Ricardo Muñoz Murgía

Un símbolo negro se posaba sobre las voces de algunas personas que salían ante la alarma sísmica que, por el aviso previo, se les veía relajadas y hacían bromas como “a Tal no le importa su vida pues no quiso salir por el coqueteo con Equis”. Algunos más, por otro lado, no se distraían de su charla. El simulacro nos llevaba para afuera y no pasaba de ahí, un simulacro. Un par de horas después, la realidad posaba sus patas negras con su furia que nos obligaba a vernos en nuestra justa dimensión ante lo gigante de la naturaleza. La salida ordenada y puntual cambió su gesto por lo presuroso de la gente y, lo que no se contempla, quienes en esos momentos padecen crisis y, si vienen con algún familiar, son atendidos pero de lo contrario es muy posible que no se ayuden en esos instantes y hasta puedan hacer menos fluido el tránsito de personas. La tremenda lección está dada, y es justo momento para atender muchos aspectos más de lo que en realidad sucede cuando la tierra cruje, cuando ese movimiento nos vuelve sordos, cuando las fugas se enlistan, cuando los muros comienzan a desgajarse, cuando un resoplido de humo se posiciona sobre un inmueble de concreto…

Una pregunta, sobre todo para los que profundizamos en los símbolos, ciclos, etcétera, nos punza en las sienes, ¿por qué el 19 de septiembre? Muchas especulaciones nos ponen a ahondar hasta en los números. Lo más reciente nos lleva al terremoto del día 28 (28 años después sería la siguiente tragedia) de julio de 1957 (la madrugada, a las 02:43 horas), sesenta años después del que vivimos ahora. El de 1985, el que tiene que ver con el mismo día: 19 de septiembre (a las 07:19) y 32 años después, en este 2017 (a las 13:14 horas), casi con la regularidad de cada 30 años. En 1957 el Ángel de la Independencia, con su caída, marcó aquel sismo para servir como emblema. En 1985 el gran Hotel Regis, sitio de una buena porción elite de la sociedad citadina, coronó aquel temblor, el que precisamente marcó un cambio en la prevención y cuidado de los ciudadanos. Hoy, en el terremoto de 2017, la escuela Enrique Rébsamen enmarca una de las más grandes tragedias de este año, y la caída del Monumento a la Madre se hila con el tremendo dolor.

Es claro que el México violento que tenemos es más temible, lo que increíblemente no se ha podido hacer nada, por el contrario, avanza. El temblor nos permite encontrarnos, saber que podemos estar unidos, que la solidaridad es nuestro sello, que podemos ser fuertes ante la desgracia. Así como seguramente podamos salir a flote ante tal tragedia, ojalá así podamos ante la criminalidad.

El temor se alza igual que las humaredas, los símbolos habrán de continuar. La prevención a fondo no debe esperar más.