Al romanticismo le gustaba representar el choque dramático entre el sujeto y el mundo que lo rodea a partir de una conciencia que se autoexilia o se aísla voluntariamente del entorno, pero ¿qué ocurre cuando esta situación es propiciada desde el poder político? El choque continuará siempre que haya alto grado de inteligencia no conformista en el individuo, alto grado de raciocinio detractor, crítico, sufriente por las imposiciones del sistema que, por un lado, homogeniza, unifica las conciencias e impulsa el analfabetismo para anular todo pensamiento crítico, y por otro desplaza hacia la soledad del desamparo a una población que paga para anular la pobreza y termina contribuyendo a la riqueza de políticos y funcionarios en turno. Se diseña una sociedad en que todos deben caber, pero terminan aislados en el individualismo volcado en canibalismo a menudo sin detenerse a reflexionar.

Desde un punto de vista lógico, un país con un miserable salario mínimo supondría una nación sin riquezas, con gran necesidad de ahorrar, pero cuando un país rico otorga esos salarios fomenta el aislamiento, impone la soledad, acrecienta el individualismo en la medida en que cada quien piensa sólo en su propia sobrevivencia, que no suele darse más que a costa de los demás. Se reafirma entonces la soledad y la conciencia de soledad cuando la misma sociedad y las comunidades que la integran excluyen a los empobrecidos por el sistema. No es relevante que algunos autores o sicólogos impongan la soledad como característica colectiva o incluso humana. En este caso me refiero a una soledad impuesta que se aleja de la cohesión social y de la solidaridad. Si esta última significa “hacerse sólido con el otro”, la soledad, en cambio, es hacerse sólido con uno mismo, y de ella padece el poder neoliberal, la economía neoliberal y las políticas neoliberales. La soledad, como afirma Héctor Murena, es ignorarnos a nosotros mismos. Y en tal sentido, para mí sólo es posible encontrarse en una sociedad y en una supuesta democracia si se elimina ese círculo vicioso de la ignorancia y analizamos los esquemas o modelos impuestos desde el poder y, sobre todo, sus objetivos ocultos que, por una parte, intentan dividir al crear resentimiento social, y por otro, controlar, manipular mediante el miedo traducido en trabas y latrocinios: altos impuestos, trámites eternos para iniciar microempresas, incertidumbres financieras, inseguridad bancaria, devaluaciones innecesarias, multas, cámaras dispersas por todos lados y otras estrategias de control que acentúan la soledad y crean inseguridad (justo lo contrario de la “seguridad” que tratan de vender y justificar). Para eliminar la inseguridad sólo se requiere salud y educación, los aspectos en que menos se invierte. Lo único que nos persigue como sociedad y nos confunde lanzándonos al miedo es la soledad impuesta por el poder. Se nos dice entonces que lo demás (la no soledad, la solidaridad del gobierno para con su pueblo, la educación, la salud, las facilidades, la tolerancia) no son sino “paternalismo”, “populismo”, “actitudes retrógradas” y otras patrañas disfrazadas de palabras rimbombantes que sólo generan incertidumbre. Si el arte y la cultura en general nos ayudan a superar la soledad y fortalecer la identidad, el terrorismo de estado, el terror fiscal, la inversión en violencia militar y policiaca en lugar de inversión en educación, nos separa del otro, nos retrotrae y nos vuelve resentidos y suspicaces. La descomposición social no proviene ni de la carencia de valores en la población ni de la falta de moral, sino del mal gobierno, de la mala administración de la riqueza, del personalismo político, de la ausencia de valores en quienes detentan el poder y poseen la capacidad de modificar la realidad.