La muerte, la urgencia de la carne, las relaciones de parejas, los rumores y chismes que propician el desequilibrio emocional hasta provocar el asesinato, son los detonantes de la trama narrativa de Eraclio Zepeda. O bien el sentido cósmico, totémico, apoyado en una visión sagrada, mágica, del mundo, como ocurre en Benzulul (1959). Cabe resaltar que la dinámica de los cuentos de este autor chiapaneco, la serie de metáforas muy bien elaboradas de acuerdo a las necesidades del texto, los diálogos justos, así como la denuncia social implícita, consiguen la unidad literaria. El tema que prevalece en sus libros es, indiscutiblemente, la muerte y la adversidad, dentro de un ámbito mágico, donde la superstición y el sentido ritualista, cobran una dimensión de primer orden imponiéndose al aspecto étnico, racial, indigenista.

En Asalto nocturno (1975) lo festivo hace acto de presencia; este elemento, inusual en la literatura mexicana, se establece como categoría primordial en la obra de este escritor. Un final abierto e inesperado, puede observarse en el cuento “El muro” publicado en Asalto nocturno (Premio Nacional de Cuento 1974), Editorial Joaquín Mortiz, México, 1975: 91-97). El texto, sorprendente, portentoso, constituye una metáfora plena de nostalgia, donde la memoria postula acciones y planteamientos que derivan en una visión del mundo angustiosa por momentos. Narra con aparente sencillez una larga travesía entre la soledad y el silencio, entre la ternura y el desamor. El muro se erige para separar a una pareja con desavenencias, donde acaso la cordura simula un dejo de esperanza. O al menos así lo prefigura el narrador en un excelente final abierto.

En Andando el tiempo (1983) destacan los elementos que lo caracterizan: la amenidad, la precisión de las metáforas, la fluidez de los diálogos, así como la muerte y la adversidad como presencia constante, sin olvidar el humor, la dinámica que se vuelca al conformar la estructura narrativa. Así, lo insólito se da la mano con lo festivo, y lo grave y solemne con lo fantástico y profundo que subyace en los seres humanos que pueblan este cosmos narrativo, sin soslayar la denuncia social que predomina en cada relato.

Puede afirmarse que el universo literario de Eraclio Zepeda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 24 de marzo de 1937–Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 17 de septiembre de 2015) se apoya en paisajes humanos que lindan con la magia y cruzan la frontera de la realidad circundante, participando de la superstición, las creencias y el sincretismo sacro, religioso. Es indiscutible que en los cuentos de este autor existe una propuesta vital, un deseo vehemente de reflejar la substantividad con un lenguaje y un tratamiento literario pleno de certeza. Si Jaime Sabines es el poeta de Chiapas y Rosario Castellanos, la erudita y novelista, Eraclio Zepeda es, por sobre todas las cosas, el cuentista de la tierra chiapaneca.

En cuanto a su obra poética retomemos tres poemarios: Los soles de la noche (en La espiga amotinada, 1960), Asela (1962), Compañía de combate (1963) Y Revelación de travesía (en Ocupación de la palabra, 1965). “De una poesía singularmente llana y próxima a las cosas de la tierra —puntualizan los compiladores de Poesía en movimiento— ha pasado a una lírica de mayor complejidad que, sin embargo, no renuncia a muchas de sus virtudes iniciales. Algunos de sus poemas muestran la plenitud de la experiencia viva que no registra muchos antecedentes en la expresión poética mexicana”. A mi juicio, Zepeda acusa en momentos de cierta inconsistencia en su expresividad, aunque las más de las veces se muestra fluido: “Llenándome la casa, abriéndome los ojos/ vas y vienes por el día./ Me colmo de quietud/ con tu presencia de alegres ventanales”.

Relación de travesía consta de dos partes: “Asela” y “Relación de travesía”, poema que proporciona el título al poemario. En la primera parte Asela es la figura de la mujer convertida en Símbolo: de ella toma la imagen del mar e incluso establece un principio de identidad: “Eres la mar profunda habitada de sorpresas: hay/ peces extraños en tu vientre, sueños de marinos en la/ baranda, viejos navíos sepultados en el fondo”. Básicamente, Asela es un himno al amor carnal, pleno de referencias crónicas: un largo deslumbramiento, con imágenes reptantes, lujuriosas, desparramándose en cada línea hasta llegar al jadeo, a la destitución misma del ritmo; largas y fluidas, las metáforas se anulan, de inmediato, con las oraciones cortas, punzantes: “Por tus ojos me lanzo en pos de los sucesos./ Inicio una observancia de prodigios,/ una común visión de los metales/ y una clara embriaguez me sube al punto./ De tus ojos planetarios vengo y voy a los asombros./ A través de tu mirada contemplo el silbo/ que del árbol se desprende”.

De hecho, a través de la mujer —de Asela—, el poeta observa el mundo; la realidad deviene en el tamiz del sexo, de lo que significa el encanto femenino: “Entre mis manos tu entraña se madura,/ te rompe las medidas el verano,/ te crece la cintura como Junio./ Me obligas a crecer también con esto./ Me acostumbras al mundo cuando callas:/ cuando callas me entregas continentes”. Por supuesto que en todo ello existe algo que hace a la mujer una unidad social, indivisible; el sentimiento singularizado de lo particular: “Hay algo en ti que no es de nadie./ Que te marca y te anuncia en las esquinas./ Hay algo de ti que se derrama por tu falda/ y siempre siemprevivas en la acera./ Hay algo en ti que hace deletrear tu nombre,/ que me lanza por las calles a buscarte de repente./ Hay algo en ti que yo me aprendo”. En consecuencia. Asela es el erotismo transformado por medio de la relación cotidiana, donde la mujer —idealizada— deviene en la figura simple, contradictoria, de la naturaleza: de mar a bosque, de río a luz, de vientre a lecho. A través de este amor, con “más furias que el mar”, Zepeda localiza el movimiento del mundo.

En otro orden de cosas, “Relación de travesía” se manifiesta como la narración sistemática de la humanidad. Veintinueve poemas concatenados en la marcha de los sucesos. Lo insólito: el uso del adjetivo —como recurso invariable— para cada sustantivo: ello da la impresión de que el autor descara delimitar el alcance de cada término (“brújula ancestral”, “memoria inquieta”, “arcilla oscura” y “luciérnagas remotas”, así como “dura oquedad”, hasta llegar a la “piedra calcinante”): este efecto representa una constante que —aun cuando la utiliza en “Asela”— no llega a constituir una característica determinante; empero, el mar vuelve a tomar carta de naturaleza: “Fino y afilado al horizonte/ el mar,/ textura semejante a las alas del pájaro/ entrevisto a la mitad del sueño./ Altas tierras precipitándose/ pusieron en nuestros rostros extraños sedimentos./ Y el mar ya en la naciente memoria./ Tardaremos en llamarle invierno/ entretenidos en el grisarse de árboles y cosas/ será —diremos— el tiempo que se viene como otoño/ Pero el año se dará redondo y perfecto/ como previsto en nuestros viejos libros”.

La característica primordial de este recuento es su magnitud social, porque aborda los problemas fundamentales del individuo en relación con su entorno, pero no debe encasillarse en virtud de las diferentes lecturas que permite: literatura política, de índole indigenista o de franca denuncia social. La narrativa y la poética de Eraclio Zepeda, independientemente de su temática, se encuadran en el marco de la estética.