Cuando un hombre pide justicia es que quiere que le den la razón.

Santiago Rusiñol y Prats

Desde la transición democrática, no hay duda, México ha evolucionado, se han construido más instituciones y se han abierto espacios suficientes como para oxigenar la política y permitir el juego y rejuego de todas las fuerzas políticas, económicas y sociales de la república, un juego y rejuego en el cual a veces son actores los ciudadanos de a pie, a veces simples espectadores.

A diez meses doce días de las elecciones del 1 de julio de 2018, en las cuales los ciudadanos acudiremos a votar para elegir presidente de la república, nueve gobernadores, alcaldes, diputados locales y a los senadores y diputados del Congreso de la Unión.

Los medios y los politólogos hacen cuentas sobre las posibilidades de triunfo de uno u otro partido, pero salvo foros electoreros, nadie nos explica a los ciudadanos que iremos otra vez a las urnas para escoger qué rumbo tomará esta nación de más de 120 millones de habitantes durante los siguientes seis años.

Mientras, no sabemos si las elites económicas y políticas seguirán en otra histórica disputa por la nación. Porque eso es lo que estamos viviendo desde hace ya varios años, una disputa por la nación, en la que cada grupo de nuestras elites quiere imponer su punto de vista a los demás mexicanos.

 

Por ahora, la disputa se refleja en esa súbita “sed de justicia” que parece consumir a nuestras elites, una sed de justicia que, a veces, más bien parece sed de venganza.

Esa es la razón de las narrativas de los voceros de las elites por la necesidad de “moralizar” el ejercicio del servicio público, el cual, según los más exaltados debe desarrollarse en niveles más bajos que aquella “modestia medianía” de que hablaba don Benito Juárez.

Y esa es la razón de los cada vez más numerosos juicios sumarios contra reales o presuntas fallas en el desempeño de los funcionarios públicos. Esa es la razón por la cual nuestras elites políticas y económicas quieren limpiar la vida pública nacional.

Por eso sus voceros se erigen en comités de salud pública que claman contra quienes prevarican o simplemente son sospechosos de hacerlo. Si no nos apresuramos, esos comités de salud pública podrán exigir aprovechar la remodelación del Zócalo de la Ciudad de México y, como en el virreinato, erigir un cadalso donde los malos sean quemados en medio del aplauso de la multitud y de gritos de ¡justicia, justicia, justicia!

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