Pareciera que el discurso político actual va aumentando su confusión entre los conceptos de libertad, democracia y justicia. El asunto no solo tiene que ver con un refinamiento técnico de la política sino con una erraticidad en la búsqueda de caminos, de consensos y hasta de destinos.

Para explicarme relacionaré tres fórmulas binarias. Democracia y justicia. Democracia y libertad. Libertad y justicia.

Primero, democracia y justicia. Puede existir y ha existido el Estado de derecho sin el estado de democracia. Puede tratarse de una dictadura o de una tiranía o, bien, hasta de una  monarquía donde se encuentre entronizado el imperio de la ley pero donde la voluntad popular no haya participado ni en su génesis ni en su aplicación.

Por el contrario, existe el escenario opuesto. Democracia sin ley y sin justicia. El linchamiento. El enjuiciamiento popular. La pura voluntad de las mayorías sin encauzamiento de normas ni respeto de principios. El mitin, el plantón, la marcha, las pintas o los símbolos como instrumento de demanda o de resolución.

La fusión entre justicia y democracia equivale en política a lo que en física o en química es el uranio enriquecido. Una aleación difícil pero rica y poderosa.

La democracia sirve para lograr lo que queremos. La justicia sirve para lograr lo que debemos. La democracia se finca en la voluntad. La justicia se finca en el deber. La democracia es una fórmula del depósito del ejercicio del poder. La justicia es una fórmula del uso del poder. La democracia triunfa cuando el pueblo ha sido complacido. La justicia triunfa cuando el pueblo ha sido respetado.

Ahora vayamos a democracia y libertad. La democracia es una fórmula del depósito del ejercicio del poder. La libertad es una fórmula del límite del poder. La democracia nos resuelve quiénes son los ciudadanos que han de ejercer el poder del Estado. La libertad nos indica hasta dónde puede actuar ese poder sobre los ciudadanos. No tienen ni deben tener confusión ni extravío.

Una sociedad puede ser altamente democratizada y, sin embargo, ser ferozmente opresora hacia los individuos. Eso se llama dictadura de mayoría y suele ser el producto primario de los regímenes emergentes y desordenados.

Por el contrario, también la figura inversa es viable en la realidad política. Una sociedad puede estar regida por un monarca o cualquier otro autócrata y, sin embargo, tener un profundo respeto por los derechos fundamentales del individuo, in capite la libertad.

Por último, libertad y justicia. Esto ha sido particularmente complejo en las sociedades como las nuestras porque, como decía Luis Marín, los pueblos latinoamericanos, a diferencia de los sajones, hemos enfrentado una gran dificultad histórica y temperamental para hacer coincidir el orden con la libertad y, por ello, nos hemos movido a lo largo del tiempo en espacios de mucho orden y poca libertad o en espacios de mucha libertad y poco orden. 

De allí la importancia de reconstituir nuestros sistemas de justicia porque, salvo unos cuantos mexicanos, el resto vivimos en el riesgo de la injusticia. Esto quiere decir no solo que una gran parte de los mexicanos son muy pobres, sino que casi todos somos, inaceptablemente, muy débiles frente a muy pocos mexicanos que no solo son muy ricos sino que, además, son indebidamente muy poderosos.

Esto implica que hoy la justicia y la libertad se asocien, indisolublemente, con la democracia. Ya no solo como un asunto del tener sino como una cuestión del poder. Ya no solo como un programa de repartición sino como un proyecto de participación.

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