Después de todos los desencantos sufridos en los cuatro episodios anteriores, Edgar Mendieta, mejor conocido como el “Zurdo” se encuentra cansado, harto de la violencia y en el filo del retiro; sin embargo, debe reivindicarse para resolver el homicidio de Pedro Sánchez, hijo de su mejor amigo, quien fue muerto, aparentemente, por su novia, quien después de su crimen se suicidó.

En la continuación de la vida de su personaje en Asesinato en el Parque Sinaloa, el escritor oriundo de Culiacán, Sinaloa, Élmer Mendoza recupera una enorme tradición, no sólo de la novela negra sino de los mejores antecedentes de la narrativa nacional: “… en esta entrega encontrarás la idea que quiero desarrollar, con una historia donde el lenguaje carga con la la herencia de la novelística de los años 60, de Juan Rulfo, Fernando del Paso y el boom literario, pero desde la novela negra, mostrando que lo importante es el tratamiento de ese delito que aparece en la prensa, desde un ángulo literario me permite recrear una gran cantidad de emociones”.

A pesar de que podría clasificarse como ficticio, el imaginario creado por Mendoza en su obra, a través de sus creaciones, expresa una profunda crítica social que toca en las entrañas de la filosofía y la idiosincrasia mexicana; aspectos que convergen en el “Zurdo”. “Por un lado está el hecho de que todos bebemos, en mayor o menor grado, o que tenemos una adicción tan autodestructiva como el alcohol, la cual intentamos dominar. Y está el hecho de que la mayoría de los mexicanos somos tan miserables que lo único que nos queda es la lealtad a los amigos, así que alguien que no tiene amigos o que no es capaz de ser leal a un amigo… está acabado”, asegura el escritor policiaco.

Con la idea clara de que valemos tanto por los amigos como por los enemigos que tenemos, Mendoza no vacila en concebir a protagonistas que se han hecho más maduros y complejos a largo de ya cuatro entregas anteriores; por lo que más que encontrarse en una zona de confort, el autor de La prueba de ácido debe detallar y mantener la solvencia de personajes y contextos cada vez más laberínticos.

Inspirándose en ello, Mendoza no pierde vista la retroalimentación que debe existir entre los lectores y él, por lo que inserta en su obra diferentes referencias que puedan estimular dicha comunicación:

“En ese punto la música y la cita a autores conocidos, que la gente lee o ha leído, cumplen esa función. Al final, en el intercambio con los lectores aparece eso y es muy agradable que tú propusiste una canción y lo llevó a escuchar un CD o quizá lo llevó a tomarse un trago y estuvo a gusto. Eso es parte de lo que deseo crear con el universo de mis lectores: enriquecerlos, que tengan una historia para compartir, y al mismo una historia que estimule sus gustos y los haga sentirse vivos, ¡carajo!, que los haga celebrar estar vivos… y esa es la función de estos artefactos”.

Élmer Mendoza, nacido en Culiacán, Sinaloa, es uno de los autores contemporáneos más reconocidos en el mundo de la narrativa. Su obra comprende cuento, novela, crónica y dramaturgia. Algunos de sus volúmenes más reconocidos son: Balas de plata (2008), El amante de Janis Joplin (2001) y Besar al detective (2015).