Por José Natividad Rosales*

 

ROMA, enero de 1957. A pesar de los trece años que Gregory Peck tiene de trabajar en el cine con un éxito rotundo, éstos no han logrado variar, en lo más mínimo, en su aspecto de muchacho sencillo, así como su manera de vivir. Es muy difícil que anude amistad, muy a la ligera, pero cuando lo hace, entonces se puede tener la seguridad de que será amigo por mucho tiempo y, lo que es mejor, amigo de verdad. Ha caído por Roma, para “ver ruinas y mujeres, muerte y vida, sombra y luz” y ahora cuando nos lo encontramos en el Albergo Nazionale—en donde viviera Verdi y en donde Tata Nacho se alojara recientemente— está puesto dispuesto a hablar. Mira “de canto” con una mirada huidiza y entrecerrada típica de desconfianza. Tenemos que insistir de frente, mirándole sin hipocresías y hasta con cierta osadía.

El hombre se revuelve y juguetea con un llaverito de oro de cuya cadena pende un corazón. Al fin, acosado —quizá fastidiado— se decide a abrir la boca. Y empieza hablando de la amistad y de los amigos. “No se puede tener confianza en todo el mundo. Es triste, pero así es. La amistad es un sentimiento que, demasiado prodigada, se vuelve insustancial. Para que sea solidad debe darse a unos cuantos. Yo soy partidario de tener, una sola mujer, y un solo amigo, ya que pienso que tengo un solo corazón. Quiero a todo el mundo pero no puedo entregarme a todos, ni tampoco sería sincero ni honesto. No por eso soy una gente huraña. Le aseguro que no. Si no quería hablarle no es por otra cosas sino porque considero que no estoy trabajando. Usted viola un derecho con su insistencia. Pero como sé que no lo hace por una razón personal, sino por una profesional— por las gentes que están tras usted—por eso estamos charlando ahora. ¿Está claro?”

¡Claro que lo estaba! Y una vez que abrió la puerta de sus confidencias, todo fue sobre rieles- Quienes le conocen bien dicen que tiene una gentileza proverbial y, sobre todo, una serenidad a toda prueba. Conserva la calma aun en los momentos o ante las preguntas más difíciles. Y él aclara: “No lo hago por virtud. No señor. Así es mi temperamento y basta. Mi padre me decía que lo que la Naturaleza jamás pierde es el ritmo. Este es el camino más sabio porque, seguramente fue instituido por una inteligencia superior. Todo tiene un “tiempo” ideal para su vida. Los tallos no crecen a prisa, ni tampoco los tomates o las lechugas, por más apremio que el hombre les haga o por mucha necesidad que tenga de ellos. Cuando el ritmo se altera sobreviene una catástrofe. En el corazón, por ejemplo, acaba en un sincope y en el carácter en esas cosas que la ira provoca y de las cuales nos lamentamos siempre, La “euritmia” debiera se runa materia que los padres debieran enseñar a sus hijos. Ir de acuerdo con todo, en armonía con todo es algo bellísimo.  Teniendo un ritmo para cada cosa —emoción o sensación— se puede sentir mejor al mundo. Creo que los filósofos alemanes llaman a eso la “la imaptia” pero yo sé que es cierto. Vibrando con todo lo que nos rodea tenemos un sentido más rítmicamente universal. ¿Me he extendido? Esa es la simple razón por la que jamás pierdo la calma, incluso ante la cosa que más me duele en esta vida; perder al póker”.

Gregory Peck, nacido el 5 de abril de 1916, ha cumplido, hace poco los 40 años. Gladys Coper, con quien debutó en 1942 en la pieza teatral de Broadway “Estrella de la Mañana” ya no lo reconocería. Entonces tenía un aire casi de adolescente, pero ahora está hecho casi un viejo, arrugado por todas partes, así como en la frente, le dan una apariencia de “talla en madera” más que de rostro de persona cuarentona. En estos momentos ya debe de estar en Hollywood, luego de de permanecer más de tres años en el extranjero, trabajando rabiosamente. Tendrá consigo a nueva mujer, la periodista Verónica Passani con la que se encontró, por primera vez, en 1951 cuando ella, toda aturdida, acudió a entrevistarle. Poco quiere hablar de este “incidente sentimental”—I was in my sentimental journey—dice, pero sobre el caso agrega: “Cuando me fue a entrevistar, me pareció que, en lugar de ir a ver al actor, quería enfrentarse con el hombre. Yo vi en ella a la mujer no a la profesional.  La corriente de intimidad y de analogía que ya existía entre ambos , se reveló de manera simultánea y rápidamente, como cuando uno abre una ventana sobre el paisaje. Sentí, ante ella, el inmediato deseo de estar a su lado como si ella fuese la plenitud que llenase el hueco que yo llevaba entro desde hacía tiempo. Me empezó a hacer preguntas con una voz que parecía muy segura, cuando tenía un irritante tornillo profesional, pero que yo sentía que temblaba cuando, con toda malicia la desviaba hacia otros temas. Hablamos de la vida pero, al rato ya estábamos hablando de la nuestra. El mundo no nos interesaba y comprendí que en pocos momentos habíamos saltado la barrera, yendo de la amistad hacía el amor con ligerísimo paso. Ella proseguía preguntándome las cosas más inesperadas y yo contestando con las más sorpresivas. Nunca pudo hacer la entrevista y si no consiguió complacer a su director, sí pudo conseguir un nuevo marido. Ella tiene 16 años menos que yo, pero a la frescura de su corazón uno la madurez de mis años. Formamos, así, una pareja equilibrada. Ha sido una madre para mis tres chicos, Jonathan, de 11 años; Carey Paul de 7 , y Sthepan de 9. Por ella supe —a mi jamás me lo quisieron decir— que de los tres, solamente Stephan quiere convertirse en actor “para ser como papá y, si puedo, mejor que él”. Jonathan quiere ser científico y Carey Paul un deportista. Pero mientras que algo pueden ser en la vida, por lo pronto aprenden a cabalgar.  Y para terminar este paréntesis sobre mi familia, le diré, que aparte de haber formado una casa productora de películas, la “Melville Productions”, volveré, en cuanto pueda, a mi antigua profesión de entrenador de caballos y novillos”.

La paga que Gregory recibe por cada película es de 250,000 dólares. De tal manera se entrega a su trabajo que no elude, por ningún motivo, los riesgos mismos que en el mismo existen. Para la escena de la muerte del Capitán Achab , en “Moby Dick”—su película más reciente con el “Hombre vestido de gris”—, no ha dudado ni un solo minuto en dejarse ligar a una ballena mecánica que viajaba en el mar, a 10 nudos por hora, dando vueltas como una condenada. Periódicamente el actor desaparecía bajo el agua, amarrado al dorso del animal y solamente reaparecía después de un minuto. Una falla en el mecanismo, por pequeña que fuese, hubiera podido costarle la vida. Pero Gregory jamás ha dado muestras de tener miedo y dice: “Como me pagan bien, tengo el ineludible deber de hacer cualquier cosa, por difícil que parezca”.

Es muy amante de sus hijos, habidos con su primera esposa, Greta. Su divorcio no fue nada del otro mundo y hasta ahora guardan una posición tan amigable ,que la esposa permite que los chicos pasen gran parte del año al lado de su padre. Gregory tiene ideas muy especiales sobre la educación de los niños , hijos de divorciados, porque el mismo es uno de ellos, ya que tenía 6 años cuando los suyos se separaron. Por sobre todas las cosas aspira a que sus muchachos crezcan sin hábitos perjudiciales y que jamás tengan demasiado dinero en las bolsas. “Esto le daría—dice—, demasiado amor por las cosas que pueden adquirir con el dinero. Ahora van entendiendo que la mejor función del dinero es el de que pase por nuestras manos, a las de otros, sin dejarnos, apenas la huella de un bien hecho. Sobre todo, yo aspiro a que ellos jamás sean siervos de las cosas. Es difícil que un chico entienda que, entre menos objetos posea,  siempre será señor de sí mismo.  Vivimos con demasiadas cosas a nuestro derredor y lejos de tener un espíritu libre, estamos esclavizados por ellas. Piden atención, sitio, miradas, cuidados y renovaciones. En el fondo son tiranos crueles y el saldo de nuestra vida es haber vivido demasiado para ellas y esto es un tremendo equivoco porque nuestra vida es nuestra. El verdadero hombre libre es el que tiene menos cosas. Mis chicos viven con lo indispensable y no porque a su padre le falte capacidad de trabajo. Pero así entiendo la educación de las criaturas. Ellos tendrán, siempre , un patrimonio a su disposición, porque me he dedicado, desde hace buen tiempo, a la cría de bovinos en mis ranchitos de California y Middleewest”.

Gregory ama a Roma. No olvida que allí filmó “La Princesa que quería vivir”. Y cuando está en Italia siempre quiere referirse a la mujer “que es aquello que más salta, por vivo, en este delicioso paisaje en ruinas”. Y como introito dice : “Se tiene el concepto equivocado de que nosotros, galanes de la pantalla, debemos conocer todos los secretos del amor y del arte de hacerse amar. Esto, en mi caso, dista mucho de ser verdad. Nosotros somos como cualquier ser humano y, como ellos, estamos bien o mal dotados para la lucha con nuestro eterno rival: la mujer. Yo no tengo técnica especial para tal cosa , ni en el cine ni en la vida. Pienso que las cosas más sencillas son las que tienen éxito. Una mujer en cualquier parte de la tierra está esperando, siempre, un “te amo” que le diga un hombre. No necesita de mayores explicaciones ni él necesita ser un literato. Lo demás es pura complicación de la vida. Con el correr de los años hemos hecho enmarañado lo que la naturaleza hizo simple. El amor es un sentimiento tan fuerte , de por sí, que no hay razón, ninguna, para disfrazarlo, ni con voladuras románticas, ni con brusquedades modernas.

“No es cierto— prosigue entusiasmado— por otro lado, que los actores de hoy prefiramos ser bruscos para parecer mucho más hombres y atractivos. Tampoco es cierto que , a la mujer de nuestro tiempo, le guste el tipo de hombre brutal y embrutecido, el que haga sangrar a su compañera mental y físicamente. La mala educación no ha sido jamás signo de virilidad, y si una muchacha gusta de ser maltratada es seguro que no anda muy bien de sus tornillos. Ocasionalmente puede querer que su hombre dé signos de fuerza que como tal debe tener, pero en el fondo, quiere ser protegida y mimada.”

“Por otro lado, téngase en cuenta que nosotros distamos mucho de ser lo que somos en la pantalla. Por lo general los productores eligen los tipos de más fuerte carácter que son los que nosotros encarnamos. Atila y Julio César, Gengis Khan y Hitler, Casanova y Bocaccio, Cellini y Napoleón siguen dando mucho dinero a sus biógrafos cinematográficos  y el que nosotros, incidentalmente les revivamos, no quiere decir, en modo alguno, que tengamos la crueldad de ellos, sus desplantes, su “jalón” con las mujeres y todas esas cosas que se nos quedan luego de que nos quitamos las chaquetas napoleónicas o los kepís nazistas de Hitler.”

“¿Desilusiono un poco con lo que ahora revelo? No lo siento. Antes que nada debo y quiero aparecer  como un ser humano con todas sus flaquezas. Nunca quisiera que mis admiradores ni mis familiares me quisieran por virtudes ajenas que mis personajes me prestan”.

*Texto publicado 13 de febrero de 1957, en el número 190 de la revista Siempre!