Esos personajes que en la realidad o en la ficción actúan como modelos de comportamiento social y encarnan una serie de valores positivos denotan al mismo tiempo la profunda crisis del ser humano en tanto ser capaz de razonar o, por lo menos, en tanto ser capaz de tener conciencia de la muerte. Lo anterior se acentúa cuando la crisis es sufrida por una colectividad, por una comunidad entera. Rollo May escribió que “Estamos hambrientos de héroes que actúen como modelos, como norma de acción, como ética en carne y hueso. Un héroe es un mito en acción. ¿Y dónde está en la actualidad? Al parecer sólo en la ficción, y en general en la ficción más barata, esquemática e industrializada: cómics, películas y noveletas. Los héroes de los libros “sagrados” continúan, así como los que generan instituciones como la Iglesia. Basta inventar milagros para que santos y vírgenes broten como antaño (con todo y alcancías), cuando era suficiente convertir a un dios o diosa paganos en santo o virgen. ¿Pero son esos aún los modelos de conducta para el mundo actual? Pocos estarían de acuerdo en seguir imitando las actitudes y gestos masoquistas (o sadomasoquistas). Muchos sicarios le rezan a Judas Tadeo y hay asesinos seriales convencidos de que su dios es bueno y los perdonará antes de morir. Con tales modelos religiosos se puede seguir robando y matando: la vida seguirá siendo un valle de lágrimas.

Pero hoy, quienes poseen valores de verdad buscan otro tipo de héroes. Los ingenuos intentan vislumbrarlos en la política, en el arte o en los deportes. De los tres ámbitos, sólo el primero podría generar a alguien capaz de transformar la realidad en algo positivo, si consideramos que los grandes cambios empiezan desde arriba, en la cúpula del poder, y jamás desde abajo. Los padres son modelos de los hijos como los gobernantes de los gobernados, y nunca al revés. Es claro que en la realidad han existido mitos capaces de movilizar masas, verdaderos héroes, mitos en acción. Pero ahora, ¿qué hay?

Lamentablemente, en la realidad cada vez más percibimos antihéroes, gente cínica que, incluso desde las cúpulas del poder, desde los asentamientos de las mismas autoridades, sólo roban al ciudadano y le hacen la vida imposible. Formas cada vez más sofisticadas de robar al contribuyente se gestan desde arriba porque tal parece que la consigna es producir antipatía y no simpatía. Se producen multas, castigos, infracciones, pero nunca premios, estímulos, motivaciones. Esto ocurre en las dictaduras, cuando se tiene la certeza de que en política todo es negocio. Los gobernantes, que idealmente deberían erigirse en modelos, han constituido en este país y mundo neoliberales, una suerte de monstruos a los que debe vencerse de una u otra manera. Y si la gente emula a un héroe con características positivas para alejarse de los valores negativos, al escasear o faltar esos modelos, ¿por qué las personas no emularían a los pícaros que se han erigido en autoridades, sobre todo porque el gran valor no consiste hoy sino en tener mucho dinero, independientemente de su procedencia?

Es verdad que el tipo de héroe depende de la moral en boga o de la moral del autor que lo ha creado. Juan Villegas define al héroe como el personaje que representa el sistema de valores propuestos intrínsecamente; es alguien “representativo del sistema de valores considerados positivos”. Pero en la actualidad nos rige el personalismo, el cinismo, el latrocinio, y como el ser humano común actúa de forma esquemática, imitando o contagiándose de lo que hacen los demás, el virus se expande y el tejido social se corrompe. En algunos entornos se ha descendido a tal nivel de animalidad que sólo el instinto y quien se ciñe a la ley del más fuerte se convierte en el mito nuestro de cada día.