En la tragedia solo conmueve lo verosímil. Jean Baptiste Racine

A las dos horas de celebrar un simulacro de evacuaciones y acciones a tomar en caso de un terremoto, la Ciudad de México fue sacudida por uno. Trágica coincidencia, pues el pasado martes rememorábamos la terrible tragedia del sismo de 1985, aquel desastre que cambió la fisonomía de las colonias más céntricas y costó miles de vidas.

La reacción de los ciudadanos de a pie ha sido, otra vez, ejemplar. Otra vez se volcaron cientos de voluntarios para ayudar en el rescate de las víctimas. Comportamiento ejemplar de solidaridad.

A la hora de pergeñar estas líneas desconocemos cuántas son las víctimas y el número exacto de edificios que se colapsaron y de los que han sido dañados suficientemente como para declararlos inocupables.

Cuando todo haya pasado, dentro de unas semanas, seguramente será hora de volver a revisar el rigor de los reglamentos de construcción o la pertinencia de permitir la ocupación de viviendas o edificios que antes sufrieron daños y se permitieron reparaciones que, por lo visto, fueron en muchos casos insuficientes.

A esto se suma la tragedia que se vive en el Istmo de Tehuantepec, donde cientos de miles de oaxaqueños y chiapanecos han visto cómo el temblor del 7 de septiembre destruyó sus vidas.

Reconstruir las comunidades oaxaqueñas y chiapanecas exigirá muchísimos recursos financieros. Y será hora de preguntarnos si los habrá suficientes para atenderlos, al mismo tiempo que se atienden las consecuencias del sismo en la Ciudad de México.

Estas dos tragedias han venido a subrayar la banalidad de las mezquinas luchas por el poder, entre los partidos políticos y los grupos de interés de la república, mezquinas luchas que han buscado, como táctica cotidiana, enfrentar a unos ciudadanos con otros y a los ciudadanos con los gobiernos.

La solidaridad es la constante entre los mexicanos. La hubo el pasado 19 de septiembre y la hubo entre los oaxaqueños.

Los desastres unen a los ciudadanos y ciudadanas de a pie, hacen surgir la innata generosidad de los mexicanos, una generosidad que la sinrazón y mala fe de la política han buscado por todos los medios disolver a su favor.

Es ingenuo, lo sé, pero sería bueno exigirles a los partidos cumplir con la obligación de trabajar por el bien común, no en su beneficio. Lo sé, es como pedir milagros.

jfonseca@cafepolitico.com