En política nada permanece hasta siempre. Los escenarios se modifican vertiginosamente y los hechos por lo general transforman los cursos de acción trazados, por muy minuciosamente que se hubieran planeado, para alcanzar o mantener el poder.

Por eso es importante la congruencia y la coherencia entre lo que se piensa, se dice y se realiza. Muchas veces una aparente derrota o pérdida, al final, suele revertirse y convertirse en éxito si se mantiene consistencia, persistencia y no se traicionan ideales. Los retrocesos aparentes enriquecen a quienes no traicionan valores y compromisos ideológicos y a quienes juegan su destino apostando al futuro sin compromisos vergonzantes para asegurar su presente.

Las anteriores reflexiones se formulan por la vertiginosa modificación que los sismos del 7 y 19 de septiembre produjeron en la lucha por el poder para el inminente 2018. Así como para desnudar si en fondo existe un verdadero compromiso con el México atrasado, desigual y pobre, o solo una ambición desmedida de poder, convertida en una verdadera patología plena de venganza y revancha.

Antes o quizás solo un poco antes de los fenómenos telúricos se perfilaba una contienda con un adelantado cuya ventaja parecía insuperable y que se perfilaba hacia la meta como vencedor indiscutible. En efecto, Andrés Manuel López Obrador parecía como imposible de alcanzar y se hacían cábalas para reducir su ventaja en la carrera presidencial. Su necedad, obstinación y soberbia en las elecciones del Estado de México, en las que parecía más el candidato que el impulsor  de la maestra Delfina, el pleito en el que se enzarzó solito, con el candidato del PRD —un peso mosca— después de rechazar debatir con los presidentes del PRI y del PAN, así como sus descalificaciones a diestra y siniestra del resto de formaciones políticas de la denominada izquierda, comenzaron a restarle simpatías,  y en real politik, perder a nadie ayuda, y perder no solo la entidad con más votantes, sino el presupuesto de ese estado y lo que significa electoralmente, resulta muy significativo.

A lo anterior después vino a sumarse el desaseo en la elección del candidato de Morena en la Ciudad de México, que se tradujo en la inconformidad y rebeldía de Monreal, delegado en Cuauhtémoc. Todas esas variables afectaban el escenario óptimo de AMLO que, con sus giras al extranjero y fotografías en foros con líderes de otros países, trataba de crear una imagen de estadista.

El terremoto derrumbó todo. La larga, laboriosa faena de años y años se cimbró. Hoy ya la candidatura imparable está muy lejana e inviable.  Hoy regresan al escenario competitivo un candidato del Frente Opositor Ciudadano —no se rían, así se llama— integrado por el PAN, PRD y MC y al parecer se les quiere unir el Panal, al cual si algo le falta son ciudadanos. El PRI deshoja la margarita y espera a ver quiénes son los rivales a vencer para lanzar su candidato.

Lo dicho, un hecho fortuito modifica la estrategia. Otro gran tema es la respuesta de los partidos políticos a los reclamos sociales de otorgamientos de prerrogativas y el uso electorero que le han imprimido. Quien hoy vaticine un triunfador para 2018, se equivoca.