El jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio Sívori, de 80 años de edad, el Papa de la Iglesia Católica Apostólica Romana que llegó del “fin del mundo” y que adoptó el nombre de Francisco, en días pasados inició su vigésima gira internacional y quinta a Hispanoamérica, con destino a Colombia —país sudamericano católico por excelencia con 49 millones de habitantes, de los cuales 45 millones están bautizados y cuyo presidente, Juan Manuel Santos es católico practicante—,  con el reto de apoyar el proceso de reconciliación de la sociedad civil y de la clase política de ese país, completamente divididas ante el acuerdo de paz con la veterana guerrilla de las FARC.

Pese al proceso de paz en marcha, después de media centuria de enfrentamiento armado, Colombia se debate en una profunda polarización que impide una cabal convivencia, incluso entre la propia feligresía católica. Al grado que un canal de televisión católico, Teleamiga, se opuso a la visita papal. Consciente de esta contingencia, Francisco visitó durante cinco días cuatro ciudades colombianas donde ofició otras tantas misas con millonaria audiencia. De paso hizo referencia a la Venezuela (des)gobernada por Nicolás Maduro, con quien no mantiene las mejores relaciones.

Al rezar el Angelus del domingo 10, ante la fachada de la Iglesia de San Pedro Claver —el misionero jesuita que luchó por los esclavos negros que llegaban a Colombia en el siglo XVII—, el jesuita argentino dijo: “Desde este lugar quiero elevar mi oración por cada uno de los países de Latinoamérica, y de manera especial por la vecina Venezuela…Desde este ciudad (Cartagena de Indias), sede de los Derechos Humanos, hago un llamamiento para que se rechace todo tipo de violencia en la vida política y se encuentre una solución a la grave crisis que se está viviendo y afecta a todos, especialmente a los más pobres y desfavorecidos de la sociedad”.

El Papa Francisco, al despedirse de Colombia, el domingo 10 de septiembre, ante el santuario de Claver, recordó a las víctimas de trata de personas y a los emigrantes: “Todavía hoy en Colombia y en el mundo, millones de personas son vendidas como esclavos, o bien mendigan un poco de humanidad, un momento de ternura, se hacen a la mar o emprenden el camino porque lo han perdido todo, empezando por su dignidad y por sus propios derechos”.

No por casualidad el Papa eligió visitar en Cartagena de Indias —principal destino turístico del país y boyante urbe donde la desigualdad social es más hiriente—, el  Barrio de San Francisco (el más miserable de esta ciudad), que lleva el nombre del santo de los pobres y del pontífice, donde escuchó la tragedia de niñas que son explotadas sexualmente. La pobreza y la explotación humana fueron los ejes de la visita papal.

Una vez mas, el jesuita argentino demostró gran poder de convocatoria en Sudamérica, donde su Iglesia  ha perdido presencia pese a que Colombia se presume un fuerte bastión católico. Muchas cosas sucedieron  en estos días en el dividido solar colombiano. Además, de acuerdo a José Galat, de 89 años de edad, católico ortodoxo, catedrático universitario que fue aspirante a la presidencia colombiana, en su programa semanal con audiencia de más de 400,000 televidentes en el canal privado internacional Teleamiga, cuestiona las declaraciones de Francisco: “Como dicen los diplomáticos, es no grata la visita. ¿Por qué? Porque un falso Papa, un falso profeta de Dios, en vez de traer bendiciones para el país, es de esperarse que traiga maldiciones y males”.

Asimismo, un antiguo seguidor de Bergoglio, el abogado y politólogo que presumía de ateo, Rafael Arango, de 78 años de edad, miembro de la Corporación Belén Casa Fraterna, desencantado de la corriente reformista de la Iglesia, denunció: “Un Papa no puede exceder la palabra de Dios, ni modificarla. Lo único que es inamovible y eterno es la Biblia”.

Pese a estos ataques, el hecho es que durante esta visita papal, uno de cada cinco colombianos salió a la calle para verlo o asistir a alguna de las misas que ofició Bergoglio. La vida cotidiana del país se subordinó a los actos de Francisco, tanto los políticos como los medios de comunicación le entregaron toda su atención. Por lo demás, fue claro que “toda visita pastoral del pontífice es política y toda visita política del Papa es también pastoral”. Hábilmente, como suele hacerlo aunque se le recrimine en algunos círculos católicos, Francisco no se encajona en los enclaves políticos locales. Aunque de facto su visita apoyó al presidente Juan Manuel Santos, no se manifestó como un vocero gubernamental, tampoco habló en pro de la oposición del expresidente Alvaro Uribe, principal adversario del plan de paz del actual presidente colombiano, ni de las FARC, aunque estas le pidieron “perdón”.

En una misiva dirigida al Sumo Pontífice, en la que declara ser su “devoto admirador”, Rodrigo Londoño, alias Timochenko, pidió perdón “a todos los hombres y mujeres que de algún modo fueron víctimas de nuestra acción”, y busca la comprensión de la cabeza del catolicismo: “Soñamos con que Usted y su Padre sabrán comprendernos”. En aparente respuesta a la carta del guerrillero, Bergoglio habló en Villavicencio, la capital del Departamento del Meta, una de las regiones más golpeadas por el conflicto y un fortín de las FARC donde la guerrilla y los paramilitares cometieron innumerables matanzas contra la población civil. En ese lugar, Francisco reunió en un acto memorable a guerrilleros desmovilizados, militares, policías y aproximadamente 6,000 víctimas. Por cierto, allí mismo recordó a los damnificados por el reciente temblor que sufrió México con resultados catastróficos sobre todo en Oaxaca y en  Chiapas, y por el huracán Irma en el Caribe.

En Villavicencio, Papa Francisco insistió en la importancia del perdón: “Todo esfuerzo de paz sin un compromiso sincero de reconciliación será un fracaso”, dijo en la misa ante 400,000 fieles. Allí mismo, el pontífice beatificó a monseñor Jaramillo y al sacerdote Ramírez, dos sacerdotes colombianos que fueron víctimas de la violencia. Y dijo a los asistentes a la liturgia: “Reconciliarse es abrir una puerta a todas y a cada una de las personas que han vivido la dramática realidad del conflicto. Cuando las víctimas vencen la comprensible tentación de las venganza, se convierten en los protagonistas más creíbles de los procesos de construcción de paz. Es necesario que algunos se animen a dar el primer paso en tal dirección…Basta una persona buena para que haya esperanza”.

En varios momentos de su viaje, el Papa usó un tono severo refiriéndose a lacras que afectan especialmente a la juventud. Como en Medellín, “que me recuerda a los sicarios de la droga, me evoca tantas vidas jóvenes truncadas, descartadas, destruidas”. Por eso les invitó “a recordar…a pedir perdón para quienes destruyeron las ilusiones de tantos jóvenes”. Con la misma franqueza advirtió que “las vocaciones de especial consagración a Dios mueren cuando se quieren nutrir de honores…El diablo entra por el bolsillo y todos tenemos que estar atentos porque la corrupción en los hombres y las mujeres de la Iglesia empieza así. No se puede servir a Dios y al dinero”. Sus palabras eran duras pero el estadio cubierto de La Macarena estallaba en aplausos atronadores cada vez que condenaba la corrupción económica o el abuso de menores.

La asistencia a las misas papales fue apoteósica. Más de un millón de personas solo en Medellín, mientras que en Villavicencio, mucho menor, asistieron más de 400,000 a pesar de las fuertes lluvias antes de la ceremonia.

En el vuelo de retorno a Roma, el Papa con el pómulo izquierdo hinchado y una ligera herida en la ceja, producto de un golpe con el parabrisas del papamóvil al tratar de acariciar a un niño, dijo a la prensa que lo acompaña: “(al cabo de medio siglo de guerra) se acumula mucho odio, mucho rencor, mucha alma enferma”, no por culpa propia, sino porque “esas guerrillas, los paramilitares y la corrupción cometieron grandes pecados que han causado esta enfermedad del odio”.

Cuando un reportero le preguntó por qué algunos se empeñan en negar el cambio climático, el Papa respondió: “Me viene a la cabeza una frase del Antiguo Testamento: “El hombre es un estúpido, es un testarudo que no ve. El único animal de la creación que vuelve a meter la pata en el mismo agujero. Es la soberbia, el creerse suficientes. Y también el dios dinero”.

En Colombia, Francisco renovó la esperanza por la paz. VALE.