El tema de la relación entre la obra de arte literaria y las disciplinas que pretenden cierta “verdad”, como la historia, la filosofía o incluso el periodismo, es inagotable. Resulta ingenuo tratarlo en pocas líneas. Sin embargo, estas breves reflexiones parten de una proposición general expresada por Milán Kundera en un ensayo: “Existe una diferencia fundamental en la manera de pensar de un filósofo y la de un novelista. Se habla de la filosofía de Chéjov, de Kafka, de Musil, etcétera. Pero ¡trate usted de extraer una filosofía coherente de sus escritos! Incluso cuando expresan sus ideas directamente, en cuadernos íntimos, éstas son más ejercicios de reflexión, juegos de paradojas, improvisaciones y no afirmación de pensamiento”. Como todo juicio sin matices, como toda proposición general, bastaría presentar casos contrarios para derrumbarlo, pero el juicio es en gran medida certero. ¿Hasta qué punto?

Por la misma multiplicidad de voces, un personaje, en una novela, puede sostener un pensamiento, mientras que otro puede tener el contrario. Un ejemplo de antifonía o posturas antitéticas en un diálogo, es el que se establece entre Settembrini y Naphta en La montaña mágica, de Mann. Se trata de dos visiones distintas del mundo. Ambos personajes discuten y no llegan a una síntesis. Es cierto: a la literatura no le interesa, en primera instancia, la verdad de un enunciado en tanto verdad, es decir, en tanto comprobación para sostener un sistema coherente y unívoco de ideas o para afirmar un pensamiento. La obra de arte literaria se mueve en un terreno más contradictorio: en el terreno del ser humano de carne y hueso, en la cotidianidad, sin importar que lo que ocurra no sea cotidiano ni que los personajes sean del llamado vulgo. En tal sentido, Albert Camus afirma que él no se considera filósofo porque no le interesan los sistemas, y él sólo escribe de lo que ha vivido.

No obstante, ha habido escritores, como Jean-Paul Sartre, que en sus novelas, cuentos  u obras de teatro tratan de expresar lo que conceptualmente desarrollaron en sus obras sistemáticas y de filosofía densa. En el caso de Sartre, su libro filosófico de ontología existencialista titulado El ser y la nada puede ilustrar muchos aspectos de sus novelas, cuentos u obras teatrales. Autores como Poe y Zola también teorizaron sobre arte y literatura, y muchas de sus afirmaciones ilustran y enriquecen, sin contradecirlos, sus textos creativos.

Si bien Kundera habla de la novela, hay quienes hacen extensivo ese pensamiento a toda la literatura. Sin embargo, recordemos que Platón expresa toda una filosofía sistemática y coherente a través de una serie de diálogos con personajes distintos. Alfonso Reyes llama a Platón “El poeta contra la poesía”. Los presocráticos escribieron poemas. En el de Parménides se expresa toda una filosofía “coherente”. Asimismo, en la antigua India, independientemente de los sistemas filosóficos ortodoxos (dársana) o heterodoxos (por ejemplo, el lokayata), hay también poemas filosóficos, como el titulado “Sobre el principio” (en el Rig Veda), donde se expresan los principios de lo que milenios después será la dialéctica. Allí mismo hay una clara postura escéptica frente a la creación. En la antigua China también se expresaron filosofías desde la literatura. Más recientemente, poemas como el Primero sueño, de Sor Juana; El cementerio marino, de Paul Valéry, o Muerte sin fin, de Gorostiza, pueden tener lecturas filosóficas. Como podemos apreciar, a veces (no siempre) las fronteras entre disciplinas humanísticas son delgadas, aunque permanezcan como vecinas distantes, y a menudo puede expresarse prácticamente lo mismo en gran cantidad de formas y géneros.