Algunas cosas del pasado desaparecieron, pero otras abren

una brecha al futuro y son las que quiero rescatar. Mario Benedetti

A la hora de escribir estas líneas no se ha celebrado la Asamblea Nacional del PRI, la cual, a pesar de los pronósticos ominosos sobre el futuro electoral del partido en los comicios de 2018, ha concentrado la atención de tantos, priistas y no priistas.

La atención se centra particularmente en las condiciones en que se celebra la asamblea y, según innumerables analistas y observadores de la política, las dificultades que tiene para mantener la cohesión interna.

Con fruición los analistas apuntan a las confrontaciones internas con que llegaron los priistas a la asamblea y cómo, a pesar o quizá por tener un priista en la Presidencia de la República, afirman que hay serias diferencias sobre cómo y quién elige al candidato a la presidencia para los comicios de julio de 2018.

En este tema domina la mente de los analistas la leyenda urbana de que durante el siglo XX el presidente de la república elegía caprichosamente a quien sería su sucesor.

La realidad es más aburrida. Cierto, los presidentes priistas tenían la última palabra sobre quién era el candidato, pero tenían que maniobrar y negociar para que su selección fuera aceptada por la mayoría de los líderes del partido.

No era el capricho lo que movía a los presidentes, sino un ejercicio de realismo, un ejercicio de realismo y de sinceridad consigo mismos. La realidad los forzaba a ver su gobierno como era, no como hubieran querido que fuera. A reconocer las limitaciones y, sobre todo, a tratar de escoger un candidato con la capacidad para enfrentar las circunstancias, políticas, sociales y económicas que previsiblemente prevalecerían durante el siguiente sexenio.

Era un penoso ejercicio de prospectiva, mediante el cual calculaban qué sapos tendrían que tragar para entregarle al sucesor no problemas, sino mejores condiciones para gobernar.

No todos lo consiguieron, porque —la condición humana— a algunos les fue muy difícil reconocer sus propios fracasos, pero al menos lo intentaron.

Hoy, ante la incertidumbre nacional e internacional, ante un gobierno en Washington que mantiene una congénita hostilidad hacia México, hostilidad tan abierta que no tiene precedente en más de medio siglo, esas circunstancias, opina quien esto escribe, serán las que determinen la selección del candidato del PRI a la presidencia.

Ahora, bien lo sabe el presidente Peña Nieto, eso no significa que el PRI vaya a ganar la presidencia. Esos tiempos ya se fueron. Muchas circunstancias imprevistas y la volubilidad de la opinión pública crean incertidumbre sobre el resultado de la elección del año próximo.

Esa, al final, es la esencia de todas las democracias. Y la nuestra es una democracia, menos imperfecta de como reconocen sus críticos, pero, como todas, sujetas a la voluntad de los electores.

jfonseca@cafepolitico.com