El Día de Muertos, en especial el dos de noviembre, se invita a que las almas de los adultos ya fallecidos acompañen a las almas de los vivos. A través de ofrendas. Y en la actualidad en México donde se creman la mayoría de los cuerpos de nuestros difuntos o simplemente no se pueden visitar las tumbas, se elaboran detallados altares en casi todos los hogares como un acercamiento entre las almas: se colocan platillos de comida, pan de muerto, vasos de agua para la resaca, botellas de mezcal, de tequila, cerveza, todas llenas y listas para beberse, cajetillas de cigarros, flores, calaveritas de azúcar o de chocolate con los nombres de los familiares en su frente, todo junto a un retrato del difunto. Esta tradición mexicana ha llamado la atención, tanto, que ha dado origen a historias que han impactado a nivel mundial, como es el caso de la novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, que llega con su esposa el Día de Muertos, y que para él simbolizaba ese día la apertura del inframundo en México. Y lo vio así porque tenía conocimiento sobre la filosofía esotérica que sostiene que “El mundo es un sueño en la mente de Dios”. Concluía que si todo estaba en la mente de Dios: “el bien y el mal sólo podía provenir de sus pensamientos, por lo tanto, el Jardín del Edén es la mente humana en la que Dios plantó el libre albedrío y si se comprende la oscuridad en sí mismo, se tiene cerca la luz, no se puede rechazar el mal, porque el mal es el portador de la luz”. Y en un sentido espiritual creyó que la tradición mexicana del Día de los Muertos reconoce la necesidad de saber lo que es la oscuridad y descender al inframundo para poder ascender a la luz. Lowry en su novela Bajo el volcán, representa una nueva idea del infierno, donde la caída del cónsul Geoffrey Firmin en una barranca bajo un volcán simboliza el proceso de destrucción —autodestrucción— de los hombres que vacilan entre el paraíso y el inframundo a través de sus actos, que son los reflejos de los pensamientos o dictados de Dios. Esta historia culmina en el crepúsculo del Día de Muertos en Cuernavaca. Otra historia famosa es la de Macario, una buena película que podría servir para despedir el Día de Muertos, basada en un texto de Bruno Traven, en la época virreinal, donde a Macario se le cumple un sueño: el de comerse un guajolote él solo. Y se va al bosque, se encuentra con tres personajes: el Diablo, Dios y la Muerte. Al final decide compartir su ansiado guajolote con la Muerte, lo recompensa cuando le da unas botellas que contienen un agua capaz de curar todas las enfermedades. Macario se convierte en un hombre rico y perseguido por la Inquisición.

En fin, el Día de Muertos ha influido hasta en los juegos, como es el caso de “Deeds of the Dead” (Voluntad de los muertos), donde se incluyen muchísimas alusiones de nuestra celebración del día de nuestros muertos. Sí, sólo nos queda recordar lo que un día dijo Carlos Fuentes: “La cultura está hecha, ante todo, de nuestro cuerpo, de nuestros cuerpos sacrificados, rechazados, tragados, de nuestros cuerpos soñadores, sensuales”.