El espacio es incertidumbre; a algunos aterra, a otros atrae. Es escenario para perderse o crear. ¿Qué es la imaginación sino el espacio infinito?

Cuando conocí la obra de Lorena Camarena Osorno me pareció estar frente a ese espacio, el de ella; fue una experiencia fascinante. Enmarcado por las geometrías etéreas de la Fundación Sebastián, se presentaba a la vista un cuadro irresistible: en un fondo oscuro a tonos, como las nostalgias eternas, se distinguían un tronco negro, hojas volando y destellos esparcidos. Bastaba mirarlo un poco para sumergirse  en un abismo deliciosamente desconcertante.

Las preguntas comenzaron a fluir con los segundos: ¿Las hojas flotan? ¿El tronco cae? ¿Es acaso su follaje el resto de la pintura? Tal vez sea lo que Lorena ve cuando despierta, la melancolía, los fantasmas…

Con todas las interrogantes, definir la obra de Lorena Camarena se presentaba como un desafío literario. Busqué lo más que pude del resto de su trabajo para poder escribir estas líneas y me encontré con un encantamiento todavía más avasallante, ya no enfrentaba a una sola pintura sino a todo su universo.

Había elementos imprescindibles. Los fondos  entre colores y luces de añoranza eran uno de ellos. Me perecieron autenticas ventanas del Edén; no exagero al comparar la sensación de mirarlos con aquella que se experimenta frente a lo inabarcable: el cielo, por ejemplo. Lorena invitaba a crear el mundo a través de ellas, se convertía en una suerte de diosa experimental que daba al hombre la pagina en blanco pero sin perder la pauta de su creación. Algo parecido a escribir por encargo.

La prueba de ello era que, en los maravillosos fondos, convivían y se conjugaban, como en una danza de corrientes; las creaciones de su cornucopia: brotaban  flores, nacían hojas y había mariposas que remaban el aire. Se notan  rosetones invisibles, objetos pesados a la gravedad, círculos en fila, paraguas, percheros, revólvers, siluetas  sin alma. Era una alegoría completa; los sueños, las visiones, el genio y el espacio de Lorena.

Sus retratos y desnudos merecen una mención aparte. Al tiempo que puede crear tal grado de ilusiones, Lorena Camarena Osorno hace palpable lo humano. Con una técnica nítida y contundente, aunada a su magnifico manejo de sombras, es capaz de plasmar la esencia de la expresión de un rostro o un cuerpo aún en una intensa bruma o una situación suprarrealista. Es curioso, y aspecto de mucho mérito y embeleso, que pueda lograrlo sin detallar en exceso puntos de gran efusividad como lo son los ojos y, todavía, pueda transmitir erotismo, pasividad o alta clase, según su deseo.

No puedo concluir sin dejar de mencionar mi enorme admiración por Lorena y mi cariño absoluto por Celia, su tía, quien me la presentó personalmente el día que descubrí su obra. He tenido una visión diferente del papel de la pintura desde entonces; se me ha vuelto una fuente para contar historias y hacerme preguntas. La imaginación de Lorena es un buen lienzo para ello.