, ya muy noche, subió una obesa mujer, creo que negra, y pronto empezó a asediar a José Luis que se corría sobre el asiento hasta que escapó del Metro en un ataque de pánico. Otra vez, en su columna Cuevario (que aparecía en El Búho, sección que dirigía René Avilés Fabila para Excélsior) relató un episodio casi idéntico, pero ocurrido en Brasil y más tarde, otro similar en su casa de las calles de Galeana, mientras Bertha se había ido a dar su clase en Tlalpan. En estas dos últimas versiones, la mujer obesa del Metro es una mujer bellísima que, sin embargo, acaba por aterrorizar al pintor. (La mujer obesa de la primera versión que escuché en boca del pintor puede ser una mujer embarazada, vale decir la madre del complejo de Edipo).

Cuando se le rindió un homenaje en Veracruz, Cuevas y Bertha estaban sentados en la mesa de honor con Dante Delgado que en este tiempo era el gobernador. En ese desayuno, nos tocó casualmente a mi hermana Magdalena y a mí sentarnos con Santiago Ramírez, hijo del psicoanalista del mismo nombre. Por cierto, Alberto Cuevas, su hermano, es psicoanalista y Bertha también lo era, de hecho José Luis y Bertha se conocieron en un manicomio al que José Luis, como el Greco y los pintores de vanguardia, acudía para pintar a los enfermos mentales, y Bertha a practicar sus estudios, pero el psicoanalista de José Luis era Santiago Ramírez, pues bien, Santiago, hijo, cometió la indiscreción de contarme que esas persecuciones que aterrorizaban al pintor no ocurrían en la realidad que eran una fantasía recurrente del pintor.

De lo anterior, no debe discurrirse que las mujeres reales no asediaban a Cuevas. De cada exposición Bertha tenía que rescatarlo de un cerco de admiradoras. (La Kiki Herrera Calles le llevó serenata a su casa de la Colonia del Valle y Bertha, creo, le tiró un balde de agua).

Una vez en mi casa, vi a Tere Velázquez (sí, la inspiración de Almodóvar) rogándole que la pintara y a José Luis negándose, el último argumento del pintor es por demás significativo: “No, Tere, eres muy bonita, y no pinto cosas bonitas”, creo que dijo, “sólo feas”, pero debió decir sólo atroces: locos, prostitutas, monstruos. Era un pintor cercano a la literatura, pero lo imantaba el mundo oscuro de escritores como Quevedo (el de los Sueños), Sade o Kafka, lo curioso es que ese mundo desgarrado casi siempre tenía un solo rostro, el suyo. No sobra decir, como lo corroboran las fotos, que José Luis era un tipo guapo, sin embargo, él no pintaba cosas bonitas, su rostro se transformaba en sus pinturas, era él, pero en su lado oscuro, desolado, quizás desamparado.

Poco se ha explorado el mundo religioso de Cuevas, pero tenía una hermana monja y en lo personal, no puedo olvidar que un día que entrevistaron a Alberto Cuevas, a Beatriz Pagés y a mí, Beatriz y yo, muy profesionales, probamos el audio con el tradicional uno dos, tres, cuatro. Mientras Alberto, no lo puedo olvidar, comenzó y no se detuvo hasta que terminó un rezo católico, algo así como “¡Dios te salve María, llena eres de gracia, bendita tú entre todas las mujeres…”. En el estudio, todos estábamos estupefactos, más todavía cuando el Doctor continuó con la historia aquella que reiteraba José Luis sobre que una gitana le había vaticinado que moriría joven. Con eso, el pintor justificaba su modo acelerado de vivir, mientras Alberto, su hermano, se quejaba de que él debería ser el famoso, porque José Luis, según el vaticinio, moriría antes de alcanzar la fama. Bertha le tomaba una foto diaria para ver cómo lo transformaba el tiempo. A mí me parecía un ejercicio macabro sobre “cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando”.

Cuevas, el cine y la trivia

A Monsiváis y Cuevas, como a Fuentes, les fascinaba el cine. A José Luis sobre todo el cine de rumberas, pero una vez, en mi casa, estaba el director de cine Miguel Delgado, y entre Carlos, José Luis y mi primo Daniel. le ganaron a Miguel Delgado con el tema: ¡las películas dirigidas por Miguel Delgado¡ Ellos recordaban mejor, los títulos, los artistas y hasta los técnicos que el mismo Miguel. El juego de la trivia consistía en recordar datos de antemano inútiles, banales. Y este sábado que comí con el crítico de cine Luis Terán, me recordó que le ganó una trivia a Cuevas cuando Luis recordó las placas del coche de Donald que, me dijo ahora, creo que eran 313. No se recuerda de un mano a mano de Monsiváis y Cuevas sobre quien recordaba el mayor número de créditos de Lo que el viento se llevó. También en mi casa escuché asombrada las imitaciones que Cuevas hacía fingiendo la voz de Fernando Benítez o de Carlos Fuentes.

Lo acompañamos cuando su mural efímero que, en lo personal, recuerdo como algo caótico. Un ballet de muchachas lo acompañaba, era el ballet de Malena Soto. Dice Luis Terán que por ahí andaba Julissa en moto. En una ocasión la fiesta de la inauguración de una exposición de José Luis, probablemente en la galería Juan Martín, fue en mi casa. Entre los que ahí estuvieron recuerdo a Martha Verduzco y a Luis Guillermo Piazza y Yolanda su mujer, porque se fueron en nuestro coche que manejó, no mi hermana, sino Miguel Cervantes, que murió recientemente como pintor famoso en el Cairo. Seguramente iba Ulises Carrión, quien también falleció y se le hizo una exposición en el Reina Sofía de España.

La última vez que vi a José Luis, hace años, me dijo: “Cómo están los amigos”. Para no cometer un error, le dije: “¿a cuáles te refieres? Me contestó lo que esperaba: “A Carlos Monsiváis” Le contesté, para no herirlo, la verdad a medias: “Ya lo vemos muy poco”, pero no añadí que nos veíamos con gusto y prometíamos vernos más seguido. Ni tampoco le dije que Carlos me había dicho que no le perdonaba, en general, su machismo y en particular, su sobrenombre del Gato macho. Bertha Riestra, su primera esposa, lo llamaba Gato y su segunda esposa, leo en entrevista de Elena Poniatowska, Cachito.

Muere José Luis como vivió: en medio de una polémica. Esta vez, el enfrentamiento entre Beatriz del Carmen Bazán, a quien sólo saludé unas dos veces, alguna de ellas en una comida de la revista Siempre, y sus hijas Mariana, Ximena y María José.

De algún modo, José Luis conservaba algo del niño que fue, se reía de sus desplantes públicos como un chamaco se ríe de sus travesuras.