En menos de una semana, varios hechos despertaron la conciencia de la comunidad internacional sobre un resurgimiento de la violencia motivada por distintos factores que van desde el extremismo islámico hasta el resurgimiento del orgullo ario.

Por una parte, el presidente del país más poderoso del mundo, Donald Trump, se mostró ante el mundo como un defensor del movimiento supremacista blanco al, prácticamente, dar un espaldarazo a los grupos extremistas que se manifestaban en torno a la estatua de Robert Lee, principal líder del movimiento secesionista.

Su actitud reveló una simpatía tal que, en lugar de condenar los abusos cometidos por estos en Charlottesville, Virginia, donde un supremacista blanco arrolló con su auto a una manifestante de color e hirió a varios más, prefirió culpar a ambos bandos de los actos perpetrados. El propio presidente de la Cámara baja, Paul Ryan, señaló textualmente que Trump “metió la pata” al culpar a ambos bandos.

El líder republicano prácticamente dejó entrever que el mandatario estadounidense había cometido uno de los peores errores de su mandato, que incluso podría tener un alto costo político no solo para él, sino para el futuro del partido del elefante.

En un “cantinfleo” evidente, Trump después quiso corregir las cosas diciendo que entre los neonazis había también “gente muy buena”, anticipando que no podía hacer una condena tajante de los hechos. Pocas horas después, Trump pasó a la ofensiva directa durante un acto realizado en Phoenix, Arizona, al señalar a la prensa estadounidense como “promotora de mentiras” pues según él, había atacado a los grupos extremistas, incluyendo al Ku Klux Klan, del que dijo que son “grupos que causan violencia”.

En realidad, lo que estaba en juego para los medios de comunicación no eran sus calificativos, sino la tibieza con la que había reaccionado a los hechos, en un país donde la población ha sufrido por actos de odio y discriminación.

Mientras, la comunidad internacional era sacudida por un acto terrorista en Barcelona, la ciudad más cosmopolita de España, considerada como la puerta principal de África a Europa. En lo que fue calificado como el octavo y más catastrófico atentado en lo que va del año en Europa, un grupo de yihadistas arrolló a una muchedumbre en la Plaza de la Rambla, dejando al menos 15 personas muertas y decenas de heridos.

La Generalitat catalana reveló después que el grupo también intentó atentar contra algunos monumentos como el de la Sagrada Familia, en la catedral de esa ciudad. Dos días después, la policía de Berlín dispersó una marcha de medio millar de neonazis que desfilaban en conmemoración del cumpleaños de Rudolph Hess, brazo derecho de Hitler.

En Alemania no están permitidos este tipo de manifestaciones porque son promotoras del odio, el racismo y la intolerancia, pero dejó en claro que el movimiento sigue existiendo y diseminándose en una Europa atormentada por el aislacionismo británico y un cambio en el concepto de la alianza euroatlántica por parte de Trump.

La preocupación por la ola de extremismos volvió a poner en alerta al mundo cuando un acuchillamiento tuvo lugar en la ciudad de Turku, Finlandia, donde un individuo apuñaló a dos personas causándoles la muerte, e hiriendo a otras seis, antes de ser detenido por la policía. Aunque las autoridades desestimaron el asunto como un acto terrorista, decenas de testigos afirmaron que el agresor gritaba consignas como “Alá es grande”, que alude sin lugar a dudas a los atacantes islamistas.

La acción parecía dejar en claro que ni las ciudades más tranquilas de Europa estarían a salvo del golpe terrorista. Para el internacionalista Roberto Blancarte, estas acciones son parte de un movimiento extremista que se está popularizando tanto en Estados Unidos como en Europa, los principales baluartes del liberalismo y la democracia en el mundo.

El también catedrático del Colegio de México alertó sobre la necesidad de revertir los efectos nocivos que ocasiona el divisionismo a través de sistemas populistas, en el caso político y del autoritarismo religioso, bajo la línea de tendencias religiosas extremistas como el yihadismo islámico.

Esta es la entrevista que Roberto Blancarte concedió a Siempre! vía telefónica.

Acciones contra las libertades

Al parecer, estamos viviendo el resurgimiento de movimientos extremistas religiosos que se promueven mediante actos terroristas como el recientemente ocurrido en Barcelona, el acuchillamiento masivo en Finlandia, país considerado como uno de los más seguros del mundo. ¿Cómo explicar esta tendencia?

Hace unos meses, escribí un artículo sobre el tema de la reacción de los extremismos y fundamentalismos, no solo del islámico sino de muchos otros, con respecto a Occidente y a sus valores. Lo que vemos muy claro es que hay una serie de valores que Occidente ha empujado y que son rechazados por estos grupos fundamentalistas y extremistas religiosos. Buena parte del rechazo al mundo occidental tiene que ver con los procedimientos democráticos. Tiene que ver con rehusar la ciencia y la educación, tal y como nosotros la concebimos, es decir, una ciencia libre; una ciencia que avanza independientemente de las convicciones religiosas.

Lo más importante es que son los países multiculturales los que deben aceptar la diversidad cultural y variedad de opciones de las personas tanto en sus formas de vida, como en su manera de concebir el mundo.

Lo que estamos viendo es una reacción en la que, ahora, el actor principal y que aparece es el mundo islámico. Sin embargo, creo que hay muchos otros fundamentalismos que también están luchando contra esos valores, los cuales se expresan en diversas formas de extremismos, nacionalismos y aislacionismos. Lo vemos en el caso de la extrema derecha de Europa y la que ha propiciado el mismo Donald Trump con sus seguidores extremistas de la supremacía blanca.

Roberto Blancarte.

¿Cuál es el impacto que tiene este tipo de extremismos? ¿Qué buscan combatir y por qué?

En sí, es una lucha abierta contra la democracia. Este sistema político ha estado bajo ataque desde hace muchas décadas y no nada más por los fundamentalismos religiosos, sino por los extremistas políticos. Hay que recordar que el fascismo y el nazismo eran formas de radicalismos y de autoritarismo que criticaban el modelo democrático occidental, a tal grado que lo quisieron sustituir por formas populistas; por un régimen político basado en sistemas autoritarios.

En el fondo lo volvemos a ver bajo ciertas formas de populismos nacionalistas que, de la misma manera, siguen cuestionando la democracia occidental y constitucional, al mismo tiempo que los extremismos religiosos. Digamos que los dos frentes de la democracia que existen y con los que tiene que luchar son muy complejos porque se trata de aspectos radicalistas-religiosos y corporativistas-fascistas; que también quieren acabar con el régimen político liberal democrático.

El supremacismo norteamericano

En el caso de Estados Unidos, al parecer se trata de combatir ese extremismo quitando elementos que fomentan el culto a la discriminación, como las estatuas del secesionista Robert Lee.

En ese caso es lo mismo, solo que quienes están desmantelando el estatus son los que están luchando contra los extremistas de la supremacía blanca. Estos se apoyan en buena medida en la historia o tratan de apoyarse en ideales de algunos estados de la Confederación, que eran estados racistas y que se levantaron en armas contra la Unión, precisamente cuando fue electo Lincoln, quien ya había anunciado que iba a tratar de eliminar la esclavitud, que iba a liberar a los esclavos negros en Estados Unidos.

La Confederación representa eso: una nación que se reveló porque quería seguir siendo esclavista y, por lo tanto, en buena parte del sur, los ideales del racismo están puestos en esas estatuas. Así que su eliminación es una reacción a los supremacistas blancos y a esas formas de racismo, que se ven de manera muy clara entre estos individuos que reivindican la raza blanca; es parte del mismo fenómeno que podemos ver también en Europa.

Hay una mezcla entre religioso conservadora y nacionalista populista que busca eliminar el mundo liberal, basado en el sistema democrático real; y también busca acabar con los avances científicos que promueven los ideales de una sociedad multicultural, por encima de las ideas aislacionistas o de aquellas corrientes que propugnan por establecer países de una sola etnia, nación o cultura.

Culto al totalitarismo

Hasta hace poco Jurgen Habermas era considerado el principal teórico de la democracia, ahora no parece haber en quién sustentarse, ¿podemos decir que la democracia está en crisis ante gobiernos como el de Trump y el aislacionismo británico?

Creo que sí hay muchos pensadores modernos que defienden los valores libres de una Europa democrática y abierta, que por suerte siguen prevaleciendo. Los grupos de neonazis que vemos en Alemania siempre han existido. Curiosamente muchos de ellos se alimentaron con los desechos de la República Democrática Alemana y de un pensamiento totalitario y autoritario que no luchó de manera clara por los ideales democráticos y libertarios de la Europa occidental.

Lo que creo es que, a pesar de todo, lo que prevaleció y sigue prevaleciendo en Alemania es el enorme trabajo de transformación cultural y de un pensamiento abierto a la diversidad, a los valores democráticos y libertarios. Yo espero que eso termine por imponerse, como se ha impuesto a pesar de lo sucedido en las siete u ocho décadas que hemos vivido, donde el liberalismo democrático fue objeto de numerosos ataques.

Francamente, creo que hay una reacción positiva que no se deja intimidar ni encajonar por estos ataques radicales de los grupos religiosos fundamentalistas o de los grupos extremistas antidemocráticos de corrientes populistas-nacionalistas y xenofóbicos que hay. Estos nunca han dejado de existir en Europa. Afortunadamente son minoritarios y, ante la amenaza clara que representan, los gobiernos actuales se han puesto las pilas para buscar cómo revertirlos. Por supuesto siempre existe el riesgo de un cambio de corriente hacia lo xenofóbico populista, pero hasta ahora no es lo que está prevaleciendo a pesar de las expresiones de esos grupos minoritarios.

 

Donald Trump ha colocado a México en su lista negra, aduciendo que es un país donde la juventud se está orientando cada vez más hacia una apología de la violencia, ¿qué opina de esto?

Más allá de las estupideces que dice Trump, se trata de fenómenos globales que nos afectan a todos. Son situaciones que terminan teniendo un impacto sobre nuestras concepciones de democracia; en nuestros conceptos de nación y de la libertad. Por lo mismo, nuestros gobiernos deben estar muy atentos para reforzar nuestros valores realmente democráticos, libertarios y pluriculturales; en favor de una nación que se conciba como diversa y que refuerce nuestra diversidad para hacer frente a todas aquellas tentaciones autoritarias, aislacionistas, xenofóbicas y antidemocráticas que nos llegan al país y que, obviamente, hay que terminar rechazándolas.