Dr. Fausto Pretelín
La cirugía experimentó un enorme desarrollo a mediados del siglo XIX. Hasta entonces había hecho mucho más por eliminar las consecuencias de las enfermedades que por tratar sus causas, pero la evolución de la microscopía y de los hospitales dio a la medicina capacidad real para curar los pacientes y permitió a los cirujanos tratarlos humanamente y con garantías de supervivencia.
La maestría francesa inventó las pinzas hemostáticas de Peán (1830-1898), que todos los cirujanos utilizan a diario en todos los quirófanos del mundo.

Edoardo Porro (1842-1902), médico italiano, insigne precursor de la cesárea.
Peán opera
Tranquilo y frío como el mármol, el cirujano se yergue con su traje de etiqueta, condecorado con el Botón Rojo, sus instrucciones lacónicas contrastan con los gemidos de un paciente cloroformizado y de algunas otras víctimas. Se venda al último paciente y se gasea al siguiente mientras prosigue la operación, todo en la misma sala para ahorrar tiempo.
Durante la intervención, Peán hace una breve pausa para informar a la audiencia con voz potente de todo lo que ve y hace, al tiempo que vigila a sus ayudantes y no duda en empujarlos con brusquedad si ocultan el campo operatorio. Opera con tal limpieza que apenas una gota de sangre le salpica los puños inmaculados de la camisa. Esto se explica gracias a la habilidad con que maneja la pinza hemostática, aplicándola si es posible incluso antes de cortar.
El Botón Rojo era la insignia de la Legión de Honor. Hay que añadir que, entre los espectadores, además de médicos extranjeros y estudiantes, estaba lo mejor de la sociedad parisina, aficionadísima a ver operaciones.
En 1876 la cesárea todavía era para los tocólogos un tétrico fantasma cuyas consecuencias, salvo muy pocos casos, era el fracaso y la muerte, por shock, por hemorragia interna y sobre todo por peritonitis.
Ningún historiador de la medicina podría informar quién fue el primero que, junto al lecho de una mujer llevada al borde de la muerte por la lenta tortura de las infructuosas contracciones del parto, echó mano de un cuchillo y mediante un corte desesperado abrió el vientre y la matriz de la moribunda. Nadie sabía si la idea del parto por cesárea había surgido en ocasión de alguno de aquellos casos comprobados en que la matriz de una parturienta había reventado después de horribles dolores.
Una leyenda de dudoso origen asegura que César —el primer emperador romano—fue sacado del vientre de su madre mediante un corte; más tarde el nombre de César se interpretó como una derivación de caesusas, que podría traducirse por sacado por cortes.
El logotipo es obra del doctor Agustín Villarreal Gonzáles y tanto él como el autor son exalumnos del Centro
Universitario Mexicano. Knut Haeger, Historia de la cirugía, Suecia-España, Editorial Raíces, 1988.


