En la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el gobierno de Chiapas, festejará los 80 años de edad del poeta Óscar Oliva (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 5 de enero de 1937, quien permanece en su tierra natal, donde la Dirección de Publicaciones del Coneculta-Chiapas, ha recuperado su obra integral, compilada en dos volúmenes, denominada Iniciamiento. Poesía reunida (2015), donde busca conciliar el rito de la iniciación con el del renacimiento en una especie de oroburos, por lo que se vuelve oportuno poner en la mira su función lírica, tan singular, renovada siempre. Irreverente y coloquial, la obra poética de Oliva va más allá de la vitalidad cotidiana, según indicaron los compiladores de Poesía en movimiento (Siglo XXI Editores, México, 1966: 60).

Sin embargo, a un poeta como Oliva es imposible marcarle límites, determinarle un cauce lírico, definirlo. No en estas líneas. Cuando mucho, luego de una lectura atenta de su obra completa, se pueden detectar algunos registros de su voz, ciertos matices particulares. Y nada más, pues tal es la densidad de ese universo lírico al que la poesía de Oliva deviene de la zozobra cotidiana y que marcha abruptamente en un discurso pleno de libertad metafórica, es tanto como pretender encerrar su corriente emotiva en un río que, desde la razón heracliteana, no es el mismo. Previamente Oliva recopiló su obra poética en un volumen denominado Trabajo ilegal (1960-1982) [Editorial Katún, México, 1985; 328 pp.], cuyo trabajo está marcado por algunas mojoneras que pretenden circunscribir sus intenciones, pero que de ninguna manera lo limitan. La voz desbocada (En La espiga amotinada, FCE, México, 1960), Áspera cicatriz (En Ocupación de la palabra, FCE, México, 1965) y Estado de sitio, (Premio Nacional de Poesía 1971, Joaquín Mortiz, México, 1972), se fusionan ahora para dar paso en una nueva relación poética –no de manera cronológica– a este poemario, como el propio autor la advierte en el epílogo, que se consume y recomienza en un eterno derrumbarse para de nuevo volcar sobre la página.

No es gratuito, en este sentido, ese epígrafe (“oye nacer el trueno del derrumbe”) con que abre sus páginas, tomado del tercer canto de la segunda parte de ese poema monumental, Muerte sin fin, de Gorostiza. El estruendo es total. Evolución e involución poéticas, a la que sigue el expirar y renacer de la palabra. “Oye nacer el trueno del derrumbe,/ óyelo arrastrarse del otro lado de la palabra,/ de aquella que no se ha escrito ni pronunciado,/ la que nos duele antes de pensarse,/ la que no tendremos jamás./ Oye mi nacimiento en esa palabra,/ óyeme sin piel tratando de hablar,/ golpeando los dientes desde adentro,/ abriendo las quijadas con un palo/ para caer de cabeza con un alarido/ a los pies de estas palabras maltratadas./ Tus manos reciben ese nacimiento./ Daremos esa luz que nadie ha dado”.

Pero Iniciamiento. Poesía reunida, va desde La voz debocada hasta Estratos (2010), pasando por Lienzos transparentes (2003). Trazos fulgurantes, frente al épico versículo como “úlceras endurecidas” (Véase Lienzos transparentes) hasta llegar al verso corrido alternado con el verso breve, donde las circunstancias sociopolíticas e históricas integran “el olor de la memoria” (Cf. Estratos). Su intencionalidad expresiva lo lleva a desembocar en el ritmo de la prosa, sin soslayar el ámbito metonímico. Es decir, la poesía de Óscar Oliva deviene de la zozobra cotidiana y marcha abruptamente en un discurso pleno de libertad metafórica, de ahí el uso del verso largo, para articular su densa respiración. El recorrido va desde la iracundia verbal hasta la ternura.

Erótico y sensual, este autor vuelve una y otra vez a la posesión del lenguaje, donde la función expresiva y comunicadora cobra nuevo sentido. De esta manera forja una voz que se vuelca sobre sí misma. Evolución e involución lírica, a la que sigue el expirar y renacer de la palabra. Siento que en este volumen hay mucha mayor “violencia organizada”, como refería Juan Bañuelos en esa declaración de principios de su obra inicial, que en la propia tarea lírica del citado Bañuelos. Y es que la iracundia verbal de Oliva da paso a la ternura, a las circunstancias sociopolíticas e históricas. Oliva es un cronista que describe recuerdos e invocaciones, pero también observa, muy de cerca, el propio oficio poético, lo cual me interesa destacar. Ya en La voz desbocada se palpa ese sentimiento que se desgarra en el afán de expresión y comunicación (y comunión si se quiere) con los seres y las cosas. Si Áspera cicatriz, en tanto libro independiente constituye el dialogar de los sentidos con los sucesos y acontecimientos sociales, como dije ya en otra oportunidad en el suplemento cultural que dirigía Luis Spota (V. “Oscar Oliva: un poeta que se avizora a sí mismo”, diciembre 14 de 1980), Estado de sitio es poesía volcada sobre el espacio literario.

A pesar de su enorme contenido político y su intencionalidad amorosa, constituye una constante introversión sobre la problemática de la palabra, de su función y ejecución. Poemas reflexionados. Poesía refleja que marcha a la par –en su propio corpus semántico– de su proyección y concreción. De esta manera en Estado de sitio, incorporado en forma temática a este recuento, la imagen se multiplica en su propio reflejo, frente a la realidad histórica. Erótico y sensual, Oliva vuelve una y otra vez a la posesión del lenguaje, donde la función expresiva y comunicadora cobra nuevo sentido al incorporar al poema el empleo de flechas, círculos y otros símbolos comunicativos, pictóricos y tipográficos. Su intencionalidad expresiva lo lleva a desembocar en el ritmo de la prosa, sacrificando muchas veces la imagen. El verso es largo, cual versículos; de esta manera, su respiración se vuelve más densa. Las enumeraciones, por otra parte, son golpes, peñascos que caen y golpean con violencia.

Sus poemarios más recientes, Escuchar el mundo (2000), Lienzos transparentes (2003) y Estratos (2011), recogidos en Iniciamiento. Poesía reunida, lo confirman, puesto que busca un replanteamiento de su expresión. Lo novedoso de su obra reunida, aparte de agregar nuevos poemas, como el referido a los muchachos de Ayotzinapa, es la relación que adoptan sus libros anteriores, esfumados prácticamente en ese hermoso objeto que es este libro. Independientemente de sus contenidos sociopolíticos, insisto, estos dos volúmenes que recuperan su trabajo lírico destacan a un poeta joven aún, con una poesía que se vuelve hacia sí misma.

Debo precisar que junto con Juan Bañuelos (Tuxtla Gutiérrez, 6 de octubre de 1932 Ciudad de México, marzo 29 de 2017), Jaime A. Shelley (Ciudad de México, agosto 7 de 1937), Eraclio Zepeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 24 de marzo de 1937–Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 17 de septiembre de 2015) y Jaime Labastida (Los Mochis, Sinaloa, 15 de junio de 1939), Oscar Oliva perteneció en sus inicios a una corriente literaria, que en su oportunidad pretendió subvertir los manoseados cánones literarios y el estatismo dentro de la tradición poética mexicana de gran rigor, como señalara Miguel Donoso Pareja en 1979. El grupo La espiga amotinada adoptó este nombre por el volumen colectivo publicado en 1960 por el FCE. Fue importante porque el ejercicio poético para estos autores era inherente al cambio de la sociedad, sobre todo en el deseo de trasformar –revolucionar, de hecho– al hombre y desde luego a la sociedad.

Una posición inspirada, posiblemente, como respuesta a la actitud de la generación inmediata anterior, aunque de acuerdo con el juicio de Rogelio Carbajal, los cinco se interesaron por una poesía con tema político, aunque no como consigna impuesta de forma externa (Véase el artículo “Poetas mexicanos recientes ¿los jóvenes, los mejores?” en Plural, 89, segunda época, febrero de 1979). Su actitud permitió exponer, líricamente, la voz de una denuncia y, sobre todo, las esperanzas de una generación atormentada por la impotencia, la cólera y, acaso, la frustración de no llegar hasta las consecuencias últimas, pese a la exacerbación que del oficio hicieron: la poesía al servicio de la acción, del cambio brusco, a saltos, como postulaba el marxismo revolucionario.

Carbajal, analiza la década de los 60, indicando que “bajo el axioma que reza <<reprimir es gobernar>>, sucesiva y simultáneamente son destruidos los intentos de organización de los ferrocarrileros, los petroleros, los maestros normalistas, los electricistas, los telegrafistas. Se destierra la sola idea de pensar en una política de masas. Se refuerza el sistema de control vertical para con la masa obrera, vigente hasta hoy en día”. En este sentido, surgen estos cinco poetas “a quienes desde entonces se les ha descrito como <<socialistas>>, <<panfletarios>>. Nada más opuesto a lo que sus textos nos permiten descubrir”.

Para confirmar lo anterior conviene resaltar las acciones político-sociales realizadas por Juan Bañuelos y Oscar Oliva, durante el surgimiento del movimiento neozapatista, quienes se manifestaron a favor de los alzados, conformando ante el gobierno federal la Comisión Nacional de Intermediación (CONAI), junto con el obispo Samuel Ruiz, en tanto que Zepeda optó por aceptar el cargo de Secretario de Gobierno durante la gubernatura de Robledo y Ruiz Ferro (Oliva también accedió a ser el titular del Instituto de Cultura de Chiapas en el gobierno de Pablo Salazar Mendiguchía). Lo anterior demuestra que ética y estética confluyen en la vida y obra de estos escritores chiapanecos.