La mayoría de los seres humanos tiene el tedioso hábito de generalizar, establecer ordenes, sintetizar en palabras y encerrarlo todo; llamamos ciudad a un montón de edificios incompatibles, amor a las pasiones engañosas, memoria al historial de recuerdos, comedor a seis sillas y una mesa. Algunas veces la fantasía, lo que suele llamarse ilusiones, consiste en colarse de esa rutina cotidiana, ver la realidad como un  rompecabezas en donde cada pieza existe para ser independiente, feliz o triste, venir del pasado o del futuro, estar de cabeza o en pie.

El problema, es que tal atrevimiento sólo puede realizarlo una mente en que viva en una fiesta maravillosa, casi a imagen de  las Lewis Carroll e Ítalo Calvino. Tuve la suerte de encontrarme con una hace algunos días y, desde entonces, he mantenido con ella una suerte de romance masoquista al intentar explicármela; al fin, creo, he podido formalizar el encanto, estas letras ordenadas son una declaración de infinita admiración para Sofía Grivas.

El arte de Sofía llegó a mis ojos en forma de collage. En un espejismo de papel, apenas contenido por el limite del marco, la estructura metálica del Monumento a la Revolución se blandía en un juego de espejos invisibles sobre una flor de pétalos infinitos, que parece tejida en un ocio de mil años; coronando el conjunto, el rostro de Dolores del Rio, seductor, ruborizado a puntos y besado por una mariposa. En el  fondo, una catarsis de fuegos artificiales en acuarela, una vedette, ¿cayendo o a punto de ser aplastada? y una mirada que nos espía.

Tal aparición, al verla o pensarla, seguramente ha de despertar un vórtice móvil de  de imágenes, sensaciones, añoranzas y nostalgias: Sofía ha ensamblado la imaginación. Logra, a través de la individualidad y la magia libre de cada uno de los elementos de su obra, retratar la festividad de la relación entre ícono, recordación y aventura a la espera. No existen clasificaciones ni grupos compactos, crea una bella celebración entre objetos, personas, lo que fue, es y puede ser: una laberíntica armonía en que puede no encontrarse fin porque el deleite es perderse. Eso es imaginación y la imaginación, fantasía.

Al llegar a este párrafo me he dado cuenta de que Sofía bien podría ser la mejor alumna de Einstein o Kant. Ha trascendido el espacio, el tiempo, los números y la lógica. Al sumergirme en el resto de sus collages, nos deriva a aceptar  la disfuncionalidad de los ejes X. Y o Z;  en ellos, pude descubrir el hermoso  caos de su creación en formas y maneras irrepetibles y deliciosamente sorprendentes; las cumbres de la inspiración de Sofía desfilaban como cuando se recuerdan los sueños.

Había destellos de colores vivos, peces usando sombrero o siendo el sombrero, una mujer volando al compas de una sombrilla entre ráfagas de oraciones, sirenas modernas navegando el zodiaco, un amorío de Claudette Colbert entre trajineras. Estaba también  la Torre Latinoamericana como eje de balanza de corazones, un Vitruvio tomado de la mano para pasear, un camafeo de latidos rojos y a Cate Blanchett le caminaba un noble caballero en la cabeza o le corrían los segundos en la frente. Todo, envuelto en un delicado matiz nacionalista que asemeja mucho en esencia al barroquismo abrazador de algún altar mítico para muertos que regresan a la última cena del año o vírgenes dolorosas de San Ángel.

Pero no sólo de papel vive la genialidad de Sofía Grivas. Realiza también  golosinas aladas, medallones de seres exóticos que parecen trofeos de caza en miniatura y algunas curiosas esculturas que bien podrían pasar como alebrijes humanos. Se trata pues, de una artista que me ha dado una enorme algarabía conocer, pues no sólo ha iluminado preciosamente la vista de quien escribe sino que logró redefinir en el diccionario de mi entendimiento el concepto de demasiados significados, tanto que, ahora, el Monumento a la Revolución me parece demasiado  aburrido por no estar de cabeza.