Creo que muchos mexicanos están soñando con lo que no existe. Por eso me preocupa que, al despertar, se vayan a encabritar en contra de un gobierno al que estimo bien y del que he esperado mucho.

Todos los pueblos sueñan. Por eso, sus gobiernos requieren administrar una “política nacional de sueños”. Esto no es una ingenuidad ilusa sino la crudeza y el cinismo de la realpolitik, la única en la que creo. Ella le recomendaría al gobierno solo dos métodos para los mexicanos. Uno, despertarlos ya, para que no sueñen. Otro, sedarlos prolongadamente para que despierten hasta el próximo sexenio. Para lo primero se requiere mucha valentía. Para lo segundo se necesita mucha inteligencia.

Si yo tuviera que mostrar ejemplos diría que Ernesto Zedillo nos despertó bruscamente y que Carlos Salinas nos adormeció largamente. Pero ambos, como políticos realistas, asumieron y aplicaron su propia política nacional de sueños.

Esto nos presenta advertencias reales que, a su vez, nos obligan a prevenciones reales. No hay la menor duda de que son varios los millones de mexicanos que, por una parte, sueñan con un futuro nacional grande, ineludible e infalible, tal como lo hacen los chilenos, los franceses y los alemanes. No digo que son ingenuos ni ilusos. Son mexicanos esperanzados y optimistas que creen en una futura salvación nacional donde todo será mejor.

Pero, por otra parte existen otros varios millones de mexicanos que sienten que nuestro pasado nacional fue lo mejor que pudimos tener y que este es irrepetible, aunque inolvidable. No digo que sean mexicanos amargados ni catastrofistas. Yo diría que son mexicanos orgullosos y melancólicos que piensan, como los argentinos, los italianos y los ingleses, que nuestra mayor gloria ya pasó.

Pero, por debajo de esta formulación intelectual contrapuesta, aparece una realidad terrible y, por añadidura inevitable, cuyo simple enunciado es de la mayor severidad política y debiera ser la principal preocupación de nuestros gobernantes.

Esos millones de mexicanos que sueñan unos con el futuro y otros con el pasado constituyen una abrumadora mayoría que concuerda en una coincidencia terrorífica. A casi todos los mexicanos no les gusta nuestro presente, no les gusta nuestra pobreza, no les gusta nuestra inseguridad, no les gusta nuestra justicia, no les gusta nuestra diplomacia, no les gusta nuestra política y, por último o por principio, no les gustan nuestros gobiernos.

Mientras puedan se refugiarán unos en el pasado, otros en el futuro, algunos más en otro país, quizás algunos en otra dimensión. Pero, cuando ya no puedan encontrar algún refugio, ¿hacia dónde y contra quién se volverán? Para ese entonces, ¿quiénes son los que habrán de refugiarse de su desesperanza, de su desesperación o de su rabia?

Esta es una advertencia que nos hace la política real. La que no se engaña con estadísticas. La que no se ensueña con discursos. La que no se estafa con ceremonias. La que sabe distinguir la realidad de la ficción. La que puede interpretar y diagnosticar tanto a su propio país como a los países de los otros.

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