El registro de casi 40 aspirantes a la Presidencia de la República, por la vía independiente, contrario a la opinión común, no es una buena noticia para la democracia.

Significa el menosprecio y abaratamiento de la institución más importante del país. Indica que hay una baja en el ranking de respetabilidad y una evidente depreciación de las cualidades que debe reunir quien pretenda aspirar al cargo.

En la lista publicada por el Instituto Nacional Electoral hay de todo, conocidos y desconocidos. Tal vez algunos desconocidos lleguen a tener más méritos que varios de los que apuestan a su fama o aparente popularidad para aspirar al más alto cargo de representación popular

Pero, al margen del derecho constitucional que tiene cualquier mexicano para ser candidato, la facilidad con que alguien toma la decisión de registrarse por creer que tiene los méritos suficientes para conducir el destino del país pone en evidencia la devaluación de la figura presidencial.

Aunque también habla de la profunda inconsciencia e irresponsabilidad, de la frágil cultura política que existe en quienes creen que cualquiera —¡cualquiera!— puede sentarse en la oficina de Los Pinos.

En Los Pinos, pero también en las gubernaturas y en las presidencias municipales.

El precio que ha pagado y sigue pagando el país por llevar al poder a quienes, simplemente, son muy populares en las encuestas es muy alto.

Ahí está el presidente municipal de Cuernavaca, el futbolista Cuauhtémoc Blanco, quien sin duda tiene el entrenamiento para meter goles y “mentar madres” en una cancha de futbol, pero no precisamente para recuperar uno de los destinos turísticos más importantes.

Jaime Rodríguez Calderón, el Bronco, se ha convertido en un emblema de lo fallida y decepcionante que puede ser una candidatura independiente. Ni fue independiente, dado que fue candidato de un poderoso grupo empresarial de Nuevo León, ni su supuesta independencia garantizó un buen gobierno.

Él, al igual que Vicente Fox, fueron antecedentes de un Donald Trump que ganó el

voto de una masa poco educada, a través de un discurso y estilo disruptivo, por no decir vulgar.

Todo esto para subrayar que la candidatura independiente a la Presidencia de la República está mal construida. La convocatoria donde se exigen los mismos requisitos para contender por los cargos de “presidenta o presidente, senadora o senador, diputada o diputado” pone en el mismo rango posiciones que tienen distinta jerarquía y que exigen, por ello, méritos diferentes.

Las candidaturas independientes son consecuencia del rechazo a los partidos políticos y el desprestigio de la clase política. La lucha, entonces, tendría que ser a la inversa.

En lugar de llevar a cualquiera al más alto cargo de responsabilidad nacional, debería modificarse la ley para que solo puedan inscribirse aquellos que, de antemano, estén avalados en sus virtudes, prestigio, conocimiento y compromiso.

Cuando menos, en lo electoral, dejemos de ser Cantinflas. No es lo mismo ser diputado que alcalde de Tinguindín que presidente de la república. ¿O sí?

Si está así de barata, entonces, mejor ponerla en venta.