Vale más ser completamente engañado
que abrigar la menor sospecha.
Shakespeare
Perversidad o imprudencia, cualquiera de estas, provocaron un cisma en una sociedad convulsionada por el impetuoso movimiento telúrico que exhibió nuevamente la fragilidad de nuestra ciudad y de sus instituciones a las que, de una manera incisiva, las televisoras buscaron apropiarse de tragedias en “exclusiva”, impunemente explotadas para alcanzar mejores ratings que sus competidoras.
La descarnada búsqueda por capturar la atención de una sociedad agobiada ante el colapso de inmuebles de distinta factura y uso, convocada por la tragedia a unirse a cualquier acción de apoyo barrial, y física y emocionalmente exhausta por su obligado peregrinar del punto en donde el sismo le alcanzó hasta su incierto destino… no fue impedimento para que los “arquitectos del marketing político” inmediatamente vendieran sus productos y servicios a suspirantes presidenciales a fin de aprovechar las “oportunidades” de una catástrofe descomunal.
Solo así uno se explica la elaborada y puntual narrativa desplegada en torno a Frida Sofía, la víctima que nunca fue, que nunca existió, pero que por más de 70 horas acaparó la atención de millones de televidentes, a grado tal que Televisa aplicó todos sus recursos y espacios para que cada acción, cada movimiento, cada nueva información de su empleada en el lugar del desastre fuese priorizado, por los conductores en estudio, por sobre otras noticias tan o más dolorosas y relevantes.
Para quienes vivimos y analizamos el papel de los medios de comunicación en 1985, esta historia nos comenzó a “oler” sospechosamente igual a la del Monchito, aquel penoso pasaje que al involucrar a un crédulo Plácido Domingo dio peso a una noticia falsa que acaparó el interés colectivo, al tratarse del presunto rescate de un menor de 9 años sepultado en el cuarto de vecindad, en la que aparentemente vivía su abuelo, en el populoso barrio de La Merced.
De aquella experiencia aprendimos que, ante los siniestros, prudencia y mesura deben ser reglas fundamentales en la comunicación de los sucesos de urgencias vivas, puesto que provocar expectativas implica un riesgo descomunal si estas son fallidas; de ahí que lo mejor hubiera sido concretarse a comunicar los datos certeros y a destacar los rescates exitosos con el fin de fortalecer la necesaria esperanza, sentimiento colectivo que permite recuperar confianza en un proceso de normalización que, evidentemente, llevará un largo periodo de duelo social ante la inminente pérdida de vidas humanas y de propiedades, privadas o colectivas, difíciles de ser restituidas.
Por ello, en esta lamentable ocasión, sorprendió la diligencia exhibida hacia el secretario de Educación en toda la narrativa de Frida Sofia y sus fáciles inserciones en la barra informativa de la televisora.
Otorgando el beneficio de la duda, podríamos asumir que hubo un error entre brigadistas, autoridades y comunicadores, y que este tuvo un desenlace fatal: el descrédito de la Marina. Siguiendo al fársico bardo inglés, no queremos abrigar la más mínima sospecha de haber sido infamemente engañados para ocultar un vil embuste electoral.