Murió un buen mexicano. Gonzalo Martínez Corbalá, hijo de un cadete que escoltara a Francisco I. Madero en la llamada Marcha de la Lealtad, supo hacer honor a su estirpe y no dudó cuando hubo que arriesgarlo todo porque así lo exigían el derecho y el honor nacional. Fue un patriota y eso debería bastar, pero fue más que eso.
Nacido en San Luis Potosí en 1928, estudió en la ciudad de México y se tituló en la UNAM como ingeniero y en la misma institución cursó una maestría en ciencia política. Ingresó en el PRI en 1963 y dos años después ya era presidente del comité directivo del Distrito Federal.
Trabajó como ingeniero en el sector público y ocupó importantes cargos, entre otros el de director del Combinado Industrial de Ciudad Sahagún, y fue subsecretario de Bienes Inmuebles y Urbanismo de la desaparecida Secretaría del Patrimonio Nacional y subsecretario de Ordenamiento del Territorio Nacional de la SAHOP, director del Infonavit, gobernador interino de San Luis Potosí y director general del ISSSTE.
En dos legislaturas fue diputado federal y ocupó, en 1982-88, con plena dignidad republicana, un escaño en el Senado de la República. Pero donde su estrella llegó más alto y brilló con mayor intensidad fue durante su gestión como embajador de México en Chile (1972-73).
Al producirse el pinochetazo, golpe de Estado promovido y dirigido por la CIA, Martínez Corbalá abrió de par en par la sede mexicana. Los gorilas chilenos amagaron con allanar la embajada, pero se toparon con la férrea y valiente oposición de nuestro embajador, decidido a proteger a los demócratas asilados en la representación sobre la que ondeaba la bandera del águila y la serpiente.
En aquellos días aciagos, ante tal ejemplo de dignidad y de firmeza, los criminales golpistas no tuvieran más que retroceder y respetar los viajes que hacía don Gonzalo al aeropuerto de Santiago en un automóvil de la embajada identificado con nuestra bandera, escoltando a los refugiados que enviaba a México. De más está decir que, si bien en todos los casos había obtenido previamente el respectivo salvoconducto, siempre estaba expuesto a los disparos de la soldadesca golpista.
Con un prestigio tan bien ganado, Martínez Corbalá fue después embajador en La Habana, lo que interpretaron los cubanos como un gesto amistoso y solidario de México. De sus andanzas por el continente, aquel patriota magnífico nos dejó tres libros, memoria de nuestra mejor diplomacia, la de antes, inteligente y soberana, hoy tan despreciada, tan reducida, tan traicionada…