En momentos de conmoción y complejidad vale la pena recordar las enseñanzas del pasado, valorar avances, retrasos y deficiencias, lo que nos obliga a traer a la memoria al maestro Manuel Camacho Solís, quien fue un actor fundamental en la reconstrucción de la Ciudad de México. Su visión pragmática permitió que a partir de 1985 las obras de construcción se edificaran con rapidez y eficiencia, pero también con gran sensibilidad para dar causa a las energías políticas, al ambiente de enojo y frustración social.

Así, en mayo de 86 Camacho firmó un acuerdo con la Coordinadora Única de Damnificados que agrupaba a 40 organizaciones vecinales, entendió como ningún otro político de su momento que la política de la ciudad había cambiado, que las acciones unilaterales no cabían más y que las prácticas autoritarias del PRI eran un estorbo y parte del problema. Camacho rompió el inmovilismo del gobierno e inició una política de diálogo y acción. Comprendió las consecuencias, como que la crisis política del 88 se gestó a partir de los movimientos sociales que se activaron por el sismo, que generó una sociedad más crítica, participativa y con una mejor condición democrática.

Las situaciones de emergencia no pueden abordarse desde la normalidad del gobierno. Nos exigen cambiar prioridades y los hábitos regulares. Se debe apelar a la madurez, la neutralidad política y la vocación de servicio.

Los gobiernos actuales deben enfrentar la reconstrucción física, institucional, política y social, a partir de los siguientes principios: a) diagnóstico científico y riguroso, sin apasionamientos, subestimaciones ni sobre reacciones; b) no solo es conseguir la información, es su valoración, análisis y confirmación; c) la reconstrucción se debe realizar con tabiques y concreto, pero también con confianza y sensibilidad, atender las diferencias regionales y las particularidades; d) la honestidad debe ser un pilar fundamental en todas las acciones.

La historia reciente de México nos ha enseñado la dolorosa voracidad de algunos empresarios y la complicidad de funcionarios públicos de imponer sobreprecio bajo el argumento de la emergencia, lo cual tendrá costos inauditos para el sistema funcional.

Es pertinente reconocer diferencias de fondo: en el 85 el gobierno no supo cómo reaccionar ante la catástrofe, hoy hay una complementariedad entre sociedad y gobierno. Después del temblor la inconformidad se hizo sentir en asambleas y movilizaciones, hoy la gente se organizó de manera inmediata a través de las redes sociales, pero en lo esencial las lecciones del 85 siguen siendo válidas y deben ser aprovechadas.

Camacho es un testimonio útil para construir una ruta práctica que disminuya los costos sociales y políticos. Supo “cortar el ruido”, centrarse en lo importante, encontrar los actores estratégicos, integrar un equipo con quienes más allá de filias y fobias eran útiles para enfrentar el reto.

Camacho participó en la reconstrucción y esta dejó una huella profunda en él que marcó toda su vida política posterior. Durante su gestión como regente del Departamento del Distrito Federal se realizaron las primeras acciones de protección civil y se desarrollaron nuevos lineamientos de construcción. Entendió que el gobierno por sí mismo no puede enfrentar todas tareas de reconstrucción, pero no debe renunciar a la conducción y a su obligación de convocar a ciudadanos, empresarios, organizaciones sociales, sindicatos, y plantear la ruta.

Tengo la esperanza de que en unos años podamos hablar de los líderes actuales y de nosotros mismos como una generación que aprendió del pasado, generó nuevas lecciones y estuvo a la altura de su circunstancia.

@LuisHFernandez