Omar Páramo/Francisco Medina

Estudios como el del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO), que año con año anuncia cuáles son las 10 carreras mejor pagadas, son trabajos irresponsables y sus resultados producto de serias deficiencias metodológicas. No obstante, quienes las publican nunca advierten de estos fallos al público y, por el contrario, presentan sus cifras como argumento de qué profesión deberían elegir los jóvenes, planteó Alejandro Márquez Jiménez, del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la UNAM.

Y la evidencia de su poca fiabilidad es que, con frecuencia, las disciplinas que figuraron como las más redituables en cierto año, al siguiente no están, ¿o cómo explicamos que en la relación recién presentada por el IMCO figure Química como la del salario más alto, y que en la de 2016 ni siquiera se mencione? Y lo mismo pasa con el segundo sitial, Servicios de Transporte, que no aparece en la relación presentada en 2015, preguntó.

“¿Con que seriedad te puedo recomendar inscribirte en cierto plan de estudios y 365 días después decirte que siempre no, que la mejor opción es otra, sobre todo si me presento como una entidad que te da siempre información válida y confiable?”.

El problema —expuso Márquez Jiménez— es que el IMCO se basa en la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), la cual no está diseñadas para captar datos de carreras específicas y ello genera márgenes de error gigantescos. Por esta falta de rigor la academia jamás se atrevería a sacar uno de estos listados, aseveró.

“Estas comparaciones antes las formulaba el Observatorio Laboral de la Secretaría de Trabajo y en su momento le hacíamos las mismas objeciones, pues las cifras usadas —entonces y ahora— no tienen una representatividad suficiente para las diversas profesiones como para hacer estimaciones serias, aunque ellos digan que sí”.

Y si sabe ya se sabe de la poca fiabilidad de estos estudios ¿por qué siguen apareciendo? Porque pagan y lo preocupante es que esto tiene una fuerte repercusión mediática que se traduce en cabezales del estilo “Más técnicos y menos filósofos”, como el del periódico La Crónica de hoy del 23 de agosto, o “Elige una carrera por la rentabilidad y no por la popularidad”, de El Economista un día antes.

“Como academia, lo que nos queda por hacer es pedir a la gente tener cuidado porque se trata de información que, en la mayoría de los casos, no es válida. Estas listas pueden poner en un pedestal a una disciplina por ofrecer los beneficios más altos y, al año siguiente, ni siquiera considerarla, lo que debería levantar algunas sospechas”.

Una realidad compleja

Al desarrollar su encuesta la ENOE levanta un registro de personas con educación superior y puede que entre ellas haya de dos a 20 que estudiaron la misma carrera, muy pocas como para establecer algo contundente sobre sus 25 mil o 30 mil colegas empleados, pues no son una muestra significativa, detalló Márquez Jiménez. “Ahí es donde fallan los listados como el del IMCO, pues tener datos tan limitados genera errores al intentar predecir el punto medio salarial”.

En este rubro, el listado del Instituto Mexicano para la Competitividad publica información débil y ello se evidencia al contrastar la de un año con la del siguiente y ver que unas disciplinas aparecen y otras ya no están más. Las estables son aquellas con mayor número de profesionistas, pero considerarlas sólo porque tienen más sujetos insertos en el mercado es un sesgo y nos da un mapa incompleto.

Otro aspecto donde se falla es al intentar anticipar el futuro pues éste es mucho más complejo de lo que creemos. Por ejemplo, resulta complicado saber por dónde avanzará la tecnología, pues podemos anticipar que cierto sector necesitará a muchas personas y al poco tiempo contar con algún desarrollo que desplace a quienes se ocupaban en ese rubro y lanzarlos al desempleo. Ya ha sucedido.

“Tampoco faltan los futurólogos —como les decimos— que aseguran que las carreras del porvenir están en la genómica o la robótica, pero el país no tiene nichos en el mercado de trabajo para absorber a estos profesionistas. ¿Entonces qué hacer?”.

Usar el sentido común

Listas como las del IMCO que buscan servir de guía sobre qué carrera elegir son resultado de una postura surgida en los años 70, llamada Man Power Approach —o Enfoque de Previsión de Mano de Obra—, el cual, con la pretensión de ejercer ingeniería social buscaba vincular el sistema educativo con las demandas del futuro.

“Durante la dictadura pinochetista esta visión se impuso en Chile y, de forma autoritaria, se determinaba cuántos lugares había y qué se debía estudiar. Visto esto a la distancia podemos inferir que esto no dio resultados especialmente buenos, pues la economía de ese país y la del nuestro no son muy diferentes al día de hoy. Es complicado intentar contener los escenarios por esta vía cuando el mercado de trabajo nos cambia las jugadas de un momento a otro”.

¿Entonces qué se puede hacer? Para Márquez Jiménez parte de la respuesta está en la gente y en su capacidad para ver a su alrededor. A este mecanismo de planeación se le conoce como Orientación Fijada en la Demanda. “De hecho, así despegaron, casi solas, las carreras relacionadas con la computación o la informática. Las personas se dieron cuenta de la necesidad de este tipo de profesionistas y las escuelas empezaron a formarlos. Fue un proceso que se dio casi naturalmente”.

A decir del doctor en Educación, las personas sí saben captar las señales de mercado y cuando perciben que hay alguna oportunidad, se arriesgan y frente a panoramas adversos marcan su distancia.

Por ejemplo, se afirma que ya no se necesitan administradores, pero los jóvenes han encontrado la vía para vincular esa formación con otras ocupaciones y le apuestan a esta opción. En el caso opuesto están las carreras agropecuarias, que registran un marcado descenso en la matrícula debido a la percepción de que en la actualidad no les está yendo nada bien, agregó el universitario.

“Me gustaría dejar en claro que en ciencias sociales cualquier cálculo es incierto y quien intente pronosticar el futuro terminará fallando. La realidad nos rebasa y nosotros, como academia, tenemos una deuda con la sociedad, aunque sólo podemos ir hasta donde es seguro, pues sería irresponsable decirle a la gente qué decidir y, de esta manera, ponerla en riesgo. En esto no hay bolas de cristal mágicas”.