En nuestro país suele llover sobre mojado, las tragedias dejan una huella imborrable a través de la historia, como sucedió aquel 19 de septiembre de 1985 en que un terremoto devastador dejara grandes secuelas en la Ciudad de México ante un gobierno pasmado y la emergencia de una sociedad que se organizó para ondear una bandera solidaria. Ese día el caos ocupó todos los sitios mientras las autoridades, encabezadas por el entonces presidente Miguel de la Madrid, no atinaban en articular una intervención institucional, no había protocolos ni prevención, la gente se volcaba para apoyar a quienes les cobijaba la desgracia en esas horas de angustia.

El jueves 7 de septiembre otro movimiento telúrico provocó destrucción, pánico, zozobra; principalmente en Chiapas, Oaxaca y Tabasco se registraron los efectos de un terremoto a una escala Richter de 8.2. Dicho acontecimiento redireccionó el pensamiento a lo acaecido en 1985, una tragedia inesperada que hasta el lunes once de septiembre reportaba 96 víctimas mortales.

Por alguna razón que no se entiende cabalmente la solidaridad entre mexicanas se expresa en momentos coyunturales particularmente graves; en trances amargos como los descritos no cuentan ideologías, creencias o condición social, el pueblo se vuelca a favor del prójimo en situación crítica.

En la actualidad las políticas en materia de prevención de los desastres existen, son útiles. Ya se cuenta con protocolos, alarmas sísmicas, aunque un terremoto de la magnitud de más de 8 grados siempre provocará un vendaval de dificultades.

Aunque la gravedad de las tragedias con las secuelas que derivan de manera inercial no es asumida por todos, hay los que se transforman en filántropos, se promueven como los recaudadores de víveres en favor de los damnificados aunque la intención es promoverse ellos con la bandera de sus partidos, lo cual es ruin.

Otros casos han ilustrado a los buitres que sustraen alimentos y bienes que originalmente son destinados a los afectados por el terremoto, un camión se volcó y mucha gente fue a robar aunque sabían cuál era el destino previsto. La rapiña unida a la infamia.

La solidaridad mexicana no ha muerto, ha dado una muestra más de sus alcances ante el escenario catastrófico derivado del sismo del jueves 7 de septiembre y que provocó daños ostensibles en poblaciones como Juchitán. En diversos puntos del país los centros de acopio se multiplicaron, en Michoacán destacó el aporte los universitarios nicolaitas que participaron a favor de los damnificados.

Decenas de miles de viviendas en Oaxaca, Chiapas y Tabasco se han destruido, las réplicas del sismo ya son más de mil, las afectaciones aumentan en número con lo que ello representa para miles de personas.

En otra razón de ideas, este mes de septiembre nos hace evocar un par de estampas que nos remiten a la historia reciente: el aniversario 44 del golpe de estado contra Salvador Allende, el presidente marxista chileno que fuera electo vía democrática, sus últimas palabras lo retratan como el valiente que fue. También el  aniversario 16 de los atentados terroristas en Nueva York que abatieron las Torres Gemelas para sembrar el caos unido a la muerte. Dos actos violentos e impunes que ya han sido juzgados por la historia.