Escrita en 1973 por el francés Jean Poiret, La cage aux folles, La jaula de las locas significó en su momento un éxito rotundo por abordar con gracia, fineza y valentía el tema de la homosexualidad, ya no como tabú, sino como un asunto humano que abogaba por la libertad de lo que hoy se entiende como relaciones homoparentales. El matrimonio gay comenzaba a abrirse paso ante la opinión pública y la obra de Poiret causaba revuelo. En México esta comedia de Poiret se monta interpretada por Sergio Klainer; y las variaciones o adaptaciones se diversifican mundialmente hacia el cine y la comedia musical. Diez años después de su estreno francés, surge el musical estadounidense con libreto de Hervery Feierstein y música y canciones de Jerry Herman, que en México se estrena en los años noventa con gran éxito y notable producción en el ya extinto Teatro Silvia Pinal; la recordamos como una puesta magistral.
Hoy en el Teatro Manolo Fábregas, con más de 500 representaciones, el emprendedor Juan Torres como productor prosigue con la obra que causa admiración por la sólida raíz de su producción y las estupendas actuaciones de un elenco numeroso encabezado por dos grandes actores que en el género musical han tenido experiencias que han dejado huella en la historia de nuestros escenarios: Mario Iván Martínez y Tomás Goros, a quienes el destino vuelve a unir como en aquel célebre montaje de El beso de la mujer araña, musical inspirado en la novela homónima de Manuel Puig, que en México tuvo una resonancia espectacular bajo la inteligente y sensible dirección de Humberto Zurita.
De nueva cuenta, Goros y Martínez vuelven a unirse en una aventura escénica de altos vuelos con esta versión de La jaula de las locas que tiene un acabado perfecto en todas sus aristas y una redonda factura final. El ritmo se torna agradable, vivaz, lleno de matices sugerentes y de un humor fino que atrapa la atención de los espectadores con el talento de un equipo coreográfico excepcional que saca a flote cada secuencia dancística. Martínez y Goros, al ser el binomio protagónico imprimen reciedumbre a la acción y una loable dimensión de ensoñaciones en donde la caracterización cobre relieves importantes y bien logrados personajes.

La anécdota es ideal, constituye un marco de acción comediográfica infranqueable y esto se debe sin duda al libreto original francés pero que, pasado por el tamiz de otras nacionalidades y épocas, sigue poseyendo interés. La sociedad intolerante ante la homosexualidad cede ante los encantos de lo que Carlos Pellicer denominase el amor que es de otro modo, de la pareja gay que puede, incluso, tener un hijo, hacerse responsable de su crianza y educación. Independientemente de las aún existentes reyertas moralistas en torno a cómo se revive el modelo heterosexista en la obra (el gay por fuerza mujeril, travesti, etcétera, y el gay hombrino, padre de familia respetable, etcétera), La jaula de las locas sigue —pese a todo— dignificando la condición homosexual, más allá de las décadas y los tiempos actuales que han dado mayor cabida a la comundidad gay (hoy comunidad LGBTTTI).
Juan Torres ha producido con conocimiento de causa escénica. Cada elemento de su producción apunta hacia la calidad y logra asirla, tanto en vestuario, iluminación, decorados, coreografías, maquillajes…, apoyado por la efectiva dirección de Matías Gorlero, un espectáculo de relevancia que asienta un resultado encomiable del que el público sale gozoso, agradecido por la inteligente confrontación de talentos.
La jaula de las locas se presenta los viernes a las 20:30 horas y los sábados a las 17:30 y 20:30 horas. La experiencia es gratificante.

