Después de dos semanas de haber hecho mutis, Andrés Manuel López Obrador rompió el silencio para calificar el Frente Ciudadano por México como una promiscuidad política.

El golpe del mesías contra los tres partidos que lo integran —PAN, PRD y Movimiento Ciudadano— tiene, en la psicología más elemental, un solo significado: que al dueño de Morena le preocupa el Frente.

Y en esto, el tabasqueño tiene razón. La encuesta publicada por el periódico Reforma, el pasado 13 de septiembre, arroja dos datos interesantes: primero, que, en un país políticamente apático, 52 por ciento de los mexicanos, es decir, más de la mitad, está enterado de que acaba de nacer un frente político. Es decir, que hay interés por el invento recién creado.

Y en segundo término, que en una competencia entre las alianzas Morena-PT y PAN- PRD-MC, para la Presidencia de la República, y cuando solo se conoce a uno de los candidatos, hay un empate técnico.

Esa encuesta demuestra, por lo tanto, que el destino del Frente Ciudadano por México depende del candidato que elijan, y que las cabezas de esa alianza pueden equivocarse en muchas cosas, menos en esa.

Es cierto, como lo han repetido en varios espacios el dirigente nacional de Movimiento Ciudadano, Dante Delgado, y la misma Alejandra Barrales del PRD, que en esta etapa lo importante es el proyecto y no las candidaturas, pero también es verdad que la elección del abanderado será determinante para ganar o cavar la sepultura de uno de los experimentos políticos más interesantes de los últimos tiempos.

Se está, por principio, ante un nuevo paradigma que obliga a replantear tesis y verdades consideradas, hasta hoy, como inamovibles y absolutas.

Por ejemplo, la imposibilidad de que ideologías tan opuestas, como la derecha cristiana del PAN y la izquierda social del PRD, se entiendan.

Los errores cometidos por el PRI en el Senado, especialmente el intento de imponer fiscal general, ya logró que los tres partidos que conforman la alianza se unan para proponer una agenda legislativa común, prueba de que pueden construir un acuerdo para ganar en 2018.

La clave radica en entender que en el contexto político nacional actual, dominado por la decepción y el hartazgo, la violencia, corrupción y pobreza, las ideologías, por sí mismas, han quedado en el cuarto o quinto sitio del interés de la gente.

Pero hay algo más que decir: los partidos han dejado de tener el monopolio de las ideologías. Así como ya no pueden movilizar a la sociedad porque ya nadie cree en ellos y esa capacidad se ha trasladado al ámbito de las organizaciones sociales, así también los que menos autoridad tienen para defender principios, convicciones o ideales son  ellos.

Quienes hoy tienen el “acta de nacimiento” de los principios, la patente ideológica son los ciudadanos y la clave del éxito del Frente va a radicar en convertir la pluralidad ideológica, necesidades y reclamos, en una propuesta universal.

Pero, para ello, se va a necesitar de un sastre. De un candidato sin partido, capaz —señalo en el espacio que cada semana me abre el entrañable Brozo— de hilvanar las heridas, las diferencias, los opuestos en un entramado que dé cabida al mosaico nacional.

¿Se podrá? Solo si Ricardo Anaya, Rafael Moreno Valle, Margarita Zavala, el gobernador de Michoacán Silvano Aureoles, y los que vengan, deciden renunciar a sus ambiciones.

Vamos a saber en los próximos meses de qué están hechos los arquitectos del Frente: o son enanos, o son gigantes.