Las últimas semanas y especialmente en esta que recién concluye, nuestro México ha sido golpeado por las fuerzas de la naturaleza. Una vez más, los mexicanos hemos sido puestos a prueba en nuestra templanza, capacidad de sobrevivencia y de reacción ante las fuerzas incontrolables de huracanes y terremotos.

Ante lo inesperado de los fenómenos telúricos que nos recuerdan nuestra pequeñez infinitesimal en el universo, estos últimos días sufrimos un temblor como nunca de 8.2 grados que destruyó muchísimas comunidades en Oaxaca, Chiapas y Tabasco y cobró un número importante de víctimas, así como la casi destrucción total de pueblos históricos como Juchitán. Lo anterior, días después de enfrentar lluvias torrenciales en el Golfo de México, que afectaron principalmente Veracruz.

En la Ciudad de México, ese temblor pese a su gran fuerza, por la lejanía de su epicentro, no causó daños materiales graves, solo el temor, el miedo, el recuerdo del sismo de 1985, que dañó y transformó la faz de la capital del país.

Por si hiciera falta o hubiéramos agraviado a los dioses de la naturaleza, los fenómenos climáticos continuaron afectándonos, en el caribe, en el golfo y en el pacífico. El país entero se movilizó a ayudar y apoyar a nuestros compatriotas afectados por las lluvias o por el terremoto

Al pasar de las horas y los días, fue posible conocer más de cerca los daños a los edificios, a las viviendas, las pérdidas de vidas humanas y nuestra experiencia en atender estos momentos aciagos nos permitió desplegar la logística adecuada, coordinando los esfuerzos de los tres órdenes de gobierno y de la sociedad civil.

Todo parecía que poco a poco empezábamos a superar los momentos críticos, a organizar los esfuerzos institucionales, a conducir los apoyos de la sociedad civil, cuando se nos vino encima el aniversario del 19 de septiembre de 1985. Ese día, los mexicanos, lejos de sentarnos a llorar a nuestros muertos, a recordar nuestras perdidas, a añorar los recuerdos –que también lo hacemos– lo dedicamos a realizar un simulacro de temblor que nos permite responder a una emergencia de esa magnitud.

FOTO: MARIO JASSO /CUARTOSCURO.COM

Todo parecía ir bien, se realizó el simulacro y todos regresamos a nuestros puestos de trabajo, a nuestras actividades normales, cuando al poco tiempo, la fuerza telúrica cobro vida y la tierra comenzó a cimbrarse, el temblor fue de 7.1 grados y los daños al paso de las horas empezaron a conocerse. Los habitantes de Puebla, Morelos, Tlaxcala, Guerrero y el Estado de México, resultaron muy afectados.

La Ciudad de México no fue la excepción; al desconcierto inicial, siguió la respuesta colectiva, emergió al igual que en 1985 una solidaridad impresionante; al pergeñarse estas líneas, todos los habitantes de esta gran metrópolis estamos ayudando al vecino, apoyando al brigadista. Es cierto que somos feroces individualistas, pero fenómenos naturales como el que enfrentamos galvaniza a todos y brota de lo más profundo del alma un sentimiento colectivo solidario. México- Tenochtitlan vivirá hasta el fin de los tiempos.