Carlos Santibáñez Andonegui

La literatura de las Islas Canarias se inserta en una tradición constante desde hace unos quinientos años, por lo que posee, entre otras, una valiosa poesía psicogeográfica en la que se detecta el paisaje, la consabida mirada al interior isleño, el mar como misterio, (Oda al mar, de Alfonso; La poesía del mar, de Ignacio de Negrín), la insularidad y el servir de puente entre España y América. De allá era Benito Pérez Galdós.

Al institucionalizar el Día de las Letras Canarias, el gobierno reconoció la labor llevada a cabo históricamente por los autores canarios, y en general, de todas aquellas personas que de una u otra manera forman parte del sector del libro y ayudan al desarrollo cultural de las islas.

Cada año está dedicado a uno o varios autores que transmitan los valores de la comunidad canaria. El presente 2017 está dedicado a Rafael Arozarena (1923-2009), cuya obra Mararía es considerada un clásico de la literatura canaria, del que se ha dicho que Mararía no es una mujer, sino “la mujer” (Félix Hormiga).

Precisamente este año, en homenaje al poeta Rafael Arozarena Doblado, conmemorando el Día de las Letras Canarias, la colección Canarias en Letras de la Fundación Mapfre Guanarteme, bajo la dirección de Félix Hormiga, publicó los poemarios de dos autores naturales de Tenerife: Ángulo Muerto, de Sergio García Clemente, (I Premio Internacional José Bergamín de Aforismos, 2013 con su obra Dar que pensar) y Ruinas del Paraíso, de Ramiro Rosón Mesa, (Premio de Poesía Emeterio Gutiérrez Albelo, 2014).

De izquierda a derecha: Ramiro Rosón, Félix Hormiga y Sergio García Clemente.

Nacido en 1974, Sergio García Clemente, ha publicado poemas en revistas digitales como El rincón del haikú, El grito o Almiar, fue parte de la antología Aforismos contantes y sonantes (Asociación Cultural Letras Cascabeleras, 2016), y nos ofrece brocardos como “La inocencia es una lente de aumento”, poniendo en juego valores espaciales como: “La estrechez mental provoca que no te quepan dudas”, “Nos conocemos en lo accesorio: lo esencial se hunde en un ángulo muerto”. Otros netamente filosóficos como: “El presente es un niño que se niega a darnos la mano”. O psicológicos, como: “El prejuicio es un parásito del que nos alimentamos”, y otros más de compromiso existencial, que sellan nuestra aquiescencia y voto de confianza en torno a su obra, como lo pueden ser: “El olvido no tiene manual de instrucciones”, y “Sólo cuando las palabras se desnudan son capaces de vestirnos”.

Por su parte, Ramiro Rosón Mesa, autor de Tratado de la Luz (Ediciones Idea, 2008) y La simiente del fuego (Ediciones Idea-Aguere, 2016), ha publicado también La desgracia de Orfeo y El desdén de Colombina, libro que recoge dos obras teatrales, actuando él mismo en la obra teatral Cuatro de corazones de Gabriel María. Por lo que hace a Ruinas del Paraíso, parece que cuando el poeta se ciñe estrictamente a la forma, hará las concesiones a la libertad que esto impele. El caso de Ramiro Rosón demuestra que no siempre es así. Incluso asombra que bajo esa forma pulcra sujeta al rigor métrico 7-11, quepan audacias como la del poema “Negocios de ultratumba”: “No vengas a cansarme,/ simulacro de apóstol,/ agente comercial de un dios temible”.

Es que la voz de los jóvenes en el mundo que corre no puede sino ser de ruptura, aun bajo la forma de la tradición, y ruptura en serio, más que tradición de ruptura tenuemente acariciada por Paz, con esa voz con que dice a un continente: “Ahora tú, vieja asesina,/ Europa, vete al baile de gala”. (¿No es acaso el duelo por los refugiados sirios?).

Se retrata Ramiro: “Sin duda formo parte/ de la generación desesperada,/ los hijos del oscuro desaliento”. Es la generación de mileniales (del inglés Millennials), a caballo entre siglos, a caballo entre cambios, que han debido adaptarse de usar el Beta al VHS, al DVD, al Blu-Ray y a los sistemas streaming. La generación que saltó del teléfono fijo al celular, al smartphone, del disquete a la usb y de ahí a la Nube.

Toca a Rosón el compromiso de dar fe, sin renunciar a la rica tradición canaria, del “Hastío del verano” y lo que ocurre bajo su intensa llama: “Los días van muriendo/ con la grisura de los espejismos”. Dos realidades hermanas, España y México, juntas en el fragor de país y ciudad, que se dejan morir “en las manos del sol”, y se mira su esencia “como un cuervo tendido,/ muerto de sed, en yermos pedregales”. ¡Ay, si a esa índole de asentamiento, nosotros en nuestra sin igual Ciudad de México, sin saber lo que ostenta, sin creer lo que esconde, solamente le decimos Jardines del Pedregal de San Ángel! Y anhelamos algún día estar ahí, sin saber que “Los días, en monótona secuencia,/ parecen largas filas/ de tumbas”.

Bien tratamos de reconstruir nuestro fugaz destino, rezando como el vate su “Plegaria mínima”: Sálvame, poesía,/ respiradero de mi yo desnudo”. Bien, como en La Acrópolis de Noche, tratamos de escuchar “las voces de los perros vagabundos”, hasta volvernos al final del día “el furioso viento de la historia”. También, al fin, “igual que los vencejos/ vivimos suspendidos en el aire/ de las incertidumbres”, y nos aguarda el “Cementerio blanco” bajo el fuego mortal de la mañana. Al igual que el Orfeo de Tenerife, uno siente, al llegar al trabajo: “Cada mañana, cuando rompe el día,/ comienzo, como Sísifo, de nuevo”. Pero a distancia suya, casi no se oye el piano: “Corazón de madera vibratoria”, para oír lo invisible de un corazón humano.

Aquí no hay tanto qué comunicar. Se ha perdido. Como en su epígrafe de Hölderlin: Ática, la grande, ya ha caído. “Ahora las palabras son ruidos animales”. Y donde habremos de pedir, unidos: “Dadme refugio, sombras de la noche”, salvemos a Ramiro Rosón Mesa por compartir sus Ruinas del Paraíso.

Sergio García Clemente, Ángulo muerto; Ramiro Rosón Mesa, Ruinas del Paraíso, (Canarias en Letras), Fundación Mapfre, Guanarteme, Las Palmas de Gran Canaria 2017. (Distribuciones: www.libreriaproteo.com).