Alejandro Alvarado

Paco Ignacio Taibo II publica Patria (Planeta), un libro que va hondo sobre el tema de la Reforma. Cuenta Taibo que tardó muchos años en la recopilación de material y tomar notas; que, de repente, se encontró con que ya había acumulado “una biblioteca inmensa sobre el liberalismo”. “La acumulación de materiales, a lo largo del tiempo, ocupé los últimos tres años en escribir los tres tomos de Patria. Me di cuenta de que se ha extendido una especie de sombra al estudiar la Reforma, la Independencia y la Revolución; pero la Reforma siempre quedaba impasse. La educación básica de este país es como una zona de niebla, y no es justo. Me parece que estamos hablando de una época apasionante, muy amena para estudiarla como reflejo del pasado y del presente”.

Desde que Paco Ignacio escribió La lejanía del tesoro, empezó a tocar el tema de la Reforma y se dio cuenta que éste merece un libro histórico. Se abocó a esta tarea, y en el tomo I de Patria aborda de la Revolución de Ayutla a la Guerra de Reforma; en el II la Intervención francesa. En esta entrevista, se abundó sobre los dos primeros tomos. En el III, de próxima aparición, se trata La caída del imperio. “Es la misma historia de La lejanía del tesoro y son los mismos personajes centrales, nada más que sin ficción”.

—¿La última dictadura de Santa Ana ya se colgaba sobre alfileres cuando es derrocada Su Alteza Serenísima?

—Sí. El hartazgo de una parte importante de la población, los abusos del poder, la pérdida de la mitad del territorio en la guerra contra los gringos (entendida, por todo el mundo, como una traición, un abandono), fueron creando el caldo de cultivo de una reacción, de decir hasta aquí; y el hasta aquí era, un poco, marcado por figuras como Melchor Ocampo, diciendo, necesitamos un nuevo proyecto de patria, de país. No podemos seguir titubeando ni permitiendo que, en manos de militares, traiciones asonadas, golpes, debilidades, el país esté sujeto a la rapacidad norteamericana o europea. Esta reacción generó una generación de combatientes: los liberales rojos, los liberales puros, que tendría todo su brillo en la Guerra de Reforma y en la resistencia contra los franceses y el imperio de Maximiliano.

—¿Esta generación le da una fisonomía nueva a la patria?

—Diría yo que sí; además, es muy particular, Patria no quería ser una biografía de Benito Juárez sino una biografía de esta generación: Santos Degollado, Vicente Riva Palacio, Mariano Escobedo, González Ortega, el Nigromante, Guillermo Prieto, Francisco Zarco; escritores, poetas, propagandistas; y militares improvisados nacidos de un ejército popular que lentamente se fue construyendo. Considero que esta generación es la más brillante de México. En términos de cantidad, muchos de ellos son grandes hombres. Lo que me gusta es el conjunto. Me gusta seguir a los personajes. Pero, básicamente, lo que me interesa es la visión de una generación como nunca ha tenido la historia de México, de cuadros político periodístico militares, que lo mismo se subían a una farola para echarse un mitin en voz alta, como Zarco defendiendo la libertad de expresión, o se convertían en generales improvisados. Esta generación me resulta muy atractiva y me encariñé enormemente con ella. Tan es así, que los capítulos que les dedico siempre están escritos en segunda persona, les hablo de tú; porque quería acercarme a ellos y que el lector sintiera ese acercamiento.

—Es una generación que da origen a la Constitución de 1857…

—La Constitución fue clave porque les da una base de sustento a los liberales, y, luego, avanza con las Leyes de Reforma promulgadas en Veracruz. Había que acabar con el poder terrenal de la Iglesia en México, la cual se había convertido en un sobre estado, dominaba, por encima de la legalidad, con sus prácticas. Una Iglesia que el 80 por ciento de las casas habitación en la Ciudad de México eran de su propiedad. Era un poder económico, religioso, y eso provocó las contradicciones cada vez más agudas que desembocaron en la Guerra de Reforma, y en el apoyo de los conservadores a la intervención francesa y, después a la pantomima del imperio.

—Cuando un historiador desarrolla una historia ¿hay imágenes o criterios que van fortaleciéndose o derrumbándose conforme va avanzándose en la escritura?

—Hay dos cosas que cuando comencé a escribirla me sacudieron, una de ellas es: se trata de una historia poco conocida que hay que difundir, divulgar; y la segunda es, el pasado tiene un eco hacia el presente muy potente, cuando tú dices Juárez cruzaba el centro caminando y sin escolta. ¡Te imaginas eso en el México de hoy y no puedes creerlo! Tampoco puedes creer que los liberales jamás se hayan acercado a la corrupción; su idea del poder era el servicio. Eran personas humildes. Hay un reflejo hacia el México de hoy, muy potente y muy doloroso, que al mismo tiempo que te hace decir que otro México es posible. Esas dos cosas estaban detrás del proyecto de escribir Patria y fueron fortaleciéndose conforme lo iba pergeñando.

—¿Cuál es el verdadero mérito de Porfirio Díaz en su participación militar en esta época?

—Hay una operación de blanqueamiento de Porfirio Díaz, operación que va a concluir en una segunda fase diciendo el gobierno que la dictadura porfiriana no fue tan dictadura, fue más blanda.

—México alcanza la gloria en la guerra contra los franceses, en la batalla de Puebla…

—Incluso, cuando se pierde la segunda batalla de Puebla, la segunda derrota, es la que foguea a los que serán nuevos dirigentes de la guerrilla. Zaragoza acierta. Dirán lo que digan, pero Zaragoza acertó cuando vio cómo estaban disponiéndose los franceses. El error que comete Lorencez de avanzar en línea recta en lugar de circunvalar la ciudad, Zaragoza se da cuenta y cambia el frente de combate. No hay duda de que el mérito estratégico está ahí, luego el mérito táctico está en la resistencia de los artilleros jarochos, en el contraataque de los batallones de la sierra de Puebla. El ejército francés vino a invadir además de una manera asquerosa. Nunca hubo declaración de guerra. No se respetaron las formas. Era una aventura colonial tradicional. Se fusiló combatientes y generales mexicanos bajo qué argumento si no había guerra. No se respetaron las declaraciones de guerra. Pero sí se mataron muchos mexicanos.

—¿Cómo describe a Benito Juárez?

—De cualquier manera menos como lo han contado. La imagen de piedra de Benito Juárez queda destruida cuando empiezas a contar anécdotas. Era un hombre rígido, sí; un hombre muy duro al tomar decisiones que se confrontaba con sus propios compañeros, pero de una notable solidez y, al mismo tiempo, era un cuate al que le gustaba bailar, fumaba puro, no cobró su salario seis meses. Hay una serie de elementos cuando empiezo a narrar en detalle a Juárez que lo van humanizando con la imagen de la Secretaría de Educación Pública y el gobierno de piedra y monumento y nombre de calle.

—¿Cuál es la participación de la Iglesia en la Intervención Francesa?

—Definitiva. El bando conservador va a ser financiado por ella. Hay momentos que son terribles: su alianza con los imperiales franceses, por ejemplo. Cuando toman Puebla por segunda vez, el arzobispo decreta que suenen las campanas júbilo. A eso se llama traición.

—Los generales que participan en la Intervención Francesa son muy pintorescos, ¿nos puede hablar sobre algunos de ellos?

—Le tengo mucho cariño a Mariano Escobedo, muy minimizado en la historia de México. Cuando empecé a contar la batalla de Querétaro, abordé a fondo el cerco a Maximiliano y a los imperiales, a quienes derrotan y fusilan al emperador. La batalla de Querétaro me consume cerca de diez capítulos. Es una batalla en la que dura meses el cerco, son grandes las dificultades que pasan los ejércitos improvisados, los ejércitos que vienen haciendo marcha desde Sinaloa a Querétaro, descalzos, con Ramón Corona al frente, las brigadas de Michoacán que han hecho la guerra de resistencia en Tierra Caliente de una manera sorprendente, épica.

La historia es investigación, solidez, confrontamiento de fuentes. También es un arte narrativo, pues no reconocemos un hecho obvio, que es de quien es la historia, de los mexicanos; por eso debemos contársela, concluye Paco Ignacio Taibo II.