Sara Rosalía

Lo que se está abordando en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte son las llamadas industrias culturales, vale decir el cine, la industria musical, la televisión, (en general, las telecomunicaciones), la industria editorial y los derechos de autor. A sabiendas de que al menos compartían la lengua inglesa, precavidamente Canadá excluyó la cultura en la negociación de 1993, lo que prueba que en 2017 hay ciertamente “temas nuevos”, pero que los negociadores mexicanos de los noventas, con Jaime Serra Puche y Herminio Blanco a la cabeza, no defendieron entonces ni al campo, ni la cultura, ni nada. ¿Que estaban contra la pared? ni quien lo dude, pero que no nos traten de vender la idea de Trump de que el TLCAN fue favorable para México. Se vendió lo barato de la fuerza de trabajo mexicana, eso fue lo que se exportó y de ahí los migrantes. Hoy, por cierto, el principal fenómeno cultural de nuestro tiempo.

Las editoriales y el cine

¿Qué ha pasado con las editoriales? La editorial del español “refugiado” Juan Grijalbo, hoy pertenece a Random House Mondadori, la añorada editorial de Joaquín Mortiz fue absorbida por Planeta, la más grande de las editoriales en lengua española. Por fortuna, aunque con la familia dividida, la editorial Porrúa sigue publicando los clásicos y no se ha dejado ganar ni por los libros hechizos ni por la llamada “literatura fresca” o recién salida del horno que genera más ganancias de momento. (Los principales agentes literarios consideran que a la larga vende más un clásico como Nabokov o García Márquez, que los best-sellers son finalmente llamaradas de petate). Permanecen, también y qué bueno que así sea, Siglo XXI, con el poeta Jaime Labastida a la cabeza, y Ediciones Era, la fundada por Neus Espresate, Vicente Rojo y José Azorín. La empresa estatal Fondo de Cultura Económica sigue en pie, aunque vaya usted a saber cuándo la alcance la ola privatizadora.

Al cine, como industria, lo destruyó el sexenio de López Portillo, cuando se liquidó el Banco Cinematográfico, pero hoy la exhibición dedica espacio casi exclusivo a las cintas extranjeras, principalmente estadounidenses. De hecho, las cifras más bajas dicen que los vecinos del Norte ocupan el 80 por ciento del tiempo y hay quienes afirman que se quedan con el 90 por ciento de las pantallas.

Derechos de autor

Los derechos de autor eran, en México, irrenunciables, esto significa que incluso si un autor firmaba un contrato de este tipo, bastaba un breve litigio para anularlo. Por desgracia, los dueños de las compañías de computación pensaron que sus creativos, es decir, los que inventaban los programas no podían ser dueños de esa parte del negocio, y con reuniones internacionales decidieron que los derechos de autor pertenecían al dueño de la compañía. Por cierto, desde siempre, las películas fueron del dueño del capital, es decir, el productor. Las editoriales copiaron el procedimiento y hoy, los derechos de autor pueden cederse mediante contrato. Más listas, las universidades estadounidenses (ojalá no lo oigan la UNAM y las demás) supusieron que los derechos de autor del asalariado investigador, máxime si usaba sus laboratorios o en general su infraestructura, pertenecían a la universidad donde prestaba sus servicios.

La ley del libro que obliga a no poder ofrecer rebajas en las primeras ediciones lleva los precios, al menos al principio, a la alza. Un aspecto que alarma a los escritores es que las editoriales no están obligadas a revelar en qué número de edición va la obra.

La piratería

La piratería, tanto la que reproduce físicamente los libros, como la que se practica (de buena o de mala fe) en línea, enfurece a las editoriales y a las empresas musicales y las de cine, pero, aunque usted no lo crea, hace felices a los artistas. La piratería y el comercio en línea son temas centrales en la renegociación y eso les interesa a los empresarios de acá, pero sobre tofo a los de allá, pues creen que México es la puerta de entrada de los productos chinos.

Existen estancias de artistas entre los tres países, pero eso es un tema menor en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Por lo pronto, los del cine exigen sacar la cultura del TLCAN y en consecuencia al cine.

La mayoría de los artistas demanda participar en las negociaciones, pero los que van a participar son los empresarios de las industrias culturales, no los artistas, vale decir Carlos Slim, Azcárraga Jean, Berlusconi, Larrea y otros.

Identidad nacional y globalización

No hay duda que lo único que puede defender a las naciones de su desaparición es su cultura y ésta entendida no sólo en sus artistas profesionales (escritores, pintores, escultores, teatristas, cineastas), sino como se entiende en Antropología: comida, costumbres, mitos, creencias, sistemas de parentesco, etcétera. El arte no es sólo forma o fenómeno estético, expresa la humanidad del hombre y la identidad de las naciones

Todos los involucrados han dicho fuerte y quedito, que el problema cultural es un asunto de identidad nacional y si justamente la globalización pretende. mediante el libre comercio, abatir las fronteras nacionales y de hecho desaparecer las naciones, poco les importa la identidad de los pueblos. De esa índole es el problema que enfrentamos, pero que no sólo se libra con el TLCAN, sino en muchos frentes.