El año pasado se convirtió en la capital de la literatura latinoamericana la ciudad de Guadalajara, Jalisco, por motivo del trigésimo aniversario de la Feria Internacional del Libro, además que es considerada como la mayor reunión del mundo editorial en español, y por entregar el Premio FIL de la Literatura en Lenguas Romances, que este año (2017) concedió a Emmanuel Carrère por “su profundo respeto al periodismo y por la insaciable búsqueda de nuevas formas de narrar”. Además de ser uno de los escritores más leídos a nivel mundial, y premiado por la realización de sus películas, como fue el caso de El bigote, dirigida y adaptada de la novela epónima del director, esta cinta fue galardonada en el Festival de Cannes de 2005.  Y en todas sus historias existe una “mezcla de ficción y no ficción”, donde indaga sobre la identidad y la ilusión. Un ejemplo, entre otros, es lo que cuenta en la película El bigote, donde un tipo decide quitarse el mostacho, para su sorpresa nadie lo nota: ni su esposa, ni compañeros del trabajo, que son los más cercanos, mucho menos los vecinos. El cambio que él buscaba en su personalidad sólo existe en su mente, pues a los demás parece que no les importa, y se sorprende más cuando les hace saber que se rasuró el bigote, recibe como respuesta indiferente: “Tú nunca has tenido mostacho…” Busca en álbumes fotos para cerciorarse que sí tenía bigote, ve sus labios cubiertos por ellos, y este hecho hace que se perciba de una forma diferente a la que lo ven los demás, y tan diferente porque no concuerda lo que él piensa y ve de sí mismo,  a lo que piensan y ven de él: dos o más personas diferentes en uno mismo:  es el esposo para la esposa, es compañero de trabajo para quienes trabajan con él, y vecino para los que viven cerca de él, pero en su “realidad” se siente y se ve como un ser solitario. El espectador de esta historia se queda con la sensación de que todo es pura ilusión, creada por la mente, pues cada uno ve lo que puede ver, como sucede en el filme, dependiendo del rol que viva el personaje con los demás y los otros ante él.

Emmanuel Carrère, literato y cineasta, tiene bien merecido el premio y muchos más, por toda su obra creativa que invita a la reflexión sobre lo complejo que somos los seres humanos en todas nuestras relaciones, complejidad que surge, como da entender Carrère a través de sus obras: actuamos por lo que creemos que somos, por lo que los demás piensan que somos, y lo que “realmente” somos: seres solitarios, que buscamos saber quiénes somos en “realidad”.

Y no sólo se dedica a la literatura y al cine, también al periodismo que ejerce desde hace treinta años. En una entrevista que le hicieron al recibir el Premio FIL, dijo: “No hay que reducir la literatura a la novela, en Francia hay una tendencia a pensar que literatura es solo la novela y para mí, el periodismo es igual de importante, igualmente literario. He trabajado como periodista desde hace treinta años y he permanecido fiel a esta forma de escritura. Me parece que los reportajes o practicar el periodismo, desde este punto de vista literario, es muy importante para mí. Tal vez la diferencia entre una y otra es la extensión. Es el caso de mi novela Limónov, que nació como un reportaje y después se convirtió en una novela”.

En fin, solo nos queda esperar más historias donde nos muestre que nuestros motivos determinan nuestra reacción ante cualquier suceso.