El verdadero balance de las “elecciones” –si es posible llamarlas así– del domingo 30 de julio en Venezuela para elegir (en forma fraudulenta), una apócrifa Asamblea Nacional Constituyente “con plenos poderes”, a modo del presidente histrión Nicolás Maduro Moros, no está en el número de votantes o de los que dejaron de hacerlo, sino en los muertos que hubo en los violentos comicios que convocó unilateralmente para ese día el mandatario de la República Bolivariana de Venezuela. Según distintas fuentes, las personas asesinadas en dichas elecciones sumaron entre 12 y 16.

En la historia de las elecciones del país bolivariano jamás había sucedido una matanza de esta envergadura. En pocas palabras, este “golpe de Estado” auto infligido por Maduro no fue, ni por casualidad, ni fiesta democrática, ni una ceremonia cívica en paz. La declaración de triunfo del chavismo, cantada a la medianoche del domingo anterior, no fue sino otra bravata del venezolano que “habla con los pajaritos”. No se puede hablar de comicios cuando solamente participa un partido, el oficial. Mucho menos de democracia, pues pocos días antes los militantes de los partidos de oposición –más de siete millones de electores que acudieron a las urnas sin el apoyo oficial– votaron en contra de la elección de la susodicha Asamblea Nacional Constituyente, que, entre otros propósitos, en 72 horas después de los comicios “sustituiría” a la legítima Asamblea Nacional, elegida en las elecciones de 2016 y cuya mayoría quedó en manos de la oposición. Ahora, por órdenes de Maduro, la nueva Asamblea Constituyente sustituirá al Parlamento legítimamente elegido.

Para ese día, miércoles 2 de agosto, la oposición convocó a otra manifestación masiva frente al Palacio Legislativo, sede del Parlamento legítimamente elegido, donde supuestamente la Constituyente sentaría sus reales.

En su momento, Maduro ganó la presidencia en elecciones amañadas. Tomó el poder con el apoyo del ejército (que continúa apoyándolo) y en base a “interpretaciones oficiales” ha (des)gobernado Venezuela al punto de llevar al país al borde de la quiebra, sin siquiera proveer al pueblo alimentos, medicinas y seguridad. ¿Cuándo trocó de presidente democrático a dictador apoyado en las bayonetas y en un círculo de políticos corruptos amafiados con el narcotráfico mundial? La respuesta es clara: desde hace mucho tiempo. En esencia, Nicolás Maduro Moros se ha convertido en la peor amenaza para Venezuela y, como están las cosas, no parece haber resortes válidos (ni internos ni externos) que puedan impedirlo a la brevedad.

La mejor prueba es la reciente reunión general de la OEA, celebrada en México, que no pudo, ni por lo menos, suscribir una carta firmada por la mayoría de los países miembros de la organización americana, llamando al orden al régimen chavista venezolano. Desde el gobierno de Hugo Chávez, que ya pintaba como “maestro” de dictador, las naciones del área Iberoamericana, Estados Unidos de América, incluso, hicieron de la vista gorda. Para vergüenza de todos. Ahora, cuando la bestia dictatorial ya está decidida a continuar adelante sin importar el número de muertos que esto origine, la situación es más delicada.  La oposición venezolana, que en estos momentos parece haberse unificado en contra de Maduro y cómplices, tendrá que hacer muchos sacrificios más. En los últimos cuatro meses de enfrentamientos el número de bajas civiles supera los 120 muertos: los héroes de última hora en Venezuela. Sacar a Maduro del poder no será una tarea fácil. El pueblo opositor del chavismo tendrá que sufrir más derramamiento de sangre. Las potencias extranjeras no están dispuestas a hacer suya la causa popular. El mandatario estadounidense –fenómeno político que ni en su país entienden–, no está muy convencido de apoyar a la oposición. Los demás, incluyendo México, son baba de perico. Reducen su “indignación” por sucedido en el “país hermano”, con meras declaraciones de la cancillería azteca repetitivas. Maduro tiene más apoyo de Raúl Castro y de Evo Morales, que los líderes de la oposición. No se descarta una guerra civil, pero no es fácil saber quién la encabezaría.

Mientras son peras o manzanas, Maduro tiene el poder, maneja el poco dinero que le sigue pagando EUA por el petróleo que le compra, tiene las armas y las municiones (que adquirió en grandes cantidades en Rusia, China)  y, sobre todo, manipula a un sector importante de la sociedad venezolana que ha doblado la cabeza a cambio de obedecer órdenes y usufructuar canonjías que la oposición no recibe. La burocracia, en su generalidad, está a las órdenes del presidente Maduro y sus incondicionales. Esta división social agrava la polarización del país.

Bien dice Gabriela Cañas en su interesante análisis titulado “En busca del antídoto contra ‘los Maduros'”: “En Venezuela se vuelve ahora la vista, tal vez con vana esperanza, hacia el ejército…(pero) ya se ha visto que ni siquiera las protestas desde dentro del régimen chavista dan resultado… A las democracias les cuesta intervenir por razones de coherencia contra injerencias externas. A las dictaduras, también, pero por instinto de supervivencia. Cuba reclama respeto a la soberanía de Venezuela. Lástima que no se refiera a la representada en la Asamblea donde la oposición está en mayoría”.

Continúa Cañas: “Explica el filósofo Daniel Innerarity en su ensayo La política en tiempos de indignación que ser político en nuestras democracias mediáticas es una ardua tarea… Al histrión Maduro le debe resultar más fácil encarcelar jueces que resolver la economía de su país. Para seguir adelante y no depender de las veleidades del electorado hay que reprimir a los medios, controlar al poder judicial, acallar a la oposición y enardecer al pueblo con banderas y soflamas”. Exactamente la receta que ha empleado Maduro desde que asumió el poder.

Agrega Gabriela Cañas, “Estremece comprobar hasta qué punto el mundo exterior es incapaz de frenar a los tiranos o a los que quieren serlo. La amenaza de sanciones no da frutos. Tal vez la memoria de dramas pretéritos alivie al menos la presión”. Esta aclaración bien podría servir a los mexicanos para que no caigamos en el mismo error que los venezolanos y que después queramos corregir lo que no supimos “defender como varones”. Y no me refiero solo a Andrés Manuel, el tabasqueño, sino a toda la runfla de politicastros coludidos con narcotraficantes que invierten todo el dinero que quieren en las elecciones para después cobrar todo tipo de favores. Las elecciones presidenciales mexicanas las tenemos a la puerta.

Tras la violenta jornada electoral, Nicolás Maduro se congratuló que más de “ocho millones de venezolanos” –el 45% del padrón electoral, según el oficioso Colegio Nacional Electoral (CNE)– eligieron el domingo 30 de julio, la Asamblea Constituyente. “Esta es la votación más grande que haya sacado el chavismo en la historia de la revolución bolivariana” dijo el mandatario. Por el contrario, el presidente de la Asamblea Nacional (Cámara de Diputados), Julio Borges, de oposición, citando fuentes internas del CNE que pidieron el anonimato, no más de 2, 483,073 electores fueron los que depositaron su papeleta en las urnas, de un total de más de 19 millones de ciudadanos que forman la lista completa del padrón electoral. Estos datos coinciden con la información que apareció en las redes sociales manejadas por periodistas locales no controlados por el régimen. De ser ciertas estas cifras, sólo el 12% de la lista acudió a votar, con un 88% de abstencionismo. Así las cosas, no es nada raro que Nicolás Maduro haya inflado los resultados a su favor. Asimismo, según la diputada Delsa Solórzano, aproximadamente el 25% de los sufragantes, emitieron votos nulos, que posiblemente corresponden a los burócratas que secretamente se rebelaron a la “obligación” que les impuso el gobierno para colaborar con este “proceso fraudulento”.

Al redactar esta crónica, varios países iberoamericanos, más EUA, incluyendo México, Costa Rica, Perú, Colombia, Panamá, Argentina, anunciaron que desconocerían los resultados de la elección de la Constituyente. Brasil pidió a Maduro que suspendiera la instalación de la Constituyente. Donald Trump, por su parte, confiscó los bienes de Nicolás Maduro en EUA y de otros funcionarios venezolanos.

Venezuela está en un tris de sufrir mayor violencia y desgobierno. Su futuro es incierto. Lástima. VALE.