Los problemas que padece la Ciudad de México en materia de infraestructura insuficiente para contener el crecimiento que registra cada año no son recientes. Sería injusto achacarles la culpa solamente a las actuales autoridades locales de los encharcamientos e inundaciones que se incrementan sobre todo en la etapa de lluvias; o bien del hacinamiento de edificaciones; así como de la notoria insuficiencia del sistema de drenaje; o de la falta de agua en algunas demarcaciones; o de la basura que se acumula en calles y avenidas; en fin, sería largo el listado de problemas que se ciernen sobre la capital del país.

Sin embargo, todo ello tiene un origen y una causa que se ha venido arrastrando desde hace décadas. Hablamos de la falta de un verdadero plan de desarrollo urbano lo suficientemente consensuado que permita un crecimiento ordenado de la Ciudad de México y de muchas otras ciudades del país, que también presentan la misma problemática.

Por la falta de un plan de desarrollo urbano coherente con los tiempos actuales, en nuestra Megalópolis los barrios y colonias de la periferia se van amontonando (no creciendo) sin seguir ningún tipo de plan maestro y sin tener en cuenta una planificación ordenada. Obviamente esto provoca un caos que se manifiesta de inmediato en malas e insuficientes redes de transporte colectivo, vialidades estrechas y en permanentes malas condiciones, sistemas de drenajes colapsados por basura, redes de distribución de agua rebasadas por la demanda poblacional del líquido, acumulación de desechos con los consabidos problemas de contaminación ambiental que toda esta gama de insuficiencias produce.

Hay que entender que el crecimiento poblacional y urbano de las ciudades es connatural a su desarrollo económico. Eso es una premisa que no se presta a dudas. Estadísticamente, se considera que, en la actualidad, de las 117 ciudades que tienen más de 100 mil habitantes se genera el 90 por ciento del producto interno bruto total del país, donde la Ciudad de México es la principal generadora de ese porcentaje; más de 90 millones de mexicanos viven en estas ciudades y para 2030 se calcula que vivirán en ellas más de 103 millones de habitantes. Es decir que el esfuerzo de las autoridades locales para atender las necesidades de estos centros urbanos será también muy grande.

Ahora bien, por el lado de la ecología, en relación con el crecimiento urbano de las grandes ciudades, también el reto es mayúsculo, si se toma en cuenta que, por ejemplo, en los últimos 30 años casi un millón 400 mil hectáreas han cambiado de ser suelo forestal, agrícola o vegetal a tener un uso urbano, con las evidentes repercusiones ecológicas. Si en la actualidad se estima que entre 40 y 75 por ciento de la emisión de gases de efecto invernadero proviene de las ciudades y zonas metropolitanas, imaginemos la dimensión de este fenómeno en los próximos años.

Por todo ello, es importante y fundamental que desde ahora se concrete en la Ciudad de México y en las demás megalópolis del país, un plan de desarrollo urbano, o un plan maestro de crecimiento ordenado, lo suficientemente consensuado entre empresarios, desarrolladores inmobiliarios, autoridades locales, urbanistas, ambientalistas, representantes vecinales, líderes sociales de las poblaciones indígenas y asociaciones vecinales de pueblos y barrios para conducir el crecimiento de las ciudades hacia el desarrollo y no al caos urbano y ambiental.

Necesitamos, en el caso específico de la Ciudad de México, romper con la inercia de confundir crecimiento con amontonamiento. Se debe equilibrar el crecimiento económico con el urbano, cuyo centro debe ser el bienestar integrar de los habitantes respetando el entorno natural y ecológico. De esta manera avanzaríamos hacia un crecimiento con desarrollo humano.

Secretario General del Partido Verde Ecologista en la Ciudad de México.